Presentamos dos textos claves del reconocido poeta mexicano.
José Carlos Becerra
Paisaje en desnudo
desnudo de mujer,
senos que no están ciegos y conocen las aves,
hombros y espalda donde la luz del sol parece estar pensando,
vientre cruzado por una secuencia de fugaz infinito,
desnudo de mujer,
concentración de la tierra y lo humano,
estatua de la naturaleza,
más blanca que el sollozo de un ángel,
más morena que una mañana en la selva,
más viva que la sonrisa del sol en la vela de un bote de pescadores,
desnudo de mujer,
vacilación del ámbar, probidez de la piedra,
vellón iluminado por un rayo de luna, por un rayo de carne,
muslos separados como terminaciones del anochecer,
cita con el origen, vida, potestad de la muerte,
humedad de universo, palabra final encontrada,
desnudo de mujer,
rodillas severas y más llenas de gracia que un
hoyuelo en la mejilla,
tobillos más dulces que la orilla de un estanque,
pies aposentados en su aire como delicias diurnas,
desnudo de mujer,
cuerpo que está volando sobre sí mismo,
piernas como un recorrido de cantos nupciales,
nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido,
cuerpo que se desata de la noche,
cuerpo que se desata de sus astros como una batalla naval,
cuerpo que se desata de las leyes que no son azules o rojas,
cuerpo donde los marineros en tierra señalan el mar,
desnudo cuerpo, cuello, vientre, nalgas,
piernas concisas, vivas, entreabiertas,
desnudo de su desnudo, desnudo hasta el fondo de sí propio
hasta tocar el fondo de sus aguas ocultas,
hasta tocar lo ilimitado de sus ríos,
desnudo de mujer,
arena, rosa, nave de verano,
viento…
La mujer del cuadro
Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de
guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que no entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma como
pequeños niños
que se sientan al borde de sus camas
esperando que vengan a vestirlos.
Ya asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella niña larguirucha “tan bien educada”,
pero tu esperanza enflaquece llamándote con voz cada vez más débil
cuando ya no te dignas escucharla.
Extrañamente hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya confundidas,
apiñadas por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda, la ropa que te acabas de quitar
ya no reaparece en tus ojos,
tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las
oraciones, los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.
Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente te
mataba un momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.
Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos
juguetes que ya no existen
y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.
Ven a mirar mis osos polares.
Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin que nos demos cuenta—
el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.