José Antonio Santano

Palabra revelada

 

 

 

 

…De los asombros

Al poeta Julio Alfredo Egea. In memoriam

 

Sé de tus manos hacedoras

cabalgando el silencio de la noche

que habita la palabra y es memoria

en los ojos del bosque y la sabina,

señal de lo que fue en otro tiempo

y otra vida

hermandad con la tierra y el agua.

 

Sé del corazón del viento

alojado en los asombros de la tarde

y de los sones que la hojarasca deja

sobre los campos y paredes de la casa

mientras blandes en tus dedos la pluma heredada

del abuelo

y dibujas en el blanco pliego de papel

los signos de la rosa,

los nombres de las aves y los ríos

que anuncian ya otra luz y otro silbo

en las ventanas de la vieja estancia,

aquella que miraba al sur de los almendros

y tú quisiste siempre para ti desde el origen

y en ti aún se perpetúa después de muerto.

 

Sé de la oscuridad y los abismos

reclamando las horas y los días de aventura,

intuyo la amarga ceremonia de la ausencia

que invade esa comarca

y en el sólido mármol se amplifica

para ya nunca volver a las raíces

y desvelar así la luz de las cenizas,

la incertidumbre que sustenta el miedo

o el frío que habita la sombra de aquel ciprés

altísimo y enorme

olvidado en el centro de la nada

y que tú sentías tan cerca y tan humano.

 

Sabrás de cierto este viaje al infinito:

sobre la cama dispuestas las maletas

esperan tu mano abarcadora y cálida,

y tus pasos humildes y seguros

que florecen con la luz del mediodía;

allá el horizonte abierto como un fruto,

la voz de la memoria en tus pupilas

y el fuego de los años envuelto en el abrazo;

aquí la cima prendida de las nubes

y un cielo azul de infancia,

aquella que jugaba entre los álamos

y al albur,

aquella que bebió del arroyo los asombros

y plantó junto a la casa los anhelos.

 

Ya sé que aquí y en esta hora

la vida se asemeja a una tormenta

y poco tiene ya sentido,

pero habremos de seguir a las estrellas

cada noche y en tiempo de amapolas

volar hasta su luz incandescente,

crecer al abrigo de su aliento

mientras dure este tiempo de agonías.

 

Porque fuimos hoja y viento,

alud de la palabra en los inviernos

me invitas a tu mesa cada día,

juntos abrimos la despensa del recuerdo,

juntos comprendimos la efímera existencia,

el tiempo que se escapa por las rendijas de las puertas,

también de la rutina.

 

Por qué nos empeñamos en torcer

la dirección de lo absoluto y lo primario,

por qué no desnudar todo principio

de la oscura presencia del miedo y de la inquina,

por qué no hablar de las cosas sencillas y pequeñas

que nos viven,

por qué nos conducimos como seres obtusos

y alienados,

y nos duele la calma de la mar en los oídos.

 

La vida se nos va en un segundo

y nada queda sino el alma de unos versos

escritos al son incesante de la lluvia

que cae musical sobre la hierba

y hermanados al aire bienhechor

renacen para siempre en los caminos.

 

La casa habita hoy los silencios,

a ella regreso

te vivo en ella.

 

(Del libro “Cielo y Chanca”, 2019)

 

 

 

Cielo y Chanca

 

¡Hijos de la mar, feroces minotauros

dispuso el viento en esta tierra

para nunca jamás volver a los orígenes

de la oscuridad que habita la cresta de las olas!

¿Qué voz anuncia la infinita desnudez del paraíso,

la orilla azul del tiempo?

¿Qué ave rapaz en su vuelo sagrado

dibuja este horizonte inmenso de cenizas?

Decidme:

¿Qué dioses habitan el umbral de la noche,

la roja tierra de los sauces, el monte que dormita

en esta hora turbia de los sueños?

Decidme:

¿Qué luz fenecerá tras ser cristal y espejo,

la nada que todo ya lo envuelve, enorme monumento

en los ojos del agua y sus dominios?

¿Acaso viviremos navegantes y eternos

en la blanca voz del aire

alumbrando de sangre la memoria?

¡Hijos de la mar!

¿Regresaréis un día a vuestra patria

al jardín de los cantiles y la rosa

a la clara esencia de la lluvia

que prende en los caminos

y es agua y beso

mediterránea luz?

¡Hijos de la mar!

Decidme:

¿Acaso ya no importan las palabras

el sonido del aire en los collados

los ojos encendidos de los ríos

la voz marina del silencio?

¿Quién os salvará de las cenizas

del lodazal que cubre vuestros huesos

babel y apocalipsis de este siglo?

¿Olvidaréis el ser de vuestro natural linaje

cuando sintáis la sangre en las pupilas

huyendo entre el silencio de la luna?

No más humillación

no más verdugos ni castigos

no más oscuridad

no más cuchillos en la noche

ni más tristezas.

 

¡Hijos de la mar!

Aquí y ahora

en los zaguanes del alba

la seda que cubre ya las nubes

y la fe que proclaman los imanes

tras la sombra del gran astro

en el muro norte del osario.

Ángeles de luz oblicua

y compasiva lluvia…

en la carne de un tiempo

siempre blanco y roto

densa luz

que vuelve así a La Chanca.

 

(Del libro “Cielo y Chanca”, 2019)

 

 

 

Ginés mira el Cielo

A Ginés Liébana, pintor

 

¿A dónde miras desde el abismo de los ojos,

cuando declina la tarde en las estrechas calles

y espejea la lluvia en la piel de la Albolafia,

en el verde filo de la memoria,

en las sombras que dibujan las candelas,

la vida en trinos de otoño

en la aviejada arboleda,

en las vidrieras sagradas del crepúsculo,

en el silencio que azulea la siesta,

en las murallas olvido del Alcázar,

en los ojos del puente sobre el Guadalquivir,

a dónde miras, dime?

 

¿A dónde miras, desde qué cielo oteas

aquella luz primera, aquella luz del alma,

aquella luz de pájaro y diamante, dime,

en qué casa habitas en esta hora vana,

dónde el blanco lienzo, los dorados ángeles

de Córdoba, dónde el misterio y la leyenda,

la sinagoga y la iglesia, la gran mezquita,

la fuente y el olivo, dónde la oración,

dónde las palabras, el verso sierpe,

la noche y su liturgia de luna,

dónde, dime?

 

¿A dónde miras, Ginés,

por qué las manos son ojos inmensos,

tierra abarcadora,

policromía de labios y crepúsculos,

espeso invierno,

regreso al vacío, la nada

niebla rosa de arcángeles

plata en los altares de la tarde,

lóbrego fugaz silencio

sepulto en campo abierto?

 

¿A dónde miras, Ginés,

que tus ojos son cirios de abril

ardientes teas

lienzos

en templos olvidados,

allá a lo lejos, en la infinitud

del día y su arcoíris,

desnudando la tarde sus dorados

haces, la llama en brasas

de tu amor oculto, en tus manos

de risa y amapola?

 

¿A dónde miras, Ginés,

que tus ojos son agua abrasadora

y plata de luna en los olivos, alminar

y campanario,

silencioso canto en los cipreses

de aquel antiguo cementerio,

sonora luz de óleo en las acacias?

 

¿Dime, Ginés,

a dónde miras que a la oscuridad enciendes?

 

(Del libro “Tierra madre”, 2019. Premio José Antonio Ochaíta, 2017)

 

 

 

Palabra Revelada

Quien custodia la palabra
es porque ya caminó por su misterio.
A.P. Alencart

A José Ángel Valente, In Memoriam

 

Todo es silencio en esta hora gris,

claro abismo de sombras en los filos del agua,

frontera y muro, exilio y muerte.

 

Al fondo,

la tragedia de los días, un rumor de sílabas

y sangre, el dolor de la herida

que mana de los labios, la tinta

azul de la palabra

asaltando la blanca piel del pergamino,

su desnudez de siglos.

 

Nada y nadie

ciñe el vuelo de los dedos, la levedad de su tacto

en los espejos,

el bravo bramido de la bruma en el río que ya no es río

sino hielo, lava  o cieno que ahoga la esperanza,

fulminante rayo que arrebata la vida,

toda ensoñación.

 

Vuelve la noche

-atronador silencio-

a los orígenes, al caos de la nada y el todo,

lenta, muy lentamente, envuelta en humo

y en misterio,

tamizada del aire y la tristeza que habita en las pupilas

y forma una estela de letras y signos

–agonía de soledades-

sobre el manto nevado de la página

–babel de sueños-

o en las ramas de un tiempo huido para siempre.

 

¿Dónde te ocultas en esta hora turbia

y honda, dolorida, ceniza y llama,

que no hallo luz

que me guíe en la certeza, hacia la magia

de un alumbramiento definitivo,

capaz de arañar el tiempo

que dura ya esta aventura

de abrumadoras tempestades?

 

¿Dónde la voz argéntea y primigenia,

su armonía de bosque y selva en los crepúsculos

que las sombras dibujan sobre el jaspeado mármol,

y en los bustos broncíneos se ocultan siglo a siglo,

de natural siempre,

dónde, en qué lugar se halla,

en qué espacio o tiempo, universo, vida?

 

¿Dónde, así de fondo, descubrir la causa,

el origen,

la raíz, el germen,

ese instante único de lo creado,

de la existencia misma,

de la razón de ser

que no sea destello solo sino esencia pura,

éxtasis,

revelación,

cegadora luz,

febril delirio

invocando todos los nombres en uno?

 

¿Cómo y cuándo sucedió todo,

ese relámpago de oscuridad

o tiniebla, esa luz adormecida del silencio

horadando los valles,

esa nube de polvo añil sobre la esfera girante,

circular,

ese río sierpe que baña las orillas selváticas y virginales,

esa infinitud de la mar y sus dones,

esa arboleda prendida a la tierra en sus raíces

y en la hondura del tiempo,

esa voz de aire en su vuelo eterno;

cómo y cuándo las montañas y el cielo,

los astros y planetas,

ese temblor primero de los labios en brasas,

ese murmullo voraz de los desiertos,

ese arcano canto de los ángeles,

esa lluvia incesante de aromas y colores,

esos días de imantado asombro?

 

Decidme, ¿cómo y cuando nacieron los silencios,

por qué todo fue distinto en ese instante?

 

No existe más fiero dolor que el de tu ausencia

en esta austera y fría celda cielo

donde espero ansioso tu llegada.

 

Ha mudado en misterio tu silencio

y tu voz se ha hecho alma, hoguera,

trascendida palabra,

palabra revelada.

 

(Del libro “Tierra madre”, 2019. Premio José Antonio Ochaíta, 2017)

 

 

 

SE VENDE

reza el cartel de la casa

ajena ya

a la humana presencia de Vicente.

La casa en su tristeza va muriendo cada día

el óxido que muerde la enrejada puerta

las plantas que la adornaban se han secado

solo el cedro resiste impertérrito

el paso del tiempo y el olvido.

No se escucha el verso encendido

en sus salones

ni se citan en ella los poetas

que antes visitaban a diario.

La casa Velintonia está vacía

la escalera no existe

una sombra el balcón sobre la entrada

la alcoba se crece en la ruina

el tejado del tiempo ya maleza

y un cuchillo las ventanas.

Nada es lo que fue esta casa santuario

este solar que envejece en soledad

y rumia en la losa ajedrezada su pasado.

Ahora Velintonia que nadie te visita

que los pájaros no anidan tu costado

yo te invoco

te nombro en el distante sur

que la nostalgia aviva

y redescubre en tu mirada

la luz del perdido paraíso

y en ella sus magnánimos silencios

uncidos al aire de la aurora

que sus sagrados labios besa.

 

(Del libro “Marparaíso”. Premio Rosalía de Castro, 2019)

 

 

 

DUELE ESTE SILENCIO

su espesa sangre inoculada

duelen los días y las noches

de arrebato y muerte en los caminos

la tinta derramada

sobre el viejo pupitre

los verbos escritos

en la piedra

el sonido del agua duele

duele el olvido

cuando abril naciente

nos deja su lluvia

de amarga letanía.

Duelen las cuencas de los ojos

las manos

la luz del verso duele

duelen los recuerdos

las muertes duelen

eternas en las sienes

duele el silencio

este inmenso silencio

de tu muerte

duelo.

 

(Del libro “Marparaíso”. Premio Rosalía de Castro, 2019)

 

 

 

V

 

En qué estás pensando, me preguntas

y el crujido del viento se clava en las paredes

de la casa, justo allí donde el reloj

pronuncia su última arenga de silencios

y la alacena esconde los secretos de la infancia

o el hule de la mesa muestra sus colores

de siempre, y sus arrugas de cráter;

cuando crece la tarde entre las manos

de una niña pecosa y pelirroja,

princesa de otro tiempo que se aleja

mientras la lluvia humedece los geranios

con un hilo de agua cristalina. Pero ahora

la vista alcanza en lontananza

un mar de plástico y de espejos

sobre esta tierra de poniente

donde viven y resisten, heroicos,

los apátridas del mundo y sus confines

a la espera de un verbo o una sílaba

que los haga más hombres y más libres.

Y para qué quieres que te diga

en lo que pienso, si vuelas por las nubes

buscando otros mundos, otro cielo distinto

de áureos y magnánimos destellos

donde no quepa el aire de los besos

ni la voz afable de los ríos y las acequias

o el tacto ardiente de la llama en el pecho;

quizá la luz de los ojos y la luna

en los altares de la noche y los desiertos

que el tiempo quiso para consigo

después de haber peregrinado

hasta la cúspide infinita del silencio.

Para qué me preguntas qué pienso

como si no fuese contigo esta historia

que ocultas y niegas cada día

ante los cientos y miles de vencidos

que obedecen las órdenes precisas

de los amos del mundo en esta hora;

pienso –digo- en la fuerza del aire,

en su semilla que crece lentamente

bajo el blanco de los plásticos

que dibujan sobre el valle otro mar

de intensa mudez y de azabaches.

Pienso en la abrupta soledad

que los conmina a ser nada

en la inmensa geografía del plástico,

en los colores de la tarde

sobre viejas bicicletas, en las casas

que lucen cicatrices de espanto en sus fachadas,

en los caminos abiertos por la herida

xenófoba, por la vil calumnia que cercena

los sueños y la vida.

En qué piensas, me pregunta

facebook, y yo, sin más, contesto

reafirmándome en lo dicho, en la tristeza

de ver en la mirada el desencanto

de estos seres que callados sobreviven

en la frontera del miedo, al límite

siempre del abismo y la derrota.

Y yo, aferrándome a los colores del día

proclamo en sus colores la vida,

y oigo los rumores del beso en la brisa

que se clava hasta sus huesos,

pues ya solo me importan sus pesares

y en ellos reconozco la dignidad

de ser hombres cabales aun siendo

la piel de mil colores o el habla

tan compleja y tan distinta,

que a su lado la huella de la vida

se asemeja a una luz intensa y única

que alumbra los caminos de poniente

entre mares de plástico y de soledades.

 

(Del libro “Tiempo gris de cosmos”, 2014)

 

 

 

XVIII

a Chema Rubio, y en su memoria a todos los Poetas
Iberoamericanos que se citan cada año en Salamanca

 

Alma de lluvia,

agua insomne en la retina

piedra toda

luz que vuela al claustro de tus ojos

y en ellos se aviva

para ser aroma

y sanador bálsamo

cuerpo solo

esencia y centro

de tu voz en las aulas

alzándose a la altura celeste

de la tierra que grita

en soledad salvaje

los nombres que fueron

corazón en los bosques.

 

Alma de otoño

en secretos pinares diamante

más allá de la infancia

más allá de los juegos

al caer en su abismo la tarde

poco a poco

todavía invisible

persistente en la esencia

que planea como pájaro

a sentir esa herida en el pecho

sal y sangre ahora

de días y de noches

que el hombre supo suyas

porque suyas fueron siempre las palabras

solo lo humano

sin dios ninguno

patria y bandera el universo.

 

Tú, mi buen amigo,

por última vez

entre todas las cosas

en el origen mismo de la luz

al borde del estanque             y el alba

en brazos de la mujer dulce

-la mujer de tus sueños-

que mira al horizonte y su grisura

todo tiempo en su voz

de los huesos al aire

y la lluvia

como un rumor doliente

que huye al río Eresma

y en su orilla

turbado mira

los brillantes espejos

la secuencia corriente del agua

bajo el puente

el que ahora tu espíritu sostiene

y es trueno y verso

en el eco de las calles ceñidas a las sombras

inquietas y fulgentes de la Plaza.

 

Allá en su cielo añil sucede todo

eternas las horas

al calor de la bella retórica

juntos

en la luminiscencia voraz de la poesía

detenido el tiempo

en las aceras y en la lluvia

en los rostros y en los libros

como si todo el universo

estuviera allí

amalgamado en la piedra reluciente

de los claustros en Fonseca

en las Escuelas Menores

en el sobrio románico de San Martín

o en los muros de la vieja Catedral

quizá en la Plaza

en el café cercano de Novelty

inmortal ya para siempre en Torrente.

 

Allá en plazuelas y avenidas de neón luminoso

por el dorado atardecer del Tormes

cuando de tanto deslumbramiento

los ojos se acallan

así el camino a cobijo de la noche

más grande y más serena

y allí todos

sin excepción

invocamos los nombres de todo lo absoluto

y ahora, sin embargo,

de vuelta a casa

la realidad nos excede

y sentimos un temblor de cuchillo

que se adentra bien adentro

en las entrañas

y corta todo lo que vive

y nos sangra las uñas

y la esperanza

porque nunca ya regresaremos

a los sagrados días del ayer

a vivirte tan radiante

cuando octubre fenecía

en los poros del aire

en la unidad de la hojarasca

que irremediablemente

nos hace a todos huérfanos.

 

(Del libro inédito “Alta luciérnaga”)

 

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, España, 1957), cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es Licenciado en Filología Hispánica por la ... LEER MÁS DEL AUTOR