Palabra revelada
…De los asombros
Al poeta Julio Alfredo Egea. In memoriam
Sé de tus manos hacedoras
cabalgando el silencio de la noche
que habita la palabra y es memoria
en los ojos del bosque y la sabina,
señal de lo que fue en otro tiempo
y otra vida
hermandad con la tierra y el agua.
Sé del corazón del viento
alojado en los asombros de la tarde
y de los sones que la hojarasca deja
sobre los campos y paredes de la casa
mientras blandes en tus dedos la pluma heredada
del abuelo
y dibujas en el blanco pliego de papel
los signos de la rosa,
los nombres de las aves y los ríos
que anuncian ya otra luz y otro silbo
en las ventanas de la vieja estancia,
aquella que miraba al sur de los almendros
y tú quisiste siempre para ti desde el origen
y en ti aún se perpetúa después de muerto.
Sé de la oscuridad y los abismos
reclamando las horas y los días de aventura,
intuyo la amarga ceremonia de la ausencia
que invade esa comarca
y en el sólido mármol se amplifica
para ya nunca volver a las raíces
y desvelar así la luz de las cenizas,
la incertidumbre que sustenta el miedo
o el frío que habita la sombra de aquel ciprés
altísimo y enorme
olvidado en el centro de la nada
y que tú sentías tan cerca y tan humano.
Sabrás de cierto este viaje al infinito:
sobre la cama dispuestas las maletas
esperan tu mano abarcadora y cálida,
y tus pasos humildes y seguros
que florecen con la luz del mediodía;
allá el horizonte abierto como un fruto,
la voz de la memoria en tus pupilas
y el fuego de los años envuelto en el abrazo;
aquí la cima prendida de las nubes
y un cielo azul de infancia,
aquella que jugaba entre los álamos
y al albur,
aquella que bebió del arroyo los asombros
y plantó junto a la casa los anhelos.
Ya sé que aquí y en esta hora
la vida se asemeja a una tormenta
y poco tiene ya sentido,
pero habremos de seguir a las estrellas
cada noche y en tiempo de amapolas
volar hasta su luz incandescente,
crecer al abrigo de su aliento
mientras dure este tiempo de agonías.
Porque fuimos hoja y viento,
alud de la palabra en los inviernos
me invitas a tu mesa cada día,
juntos abrimos la despensa del recuerdo,
juntos comprendimos la efímera existencia,
el tiempo que se escapa por las rendijas de las puertas,
también de la rutina.
Por qué nos empeñamos en torcer
la dirección de lo absoluto y lo primario,
por qué no desnudar todo principio
de la oscura presencia del miedo y de la inquina,
por qué no hablar de las cosas sencillas y pequeñas
que nos viven,
por qué nos conducimos como seres obtusos
y alienados,
y nos duele la calma de la mar en los oídos.
La vida se nos va en un segundo
y nada queda sino el alma de unos versos
escritos al son incesante de la lluvia
que cae musical sobre la hierba
y hermanados al aire bienhechor
renacen para siempre en los caminos.
La casa habita hoy los silencios,
a ella regreso
te vivo en ella.
(Del libro “Cielo y Chanca”, 2019)
Cielo y Chanca
¡Hijos de la mar, feroces minotauros
dispuso el viento en esta tierra
para nunca jamás volver a los orígenes
de la oscuridad que habita la cresta de las olas!
¿Qué voz anuncia la infinita desnudez del paraíso,
la orilla azul del tiempo?
¿Qué ave rapaz en su vuelo sagrado
dibuja este horizonte inmenso de cenizas?
Decidme:
¿Qué dioses habitan el umbral de la noche,
la roja tierra de los sauces, el monte que dormita
en esta hora turbia de los sueños?
Decidme:
¿Qué luz fenecerá tras ser cristal y espejo,
la nada que todo ya lo envuelve, enorme monumento
en los ojos del agua y sus dominios?
¿Acaso viviremos navegantes y eternos
en la blanca voz del aire
alumbrando de sangre la memoria?
¡Hijos de la mar!
¿Regresaréis un día a vuestra patria
al jardín de los cantiles y la rosa
a la clara esencia de la lluvia
que prende en los caminos
y es agua y beso
mediterránea luz?
¡Hijos de la mar!
Decidme:
¿Acaso ya no importan las palabras
el sonido del aire en los collados
los ojos encendidos de los ríos
la voz marina del silencio?
¿Quién os salvará de las cenizas
del lodazal que cubre vuestros huesos
babel y apocalipsis de este siglo?
¿Olvidaréis el ser de vuestro natural linaje
cuando sintáis la sangre en las pupilas
huyendo entre el silencio de la luna?
No más humillación
no más verdugos ni castigos
no más oscuridad
no más cuchillos en la noche
ni más tristezas.
¡Hijos de la mar!
Aquí y ahora
en los zaguanes del alba
la seda que cubre ya las nubes
y la fe que proclaman los imanes
tras la sombra del gran astro
en el muro norte del osario.
Ángeles de luz oblicua
y compasiva lluvia…
en la carne de un tiempo
siempre blanco y roto
densa luz
que vuelve así a La Chanca.
(Del libro “Cielo y Chanca”, 2019)
Ginés mira el Cielo
A Ginés Liébana, pintor
¿A dónde miras desde el abismo de los ojos,
cuando declina la tarde en las estrechas calles
y espejea la lluvia en la piel de la Albolafia,
en el verde filo de la memoria,
en las sombras que dibujan las candelas,
la vida en trinos de otoño
en la aviejada arboleda,
en las vidrieras sagradas del crepúsculo,
en el silencio que azulea la siesta,
en las murallas olvido del Alcázar,
en los ojos del puente sobre el Guadalquivir,
a dónde miras, dime?
¿A dónde miras, desde qué cielo oteas
aquella luz primera, aquella luz del alma,
aquella luz de pájaro y diamante, dime,
en qué casa habitas en esta hora vana,
dónde el blanco lienzo, los dorados ángeles
de Córdoba, dónde el misterio y la leyenda,
la sinagoga y la iglesia, la gran mezquita,
la fuente y el olivo, dónde la oración,
dónde las palabras, el verso sierpe,
la noche y su liturgia de luna,
dónde, dime?
¿A dónde miras, Ginés,
por qué las manos son ojos inmensos,
tierra abarcadora,
policromía de labios y crepúsculos,
espeso invierno,
regreso al vacío, la nada
niebla rosa de arcángeles
plata en los altares de la tarde,
lóbrego fugaz silencio
sepulto en campo abierto?
¿A dónde miras, Ginés,
que tus ojos son cirios de abril
ardientes teas
lienzos
en templos olvidados,
allá a lo lejos, en la infinitud
del día y su arcoíris,
desnudando la tarde sus dorados
haces, la llama en brasas
de tu amor oculto, en tus manos
de risa y amapola?
¿A dónde miras, Ginés,
que tus ojos son agua abrasadora
y plata de luna en los olivos, alminar
y campanario,
silencioso canto en los cipreses
de aquel antiguo cementerio,
sonora luz de óleo en las acacias?
¿Dime, Ginés,
a dónde miras que a la oscuridad enciendes?
(Del libro “Tierra madre”, 2019. Premio José Antonio Ochaíta, 2017)
Palabra Revelada
Quien custodia la palabra
es porque ya caminó por su misterio.
A.P. Alencart
A José Ángel Valente, In Memoriam
Todo es silencio en esta hora gris,
claro abismo de sombras en los filos del agua,
frontera y muro, exilio y muerte.
Al fondo,
la tragedia de los días, un rumor de sílabas
y sangre, el dolor de la herida
que mana de los labios, la tinta
azul de la palabra
asaltando la blanca piel del pergamino,
su desnudez de siglos.
Nada y nadie
ciñe el vuelo de los dedos, la levedad de su tacto
en los espejos,
el bravo bramido de la bruma en el río que ya no es río
sino hielo, lava o cieno que ahoga la esperanza,
fulminante rayo que arrebata la vida,
toda ensoñación.
Vuelve la noche
-atronador silencio-
a los orígenes, al caos de la nada y el todo,
lenta, muy lentamente, envuelta en humo
y en misterio,
tamizada del aire y la tristeza que habita en las pupilas
y forma una estela de letras y signos
–agonía de soledades-
sobre el manto nevado de la página
–babel de sueños-
o en las ramas de un tiempo huido para siempre.
¿Dónde te ocultas en esta hora turbia
y honda, dolorida, ceniza y llama,
que no hallo luz
que me guíe en la certeza, hacia la magia
de un alumbramiento definitivo,
capaz de arañar el tiempo
que dura ya esta aventura
de abrumadoras tempestades?
¿Dónde la voz argéntea y primigenia,
su armonía de bosque y selva en los crepúsculos
que las sombras dibujan sobre el jaspeado mármol,
y en los bustos broncíneos se ocultan siglo a siglo,
de natural siempre,
dónde, en qué lugar se halla,
en qué espacio o tiempo, universo, vida?
¿Dónde, así de fondo, descubrir la causa,
el origen,
la raíz, el germen,
ese instante único de lo creado,
de la existencia misma,
de la razón de ser
que no sea destello solo sino esencia pura,
éxtasis,
revelación,
cegadora luz,
febril delirio
invocando todos los nombres en uno?
¿Cómo y cuándo sucedió todo,
ese relámpago de oscuridad
o tiniebla, esa luz adormecida del silencio
horadando los valles,
esa nube de polvo añil sobre la esfera girante,
circular,
ese río sierpe que baña las orillas selváticas y virginales,
esa infinitud de la mar y sus dones,
esa arboleda prendida a la tierra en sus raíces
y en la hondura del tiempo,
esa voz de aire en su vuelo eterno;
cómo y cuándo las montañas y el cielo,
los astros y planetas,
ese temblor primero de los labios en brasas,
ese murmullo voraz de los desiertos,
ese arcano canto de los ángeles,
esa lluvia incesante de aromas y colores,
esos días de imantado asombro?
Decidme, ¿cómo y cuando nacieron los silencios,
por qué todo fue distinto en ese instante?
No existe más fiero dolor que el de tu ausencia
en esta austera y fría celda cielo
donde espero ansioso tu llegada.
Ha mudado en misterio tu silencio
y tu voz se ha hecho alma, hoguera,
trascendida palabra,
palabra revelada.
(Del libro “Tierra madre”, 2019. Premio José Antonio Ochaíta, 2017)
SE VENDE
reza el cartel de la casa
ajena ya
a la humana presencia de Vicente.
La casa en su tristeza va muriendo cada día
el óxido que muerde la enrejada puerta
las plantas que la adornaban se han secado
solo el cedro resiste impertérrito
el paso del tiempo y el olvido.
No se escucha el verso encendido
en sus salones
ni se citan en ella los poetas
que antes visitaban a diario.
La casa Velintonia está vacía
la escalera no existe
una sombra el balcón sobre la entrada
la alcoba se crece en la ruina
el tejado del tiempo ya maleza
y un cuchillo las ventanas.
Nada es lo que fue esta casa santuario
este solar que envejece en soledad
y rumia en la losa ajedrezada su pasado.
Ahora Velintonia que nadie te visita
que los pájaros no anidan tu costado
yo te invoco
te nombro en el distante sur
que la nostalgia aviva
y redescubre en tu mirada
la luz del perdido paraíso
y en ella sus magnánimos silencios
uncidos al aire de la aurora
que sus sagrados labios besa.
(Del libro “Marparaíso”. Premio Rosalía de Castro, 2019)
DUELE ESTE SILENCIO
su espesa sangre inoculada
duelen los días y las noches
de arrebato y muerte en los caminos
la tinta derramada
sobre el viejo pupitre
los verbos escritos
en la piedra
el sonido del agua duele
duele el olvido
cuando abril naciente
nos deja su lluvia
de amarga letanía.
Duelen las cuencas de los ojos
las manos
la luz del verso duele
duelen los recuerdos
las muertes duelen
eternas en las sienes
duele el silencio
este inmenso silencio
de tu muerte
duelo.
(Del libro “Marparaíso”. Premio Rosalía de Castro, 2019)
V
En qué estás pensando, me preguntas
y el crujido del viento se clava en las paredes
de la casa, justo allí donde el reloj
pronuncia su última arenga de silencios
y la alacena esconde los secretos de la infancia
o el hule de la mesa muestra sus colores
de siempre, y sus arrugas de cráter;
cuando crece la tarde entre las manos
de una niña pecosa y pelirroja,
princesa de otro tiempo que se aleja
mientras la lluvia humedece los geranios
con un hilo de agua cristalina. Pero ahora
la vista alcanza en lontananza
un mar de plástico y de espejos
sobre esta tierra de poniente
donde viven y resisten, heroicos,
los apátridas del mundo y sus confines
a la espera de un verbo o una sílaba
que los haga más hombres y más libres.
Y para qué quieres que te diga
en lo que pienso, si vuelas por las nubes
buscando otros mundos, otro cielo distinto
de áureos y magnánimos destellos
donde no quepa el aire de los besos
ni la voz afable de los ríos y las acequias
o el tacto ardiente de la llama en el pecho;
quizá la luz de los ojos y la luna
en los altares de la noche y los desiertos
que el tiempo quiso para consigo
después de haber peregrinado
hasta la cúspide infinita del silencio.
Para qué me preguntas qué pienso
como si no fuese contigo esta historia
que ocultas y niegas cada día
ante los cientos y miles de vencidos
que obedecen las órdenes precisas
de los amos del mundo en esta hora;
pienso –digo- en la fuerza del aire,
en su semilla que crece lentamente
bajo el blanco de los plásticos
que dibujan sobre el valle otro mar
de intensa mudez y de azabaches.
Pienso en la abrupta soledad
que los conmina a ser nada
en la inmensa geografía del plástico,
en los colores de la tarde
sobre viejas bicicletas, en las casas
que lucen cicatrices de espanto en sus fachadas,
en los caminos abiertos por la herida
xenófoba, por la vil calumnia que cercena
los sueños y la vida.
En qué piensas, me pregunta
facebook, y yo, sin más, contesto
reafirmándome en lo dicho, en la tristeza
de ver en la mirada el desencanto
de estos seres que callados sobreviven
en la frontera del miedo, al límite
siempre del abismo y la derrota.
Y yo, aferrándome a los colores del día
proclamo en sus colores la vida,
y oigo los rumores del beso en la brisa
que se clava hasta sus huesos,
pues ya solo me importan sus pesares
y en ellos reconozco la dignidad
de ser hombres cabales aun siendo
la piel de mil colores o el habla
tan compleja y tan distinta,
que a su lado la huella de la vida
se asemeja a una luz intensa y única
que alumbra los caminos de poniente
entre mares de plástico y de soledades.
(Del libro “Tiempo gris de cosmos”, 2014)
XVIII
a Chema Rubio, y en su memoria a todos los Poetas
Iberoamericanos que se citan cada año en Salamanca
Alma de lluvia,
agua insomne en la retina
piedra toda
luz que vuela al claustro de tus ojos
y en ellos se aviva
para ser aroma
y sanador bálsamo
cuerpo solo
esencia y centro
de tu voz en las aulas
alzándose a la altura celeste
de la tierra que grita
en soledad salvaje
los nombres que fueron
corazón en los bosques.
Alma de otoño
en secretos pinares diamante
más allá de la infancia
más allá de los juegos
al caer en su abismo la tarde
poco a poco
todavía invisible
persistente en la esencia
que planea como pájaro
a sentir esa herida en el pecho
sal y sangre ahora
de días y de noches
que el hombre supo suyas
porque suyas fueron siempre las palabras
solo lo humano
sin dios ninguno
patria y bandera el universo.
Tú, mi buen amigo,
por última vez
entre todas las cosas
en el origen mismo de la luz
al borde del estanque y el alba
en brazos de la mujer dulce
-la mujer de tus sueños-
que mira al horizonte y su grisura
todo tiempo en su voz
de los huesos al aire
y la lluvia
como un rumor doliente
que huye al río Eresma
y en su orilla
turbado mira
los brillantes espejos
la secuencia corriente del agua
bajo el puente
el que ahora tu espíritu sostiene
y es trueno y verso
en el eco de las calles ceñidas a las sombras
inquietas y fulgentes de la Plaza.
Allá en su cielo añil sucede todo
eternas las horas
al calor de la bella retórica
juntos
en la luminiscencia voraz de la poesía
detenido el tiempo
en las aceras y en la lluvia
en los rostros y en los libros
como si todo el universo
estuviera allí
amalgamado en la piedra reluciente
de los claustros en Fonseca
en las Escuelas Menores
en el sobrio románico de San Martín
o en los muros de la vieja Catedral
quizá en la Plaza
en el café cercano de Novelty
inmortal ya para siempre en Torrente.
Allá en plazuelas y avenidas de neón luminoso
por el dorado atardecer del Tormes
cuando de tanto deslumbramiento
los ojos se acallan
así el camino a cobijo de la noche
más grande y más serena
y allí todos
sin excepción
invocamos los nombres de todo lo absoluto
y ahora, sin embargo,
de vuelta a casa
la realidad nos excede
y sentimos un temblor de cuchillo
que se adentra bien adentro
en las entrañas
y corta todo lo que vive
y nos sangra las uñas
y la esperanza
porque nunca ya regresaremos
a los sagrados días del ayer
a vivirte tan radiante
cuando octubre fenecía
en los poros del aire
en la unidad de la hojarasca
que irremediablemente
nos hace a todos huérfanos.
(Del libro inédito “Alta luciérnaga”)