José Antonio Ramos Sucre. Los herejes

Presentamos tres textos claves del célebre autor venezolano.

 

 

 

José Antonio Ramos Sucre

 

LOS HEREJES

La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lontananza trémula. Su mente padece la visión de los jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis y en un comentario de estampas negras.

La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño, contemporáneas del rey Lear.

Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de las ruinas. Los soldados, los diablos de la guerra, dejan ver el tizne del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre. Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.

La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos, prodigando las noches de oración. Se retiran delante de una maleza indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se perdía en el vacío.

 

 

OCASO

Mi alma se deleita contemplando el cielo a trechos azul o nublado, al arrullo de un valse delicioso. Imita la quietud del ave que se apresta a descansar durante la noche que avecina. Bendice el avance de la sombra, como el de una virgen tímida a la cita, al recogerse el día y su cohorte de importunos rumores. Crecen silenciosamente sus negros velos, tornándose cada vez más densos, hasta dar por el tinte uniforme y el suave desliz la ilusión de un mar de aguas sedantes y maléficas.

Envuelto en la obscuridad providente, imagino el solaz de yacer olvidado en el son de un abismo incalculable, emulando la fortuna de aquellos personajes que el desvariado ingenio asiático describe, felizmente cautivos por la fascinación de alguna divinidad marina en el laberinto de fantásticas grutas.

Expiran los sones del valse delicioso cuando el sol difunde sus postreras luces sobre el remanso de la tarde. A favor del ambiente ya callado y oscuro disfrutan mis sentidos de su merecida tregua de lebreles alertos. Y a detener sobre mi frente el perezoso giro de su velo, surge del seno de la sombra el vampiro de la melancolía.

 

 

CARNAVAL

Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras macabras.

Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.

Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.

Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.

Ellos se perdieron en el giro del baile.

Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos.