Jorge Teillier

Nostalgia del Futuro. Enrique Lihn

 

Por Carlos Valverde y Luis Marín

 

     El termómetro marca 32 grados a la sombra en la capital del reino de Chile. Nos dirigimos al departamento del abogado, ex diplomático y Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe Arce (Santiago, 1933), ubicado al costado sur del Parque Forestal. Tras algunas dilaciones, el poeta, que desde hace una década sobrelleva la viudez, nos recibe a las cinco de la tarde, en una vasta habitación donde yace semi postrado, enfundado en un negro piyama de seda y sin fumar, costumbre inveterada que logró extirparse hace algún tiempo. A los pies de la pantalla del ordenador que enfrenta su cabecera, se ve una breve imagen de la Virgen María, y en la pared una gallarda instantánea que le hiciera el italiano Ferdinando Scianna, “y que no he sacado porque no me levanto”.

     Sin efusiones de saludos, Uribe nos insta a sentarnos y discurre: sobre Teillier y sobre Enrique Lihn, sobre la poesía y los poetas “y la burda costumbre que casi todos tienen de formar capillas”, sobre el Jabberwocky de Lewis Carroll y si acaso el lenguaje puede ser dado desde el inconsciente. A ratos abruman sus digresiones, pero nunca pierde el hilo:

     “Yo estudiaba Derecho en la Universidad de Chile, cuando mi compañero Antonio Avaria me sugirió tomar algunas asignaturas de Literatura, en el Instituto Pedagógico de esa misma universidad, lo cual era posible, pero yo no quise, porque quería priorizar mis estudios de Derecho. No obstante, lo acompañé a más de algún encuentro de escritores y ahí me presentó a Teillier, que era una persona muy liviana de sangre y tenía, quizá por ser nieto de inmigrantes, ese sentido práctico, también en el trato, que distingue a esa gente del común de los chilenos –mis antepasados llegaron con Pedro de Valdivia–, que en general somos bastante brutos, lo cual podría ser hasta positivo, en el sentido del vigor. Tuve buenas relaciones con él, pero nunca me interesó hacer amistad y sólo volví a verlo, también por el tema de mi destierro, el año 92, en el Hospital de la Universidad Católica, cuando enfermó de gravedad. Él tenía una fisonomía impresionante de poeta, también en las conductas, como el tema del alcohol y las muchachas, y todo ese cuento como iniciático, a veces tan estéril, que a mí nunca me interesó. Lihn, en cambio, a quien conocí después y también era una figura emblemática, era un sujeto bastante pesado de sangre para ser sincero, bastante vanidoso… Teillier era un poeta espontáneo, sencillo y muy auténtico. Daba la sensación sicológica de indefensión; parecía estar diciendo siempre palabras finales…”.

     Lo cierto es que Jorge Teillier y Enrique Lihn, que ya se habían divisado, se conocieron en 1955, tras recibir éste el tercer lugar y aquél el segundo en un concurso de poesía de la Universidad de Chile. Es verosímil suponer que el poeta del Pedagógico y el multifacético artista santiaguino –estudiante por años de la Facultad de Bellas Artes de esa misma casa de estudios– brindaran por sus sendos galardones como unos descosidos. Desde ese entonces sostuvieron una amistad intensa, pero muy competitiva; y es muy claro que Teillier, quien desde muy joven se esforzó por ‘ser alguien en la poesía’ (la expresión es nuestra), disfrutaba probando la fuerza del vanidoso Lihn. No pocas veces se ha dicho que el contexto cultural chileno no tolera a dos caciques en un mismo suelo, y aunque Jorge estaba lejos de fomentar ese tipo de designios, es indiscutible que por su precoz talento, su magnetismo incombustible y “su belleza que hacía parar el tránsito” (Leonora Vicuña), entrañaba un liderazgo. El novelista Jaime Valdivieso, recuerda un encuentro con Teillier y Lihn, en el que éste se dio de cabezazos tras haber perdido en una competencia donde aquél los agobió con nombres de autores europeos de hasta tercer y cuarto orden.

     Enrique Lihn Carrasco (Santiago, 1929), estudiante del Saint George’s College y del Liceo Alemán de Santiago, hizo estudios libres de Dibujo y Escultura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, y a los 15 ya había obtenido un premio y realizado su primera exposición. Menos erudito literario que Teillier, compensaba tal falencia con su conocimiento del dibujo y la pintura, la dramaturgia y hasta la actuación y el canto. Era un artista de mayor registro que habría de atender a todos los géneros literarios, sin excepción ninguna, pero que tenía el estigma de haber renegado de sus dos primeros poemarios, Nada se escurre (1949) y Poemas de este tiempo y del otro (1955), y de ser frontal hasta lo melodramático; sus adversarios, ante todo Armando Uribe, decían de él que “no daba puntada con hilo”.

     “Nací en Santiago de Chile, de la polaridad de dos familias que sólo tuvieron de común una suerte de aceptable incomodidad… Los Lihn habían visto desvanecerse una fortuna de la que guardaban las apariencias, entre las manos y las minas de oro del abuelo paterno, ex dueño de muchas cosas… La familia Carrasco, Délano más bien –el apellido de mi abuela materna, porque ella reinaba–, era de casa pobre; pero los Délano Frederick se veían a sí mismos como parientes lejanos de los Délano Roosevelt”. (nota 1).

     Hacia 1949 Enrique Lihn conoce a Nicanor Parra (1914), quien detenta un cargo en la Universidad de Chile. Podemos afirmar que, a partir de ese instante, Lihn se transmuta de artista visual a escritor de tiempo completo. “Parra fue el balde de agua fría, el pulverizador de la poesía pura y del dictado automático a la europea… Creo, sin embargo, que no he imitado nunca a Parra”. (nota 2). Y, efectivamente, algunos críticos pensaron, con no poca ligereza, que Lihn era un imitador o en el mejor de los casos un discípulo del autor de Poemas y antipoemas (1954). Pero su poesía es diferente.

     En el restaurant Don Moise de Temuco, de calle Carrera casi al llegar a Lautaro, contiguo a una calle adoquinada y al almacén del mismo nombre, y en varias otras circunstancias de la Asociación de Escritores Juan Emar, el poeta Ricardo Herrera Alarcón (nacido en Temuco en el 69 y quien nos facilitara una decena de libros para la urdimbre del presente trabajo), nos asegura: “El mayor aporte de Lihn es su vida misma, su consecuencia, lo que dice Llanos Melussa con respecto a que tanto él como Teillier constituyen los últimos intentos denodados por romper con la escisión entre literatura y vida. ¿Nos merecemos como país a Enrique Lihn?, se pregunta Roberto Bolaño, y como él yo creo que no lo merecemos. Es el intelectual total, que cruza todos los géneros y todo lo hace bien. En él no sólo celebramos su inmensa poesía, sino también su capacidad crítica recopilada en dos textos fundamentales: El circo en llamas (1996), editado por Germán Marín y Escritos sobre arte (2008), recopilado o compilado por Adriana Valdés. En poesía creo que aparte del neorromanticismo de sus dos primeros libros, desde La pieza oscura (1963) trabaja una potente continuación, confrontación y superación de la antipoesía, lo que alguna vez llamó la apoesía: una escritura situada –deudora por cierto del exteriorismo de Cardenal y de cierto sector de la poesía conversacional en lengua inglesa– donde cualquier material es posiblemente material de un poema. La perfección de sus escritos, pero también el exceso (que no a lo De Rokha), llegan a sorprender. Él mismo lo dice en un poema: siente que lo puede escribir todo”.

     Lihn –quien daría a la imprenta más de 30 libros, con preeminencia de la poesía– aseguraba que el poeta debía ser primero un hombre, luego un artista y por último un pintor, poeta o músico. “Creía ser pintor cuando empecé a envidiar sanamente a los poetas. Escribí versos pésimos por los que fui rechazado por bardos de 20 años de los que nunca más se supo, de sus sociedades de melena y corbata de humita. Para hacerlos retractarse escribí unos mejores”. (nota 3). El reduccionismo de cierta academia asegura que su aporte esencial es la Metapoesía (poesía que se refiere al sentido de la misma o del quehacer poético), pero el prologuista de su antología póstuma Porque escribí, hila algo más fino: “Sus poemas muy a menudo se presentan a sí mismos, incluyen su propio comentario, integrando sensibilidad y reflexión, ahondamiento emocional y abstracción discursiva, la asunción de la vida estética y la dolorosa conciencia de la inutilidad pragmática… la voluntad de integración entre una teoría y una práctica, una ética y una estética… Se verá de inmediato que el giro metapoético [de Lihn], se distingue de la impostación teoricoide precisamente por su carácter no programático y por la voluntad lírica que en ellos se debate… Su lealtad [hacia la poesía] no es tanto un mandato interno, como el resultado necesario de una virtual indistinción entre escritura y existencia”. (nota 4). Y es lo que comprobamos, por ejemplo, al leer algunos de sus más célebres versos:

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto…

Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
allí, por un momento, siquiera, en esa altura–
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía. (nota 5).

Enrique Lihn es un sujeto histriónico, entusiasta y que no rehúye la polémica; tiene un aire escandaloso, aunque no poco respetable, de bohemio contumaz. Quizá no bebe tanto como Jorge –quien lo hace con una voluntad de acero, pues bebe muy despacio, aunque sin detenerse jamás–, pero se embriaga hasta meterse en líos. En 1949 publica Nada se escurre, su primer poemario y que después desechará. En 1955 ya es amigo de Teillier y da a luz un segundo libro, Poemas de este tiempo y del otro, que tampoco es de su agrado a pesar de contener versos espléndidos, como los que dedica a Carlos Faz (1931-1953), un promisorio pintor amigo suyo, a quien la siniestra carcajada del destino lo hizo morir ahogado por la corriente, tras saltar a un muelle –carecía de visa– y caer al agua mientras desembarcaba.

 

Hoy murió Carlos Faz

Porque un joven ha muerto
pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida,
antes de que este cielo de octubre me haga bajar los
ojos hacia una tierra en ruinas
y el canto de los pájaros y el canto de los niños se confundan
en un mismo lamento en lo alto del coro.
y las flores de octubre sean los incensarios que me envuelven
con su perfume húmedo y oscuro

 Tú y yo lo conocíamos
No tenía el deseo de morir, ni la necesidad, ni el deber de morir,
era como nosotros o mejor que nosotros:
un hombre entre los hombres, alguien que día a día hizo lo suyo
reflejar el mundo
amar a la mujer, intimar con el hombre,
dar cuerda a su reloj
transfigurar el mundo” … (nota 6).

En 1957, Enrique Lihn –que había tenido un romance con Raquel Señoret, la última pareja de Vicente Huidobro– contrae matrimonio con la bailarina Ivette Mingram, con quien no dura más de un año. “Ivette es una de esas figuras femeninas sobresalientes que pasan admiradas por el centro de la ciudad. Con paso firme de botines, percutiendo las baldosas, medias negras, un chal rojo sobre los hombros, la trenza negra volcada por delante por el lado izquierdo, Ivette suele pasar por Ahumada sin mirar a nadie, consciente de ser mirada, y a la vez borrando con su paso todo lo que queda fuera de su camino”. (nota 7). Después se casaría con una cubana de nombre María Dolores y tendría varias parejas más, pero de su matrimonio con Ivette nacería Andrea, su única hija.

En 1960 ocurre un hecho que marca a hierro y fuego la relación entre Lihn y Teillier. Transcurre el mes de octubre o de noviembre de ese año y, en un recital de poesía organizado por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, conocen a Beatriz Ortiz de Zárate, una estudiante de Pintura de tan sólo 17 que los deja conmovidos. Pero es Enrique Lihn, un hombre de 31 años que además ostenta el cargo de secretario del decano de la Facultad de Bellas Artes, quien la va a buscar a la salida de clases y al poco andar se pone de novio con ella, en un vigilado romance que iba a concluir en matrimonio. Pero hacia 1962, el poeta de Lautaro y Beatriz Ortiz de Zárate –que se veían a escondidas– ya están profundamente enamorados, aunque no se deciden a acelerar el tranco, porque Teillier es un hombre casado y ella está de novia con un amigo de él.

El cuatro de septiembre de 1962, Jorge Teillier zarpa con destino a Italia, pues ha obtenido una importante beca literaria… pero su corazón se encuentra distraído. Es en aquel viaje, que no alcanzó a durar un mes y que debió interrumpir a causa de una depresión, donde Jorge resuelve terminar su matrimonio, que venía de mal en peor, y comprometerse con Beatriz. Le escribe desde Italia una sentida carta, mientras ésta le informa a Enrique Lihn de su amor por el poeta de Lautaro. Lihn monta en cólera y acusa a Teillier de alta traición. En su desesperación conversa incluso con Sybila Arredondo, la señora de Jorge, pero ésta no tiene ningún interés en seguir con el poeta de Lautaro.

Finalmente, el 3 de junio de 1963, Jorge y Sybila anulan su matrimonio. Cinco días después, Jorge Teillier y Beatriz Ortiz de Zárate se casan, y la fiesta es en el domicilio de los padres de Beatriz. Lihn, cuya indignación tiene algo de impostado y se relaciona más con su amor propio lesionado que con el cariño que siente por Beatriz, arma una auténtica guerra civil y promete desquitarse. Se incuban dos bandos, que también remiten a dos formas o corrientes literarias, que de forma muy simplificada podríamos denominar el Larismo teillieriano y la Metapoesía de Lihn.

Fue ese mismo año de 1963 que tuvo lugar el tan mentado duelo entre Jorge Teillier y Enrique Lihn, cuando éste, en compañía de Cecilia Casanova y Enrique Moletto, fue a importunar a aquél a la casa de Guillermo Atías, cuya esposa estaba embarazada. Atías, molesto con los golpes que Lihn le propina a la reja, lo conmina a retirarse, pero éste le aclara que no se largará hasta haber hablado con Teillier. “Eres un traidor, un felón, sal de inmediato de ahí y bátete a duelo conmigo, cobarde”, le grita Lihn con su voz gruesa y borracho hasta la omnipotencia al poeta de Lautaro. Y éste, agobiado de tanta irrealidad, decide salir al jardín y se dan de manotazos a través del cerco. Acuerdan reunirse en la Quinta Normal, en un día y a una hora prefijada y batirse a pistola. Un oficial de Ejército expulsado y novelista tardío, Germán Marín Sessa (1934), será el padrino de Teillier; en tanto, a lo menos tres fuentes distintas, nos deducen que el de Lihn será el dramaturgo Enrique Moletto.

En una reciente entrevista en video, Marín asegura que en la víspera del duelo, a eso de las 12 del día, ingresaron con Jorge al Café Indianápolis de La Alameda y bebieron obstinadas cantidades de cerveza, luego acudieron a la casa de Marín y éste, bastante nervioso, le pidió a Teillier hacerse cargo, en su condición de padrino duelístico, de la fatídica pistola. Cuando llegó la hora de acudir a la Quinta Normal, Teillier y Lihn no pudieron encontrarse, debido en parte a la espesa niebla que se abatía sobre la ciudad. Marín –que años después sería íntimo de Lihn sin renegar de Jorge– refiere que, sintiéndose en el fondo triunfadores a causa de la ausencia de aquél, celebraron con Teillier en los bares colindantes y pronto se marcharon a sus casas.

Beatriz por su parte, horriblemente ansiosa, al llegar su esposo le preguntó qué había ocurrido, y éste le respondió: “San Jorge mató al dragón”. Pero después Teillirer le aclararía que nunca hubo tal duelo, “porque el bravucón de Enrique no se presentó”, aunque años después Enrique Lihn le aseguraría a nuestra entrevistada, en una exposición de arte, que sí había acudido a la cita.

Lihn y Teillier –con la excepción de un encuentro en la SECH donde aquél acusó a éste de lanzarle miguitas de pan, y lo tomó de la corbata y lo insultó– dejarían de hostilizarse. Pero estuvieron distanciados durante 19 años, y se lanzaron ataques a través de poemas, ensayos o maledicencias varias. Tendrían que acontecer la Primeras Jornadas Literarias de Temuco, del mes de noviembre de 1982 en el Hotel Continental, para que Teillier y Lihn declararan una suerte de armisticio. El escritor Bernardo Reyes asegura haberlos visto discutiendo a centímetros el uno del otro en un rincón del hotel; pero sobre aquella circunstancia y no mucho antes de su muerte, el mismo Teillier asevera:

     “Me reprochan que hago chistes idiotas sobre cosas serias. Me lo dijo muy bien mi difunto amigo Enrique Lihn: que yo era una persona que escribía con sonido y con furia sobre cosas que no significan nada. Pero resulta que él está muerto y yo estoy vivo. Una pequeña diferencia… Él estaba resentido porque yo era feliz. Lee su poesía… Enrique es un gran poeta, y lo admiro como tal… Lo único válido es que el año 1982 en Temuco nos encontramos en el Hotel Continental, nos abrazamos y seguimos siendo amigos. Lo que pasa es que Enrique no entendía que la gente tuviera cierta tranquilidad y no aspirara a más de lo necesario… Miraba la muerte con rabia, con protesta, como Dylan Thomas. Rabia, rabia contra la luz que se extingue. Pero es un gran poeta, y eso nunca estuvo en discusión”. (nota 8).

La actividad literaria de Lihn durante la dictadura, que también incluyó videos, performances, comics y obras de teatro, fue bastante más cuantiosa que la de un Teillier al que sabemos replegado. En 1988, Enrique Lihn Carrasco, en medio de los progresos de un cáncer fulminante, redactaría, con un lápiz amarrado a su muñeca, su último libro, Diario de Muerte, acaso un nuevo subgénero literario. Y el 10 de julio de ese mismo año –el gran contradictor de Jorge, acaso su amigo más alto y de quien éste diría al final que era sin duda “un gran guerrero herido”– abandonaría las cosas de este mundo.

 

Del libro Nostalgia del Futuro, Biografía de Jorge Teillier (2015)

 

 ______________

Notas

nota 1: Lihn, Enrique. El circo en llamas, edición de Germán Marín. LOM Ediciones. Santiago de Chile, 1996, páginas 405 y 406.

nota 2: Lihn, Enrique. El circo en llamas, edición de Germán Marín. LOM Ediciones. Santiago de Chile, 1996, página 411.

nota 3: Lihn, Enrique. El circo en llamas, edición de Germán Marín. LOM Ediciones. Santiago de Chile, 1996, página 410.

nota 4: Lihn, Enrique. Porque escribí. Fondo de Cultura Económica. Primera edición, Chile, 1995, páginas 10 y 11.

nota 5: Fragmento del poema ‘Porque escribí’, del libro La musiquilla de las pobres esferas (1969), de Enrique Lihn.

nota 6: Fragmento del poema ‘Hoy murió Carlos Faz’, del libro Poemas de este tiempo y de otro (1955), de Enrique Lihn.

nota 7: Valdés, Hernán. Fantasmas literarios. Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Primera edición, septiembre de 2005, página 124.

nota 8: Olivárez, Carlos. Conversaciones con Jorge Teillier. Editorial Los Andes. Santiago de Chile, noviembre de 1993, páginas 109 y 110.

 

 

__________________

 

Luis Antonio Marín Cruces nació el día 11de febrero de 1972 en la Ciudad Carbonífera de Lota. Fue escritor y periodista. Vivió en Temuco desde 1980. Realizó estudios de Magíster en Literatura (Universidad de Chile) y un Diplomado en Escritura Audiovisual (Universidad Católica de Chile). Se desempeñó en radio y principalmente prensa escrita (Diario El Austral de La Araucanía como periodista y editorialista). Escribió el guión del cortometraje “El Informante”. Fue uno de los fundadores del colectivo de artistas “Juglares del Mapocho” junto a Roberto Flores, hoy radicado en Suecia, donde se dedicaba al teatro y a recitar poesía en las estaciones del Metro de Santiago. Publicó los libros Palacio Larraín (2006) en la editorial Calabaza del Diablo, Ciudad Sur (2011) y Nostalgia del Futuro, Biografía de Jorge Teillier (2015) en coautoría con Carlos Valverde Ortega, estos últimos textos con el sello editorial Del Aire. En el año 2023 se publica su novela póstuma Far West, en la editorial Mago Editores. Fue presidente del Colegio de Periodistas de Chile, Consejo Araucanía y también presidente de la Asociación de Escritores Juan Emar.  Fallece en Temuco en el año 2019.

*

Carlos Valverde Ortega (Temuco, 1986) es un fotógrafo, cineasta y periodista chileno. Estudió Dirección de Fotografía en el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (SICA) y en el Taller de Realización Cinematográfica de la EICTV de San Antonio de Los Baños, Cuba. Fue reportero gráfico en el diario El Austral de La Araucanía entre los años 2015-2020. Es coautor del libro “Nostalgia del Futuro, biografía de Jorge Teillier Sandoval, su primera publicación. En el año 2017 publica el libro “Jorge Teillier en Seis Puntos” en sistema braille para lectores ciegos, editado junto a Carolina y Sebastián Teillier. En 2023 edita el libro póstumo “Far West”, de Luis Marín Cruces. Actualmente vive en la ciudad de Lautaro.

Portada Nostalgia del Futuro, Trihue Ediciones

Jorge Teillier (Chile, 1935 – 1996). Poeta, traductor, profesor de Historia. Representante de la generación del 50 y principal exponente de lo que en Ch ... LEER MÁS DEL AUTOR