Probablemente navegamos juntos
Afro Blue
10:46
El disco gira rápido
en la pequeña radio del velador
Leemos el diario con una linterna
apuntada sobre la cabeza,
imaginas las letras que indican
algo sobre el tiempo
que pasaste con Margot,
la del tango, a principio de siglo,
en disco de vinilo.
Los primeros acordes, My favorite things,
versos grabados en piedra de braille,
impulsos a quedarse atento
y romper la elipsis.
Oímos a Coltrane gritar,
un golpe de calderón
no acallará las voces estentóreas
sepultadas entre disquerías de anticuarios,
no bastaría para este arte de la fuga
y la contingencia de cercenarse
escapando a la llamarada
de un negro muerto en Mississippi
Afro blue
un saxofonista con falta de vitaminas
y problemas dentales
tan temprano sucumbiste
en este arte de linchamiento y denuncia
compás del vino blanco
y los jardines de terciopelo.
Un cáncer al estómago
atora el aire del saxo,
los ladrones de discos
atesoran esas viejas ediciones
en sus estantes de abrigos largos,
el cementerio sube las acciones con el tiempo,
elaboran su recorrido
estudiando calmadamente la zona
Salen con un mapa
llevando a cabo su plan siniestro
Todas esas composiciones
que aguardan manos justas
y recompensas ostentosas.
En cambio, el astronauta del saxo sideral
aprendió a escribir como un ciego,
palpó el amor supremo de la afonía;
mientras tocan las bocinas allá fuera
la muerte aumenta el valor de los vinilos.
Los últimos acordes, Ruby, My Dear
Una simple balada, ¿un anticipo de liberación?
Aquí también hablan
de la hermandad y el perdón
pero siempre hemos sido
un país del tercer mundo.
Calles arrasadas por temporales
a expensas de la naturaleza,
borradas finalmente de la tierra
y convertidas en un museo salino,
a veces el poema es una cámara de gas,
asfixiante,
ilegible,
confabulado con la muerte violenta,
enredándose en las voces
dispuestas como una sesión de tortura.
Fuertes imágenes para provocar el shock,
pero a medida que superamos la adolescencia
se extienden las llamas
y a lo sumo no queda más que un gramófono
o una fotografía de dos frutos amargos
colgados en un árbol que recuerdan
las canciones de Billie Holiday.
La historia es repetitiva,
una aguja en la gramola,
el secreto no es la imitación
sino la reproducción insaciable
de la pérdida de sentido:
una matanza en el norte,
los nombres de las calles,
los gestos militares,
las coronas y las espinas pertinentes.
Leer la historia rusa o mexicana,
la discriminación de los africanos,
las hipotecas de los explotadores,
sus herramientas y discursos patrióticos,
unas cuantas justificaciones
sobre los lindes de la tierra,
o Edipo sacrificado por salvar al pueblo.
La música negra se repite
en cada rincón del mundo
con ironía y sorna;
el mar es una acuarela asfixiante
adornando Babel y una cordillera salobre.
En su noche se escuchan
los sonidos de una fiesta bulliciosa,
¿La Alejandría de Kavafis
o San Francisco de Ferlinghetti?
Gritos despavoridos de los vecinos
ignorantes de un Valparaíso
incendiándose
eternamente
con reflectores apuntando
a la arquitectura de la pobreza.
Travestis de empuñadura
cerrando tras suyo la puerta
a una costanera opresiva,
alguien silba en la calle Kind of blue,
el mar es un disco de vinilo, oscuro,
girando en la aguja de un tiempo sin retorno.
Pesca de arrastre
Por debajo de los palafitos
Las tuberías plásticas del desagüe,
Los palos de un bosque extinto
Y otros productos de los pinos
más delgados y blancos
Arriba, la boutique de la miseria
repite el espectáculo medioambiental,
música de jazz,
lagos,
aves
y palabras en inglés;
turistas con cañas de pescar y
anzuelos como una ofrenda al paisaje.
En las ventanas de la habitación
asoman otras aves,
rapiñas con alitas semejantes a las garras
que desean matar al padre,
perros guardianes de la noche,
del sentido y la violencia,
réplicas al interior de la casa
donde todo es escombro
represión
mordazas.
Al fondo del pasillo aparece una familia
Heredera y dueña del hogar,
Roban los muebles
las banderas, los libros
y otras usurpaciones menores
que rechinan en el piso.
Esto era tu libro:
el vaso de vino a medio tomar,
ceniceros repletos de colillas,
manchas oscuras en el paño de la cocina
Una resaca enorme que amanecía contigo
como ese silencio lleno de voces
y niños extraviados en la casa vecina.
Esto era:
bosque astillado,
fotografías desteñidas,
palafitos nimbados de telares, sin tierra, ni mar
objetos vendidos a los cuidadores
usureros
de la poesía chilena.
Sal descalza al jardín:
Está lleno de púas.
Los árboles han crecido
Los frutos se encuentran en su tiempo
El patio es grande
Puedes fabricar un camino de tierra
Subirte al banquito
Recoger las frambuesas
Y mirar al cielo.
Una a una ponerlas en un frasco
Y dejarlas en la mesa
Para cuando llegue tu hija.
Pronto ya no habrá jardines
Los árboles serán talados
Esta casa se vendrá abajo
Sal al jardín ahora
Aprovecha que las púas te claven.
Tarde en el hospital
“Aristóteles España”
“Aristóteles España”
retumbaba en los parlantes
de la sala de urgencias
colmada de atropellos,
suicidas, enfermos terminales,
lanzas constatando lesiones,
todos catalogados por gritos y dolor.
Pensé en Isla Dawson:
compañeros que a pesar de todo
se atendían por amistad.
Aquí:
los enfermos clamaban
agolpados en la urgencia
del Hospital Van Buren
en el purgatorio de los desvalidos
“Aristóteles España”
“Aristóteles España”
Llamaron por última vez
al poeta más joven de la prisión.
No vi pasar a nadie.
O quizá, si me esfuerzo, divisé una sombra,
un hombre calvo y bajito
caminando erguido
recto hacia el final.
Los molinos
Las estrellas conversan entre sí
Hablan en voz baja.
La luna las mira y protege. Es su madre.
Te ríes con esta historia.
Te pones nerviosa.
Pregunto si te gusta el mar
y lanzar piedras cada vez más lejos.
Dices “sí”, con la brevedad de tus dos años.
Recuerdo la última vez
que fuimos a la playa.
Vestías de color rojo y zapatos negros.
Dos horas riendo y lanzando patitos.
Cuando te murmuro cosas al oído
veo a mi madre.
Éramos dos islas o dos estrellas
conversando entre sí
como somos ahora nosotros.
Veo en tu rostro mi pronta vejez.
Vivir en el sur es desnudar los pies en el agua.
Probablemente navegaremos juntos,
el río está cerca,
lo caminamos a las ocho de la tarde
cuando solo pasan amantes o deportistas.
Internarse en el agua alegra estos días sin asunto.
Es grato pensar que las voces existan fuera del asombro.
Ahora eres tú la que murmura palabras inexistentes.
Ríes en la playa Los Molinos
Apuntas hacia un barco
que sigue el ritmo de nuestras miradas.
Conversamos sin entendernos,
una piedra en la mano izquierda
y la otra saludando a los pescadores
que resisten el paisaje.
¿Alguien falta para decirnos
que hemos sido felices?
Todavía estamos aquí.
En este mar y este río
que vieron pasar el sol y sus sombras.