Jorge Polanco Salinas

Probablemente navegamos juntos

 

 

 

Afro Blue  

 

10:46

El disco gira rápido

en la pequeña radio del velador

Leemos el diario con una linterna

apuntada sobre la cabeza,

imaginas las letras que indican

algo sobre el tiempo

que pasaste con Margot,

la del tango, a principio de siglo,

en disco de vinilo.

Los primeros acordes, My favorite things,

versos grabados en piedra de braille,

impulsos a quedarse atento

y romper la elipsis.

Oímos a Coltrane gritar,

un golpe de calderón

no acallará las voces estentóreas

sepultadas entre disquerías de anticuarios,

no bastaría para este arte de la fuga

y la contingencia de cercenarse

escapando a la llamarada

de un negro muerto en Mississippi

Afro blue

un saxofonista con falta de vitaminas

y problemas dentales

tan temprano sucumbiste

en este arte de linchamiento y denuncia

compás del vino blanco

y los jardines de terciopelo.

Un cáncer al estómago

atora el aire del saxo,

los ladrones de discos

atesoran esas viejas ediciones

en sus estantes de abrigos largos,

el cementerio sube las acciones con el tiempo,

elaboran su recorrido

estudiando calmadamente la zona

Salen con un mapa

llevando a cabo su plan siniestro

Todas esas composiciones

que aguardan manos justas

y recompensas ostentosas.

En cambio, el astronauta del saxo sideral

aprendió a escribir como un ciego,

palpó el amor supremo de la afonía;

mientras tocan las bocinas allá fuera

la muerte aumenta el valor de los vinilos.

Los últimos acordes, Ruby, My Dear

Una simple balada, ¿un anticipo de liberación?

Aquí también hablan

de la hermandad y el perdón

pero siempre hemos sido

un país del tercer mundo.

Calles arrasadas por temporales

a expensas de la naturaleza,

borradas finalmente de la tierra

y convertidas en un museo salino,

a veces el poema es una cámara de gas,

asfixiante,

ilegible,

confabulado con la muerte violenta,

enredándose en las voces

dispuestas como una sesión de tortura.

Fuertes imágenes para provocar el shock,

pero a medida que superamos la adolescencia

se extienden las llamas

y a lo sumo no queda más que un gramófono

o una fotografía de dos frutos amargos

colgados en un árbol que recuerdan

las canciones de Billie Holiday.

La historia es repetitiva,

una aguja en la gramola,

el secreto no es la imitación

sino la reproducción insaciable

de la pérdida de sentido:

una matanza en el norte,

los nombres de las calles,

los gestos militares,

las coronas y las espinas pertinentes.

Leer la historia rusa o mexicana,

la discriminación de los africanos,

las hipotecas de los explotadores,

sus herramientas y discursos patrióticos,

unas cuantas justificaciones

sobre los lindes de la tierra,

o Edipo sacrificado por salvar al pueblo.

La música negra se repite

en cada rincón del mundo

con ironía y sorna;

el mar es una acuarela asfixiante

adornando Babel y una cordillera salobre.

En su noche se escuchan

los sonidos de una fiesta bulliciosa,

¿La Alejandría de Kavafis

o San Francisco de Ferlinghetti?

Gritos despavoridos de los vecinos

ignorantes de un Valparaíso

incendiándose

eternamente

con reflectores apuntando

a la arquitectura de la pobreza.

Travestis de empuñadura

cerrando tras suyo la puerta

a una costanera opresiva,

alguien silba en la calle Kind of blue,

el mar es un disco de vinilo, oscuro,

girando en la aguja de un tiempo sin retorno.

 

 

 

 

Pesca de arrastre

   

Por debajo de los palafitos

Las tuberías plásticas del desagüe,

Los palos de un bosque extinto

Y otros productos de los pinos

más delgados y blancos

 

Arriba, la boutique de la miseria

repite el espectáculo medioambiental,

música de jazz,

lagos,

aves

y palabras en inglés;

turistas con cañas de pescar y

anzuelos como una ofrenda al paisaje.

 

En las ventanas de la habitación

asoman otras aves,

rapiñas con alitas semejantes a las garras

que desean matar al padre,

perros guardianes de la noche,

del sentido y la violencia,

réplicas al interior de la casa

donde todo es escombro

represión

mordazas.

 

Al fondo del pasillo aparece una familia

Heredera y dueña del hogar,

Roban los muebles

las banderas, los libros

y otras usurpaciones menores

que rechinan en el piso.

 

Esto era tu libro:

el vaso de vino a medio tomar,

ceniceros repletos de colillas,

manchas oscuras en el paño de la cocina

Una resaca enorme que amanecía contigo

como ese silencio lleno de voces

y niños extraviados en la casa vecina.

 

Esto era:

bosque astillado,

fotografías desteñidas,

palafitos nimbados de telares, sin tierra, ni mar

objetos vendidos a los cuidadores

usureros

de la poesía chilena.

 

 

 

 

Sal descalza al jardín:

Está lleno de púas.

Los árboles han crecido

Los frutos se encuentran en su tiempo

El patio es grande

Puedes fabricar un camino de tierra

Subirte al banquito

Recoger las frambuesas

Y mirar al cielo.

Una a una ponerlas en un frasco

Y dejarlas en la mesa

Para cuando llegue tu hija.

Pronto ya no habrá jardines

Los árboles serán talados

Esta casa se vendrá abajo

Sal al jardín ahora

Aprovecha que las púas te claven.

 

 

 

 

Tarde en el hospital

 

“Aristóteles España”

“Aristóteles España”

retumbaba en los parlantes

de la sala de urgencias

colmada de atropellos,

suicidas, enfermos terminales,

lanzas constatando lesiones,

todos catalogados por gritos y dolor.

 

Pensé en Isla Dawson:

compañeros que a pesar de todo

se atendían por amistad.

Aquí:

los enfermos clamaban

agolpados en la urgencia

del Hospital Van Buren

en el purgatorio de los desvalidos

 

“Aristóteles España”

“Aristóteles España”

Llamaron por última vez

al poeta más joven de la prisión.

No vi pasar a nadie.

O quizá, si me esfuerzo, divisé una sombra,

un hombre calvo y bajito

caminando erguido

recto hacia el final.

 

 

 

 

Los molinos

 

Las estrellas conversan entre sí

Hablan en voz baja.

La luna las mira y protege. Es su madre.

 

Te ríes con esta historia.

Te pones nerviosa.

 

Pregunto si te gusta el mar

y lanzar piedras cada vez más lejos.

 

Dices “sí”, con la brevedad de tus dos años.

Recuerdo la última vez

que fuimos a la playa.

Vestías de color rojo y zapatos negros.

Dos horas riendo y lanzando patitos.

 

Cuando te murmuro cosas al oído

veo a mi madre.

Éramos dos islas o dos estrellas

conversando entre sí

como somos ahora nosotros.

 

Veo en tu rostro mi pronta vejez.

Vivir en el sur es desnudar los pies en el agua.

 

Probablemente navegaremos juntos,

el río está cerca,

lo caminamos a las ocho de la tarde

cuando solo pasan amantes o deportistas.

 

Internarse en el agua alegra estos días sin asunto.

Es grato pensar que las voces existan fuera del asombro.

 

Ahora eres tú la que murmura palabras inexistentes.

Ríes en la playa Los Molinos

Apuntas hacia un barco

que sigue el ritmo de nuestras miradas.

Conversamos sin entendernos,

una piedra en la mano izquierda

y la otra saludando a los pescadores

que resisten el paisaje.

 

¿Alguien falta para decirnos

que hemos sido felices?

Todavía estamos aquí.

En este mar y este río

que vieron pasar el sol y sus sombras.

 

Jorge Polanco Salinas (Valparaíso, Chile, 1977), poeta, ensayista y cronista. Ha publicado los libros de poesía: Las palabras callan (Altazor Ediciones ... LEER MÁS DEL AUTOR