Piedra infinita
(Fragmento)
Piedra infinita
Porque compacta sombra,
o soledad,
perpetua soledad a plomo,
témpano de silencio,
rígido limbo y piedra,
tienen la misma réplica, oh cóncavo nefasto, igual
ecuación fría,
responden con un eco de margo símbolo en la sangre.
Tembloroso, sonámbulo, tornasol, taciturno,
aguzo el corazón, palpo la piedra:
frío gesto unitario,
fruto cumplido en ámbito ya duro,
tiempo cerrado, autónomo, infinito.
Secreta mar prende en su acantilado -laurel de he-
rrumbre- un alga cárdena.
La luz del mundo vela de tacto y ojos, ciñe de aureola su proeza,
oh, graduada de quilate inmóvil
y cetro lívido de esfinge.
Déjame que afronte su oráculo,
que escuche su vertiginoso silencio,
que libe su fatídico polen, su planetario acíbar,
negra oveja de lápidas en redes de tinieblas.
En el viento frontal que inunda lampos de páramo y olvido,
la carne siente su visel de hueso,
esta premura misma de la sangre
es sólo fuga que se alcanza pronto.
Ampárame a reverbero, corazón, que arrostro el témpano infinito.
Los siglos le zumban en el núcleo a modo de un enjambre eterno.
No hay laberinto de más vértigo que el de su isla fría.
Piedra es piedra:
aleación de soledad, espacio y tiempo,
ya magnitud, inmemorial olvido.
El hombre quiere amar la piedra, su estruendo de piel
áspera: lo rebate su sangre.
Pero algo suyo adora la perfección inerte.
Hay durezas, caparazones, formas tristes, con agua o
grumo vivo dentro,
Ella, sin brizna de entraña, mármol lleno de mármol.
Acaso algo terrible habilitó su caracol profundo;
de esperar, siglo a siglo, la valva cerró por intemperie.
Caída al fondo de ese abismo palpable en sus márgenes de espanto,
árida espalda yerta, féretro de lo estéril,
ecuador de lo triste,
no es ni desdén: ignora redonda en su materia sorda,
íntegra, nada, nunca.
Geometría en rigor, sola en su límite,
ceñida cantidad, estricto espacio,
asignatura ciega, pieza hermética,
contrita y sin piedad, armada en temple,
cuadrada en su sostén, compacto término,
duro numen del número,
sin pórtico al sueño ni a la lágrima.
Si absorbe no incorpora, ajena al vello de los líquenes.
El fuego no es su dádiva, es ardiente
secreto que el hombre le inventó buscándose.
Sentid: ni ruda música primaria,
cajón sordo, yunque seco, ataúd del sonido.
El hombre tiene ojo azul para la brizna,
tierno bisel, cándido escorzo al tornasol furtivo.
Puesto a pulsear la piedra
– oh arpa negra de bruces
desolada, asolada -,
fulge un iris nocturno por su sangre,
y un pavo de liturgia le consterna como párpado lóbrego,
ya su recinto huésped de lo aciago,
porque la honda bóveda canta, requerida canta, fiel,
en eco puro.
Puesto ya a orar,
puesto a llorar orando,
tiembla de la inocencia que en fulgor le asiste,
como una melodía en el silencio que se dilata y la circunda,
oh víspera del ángel sabio de la celeste fábula,
cuyo valor revuela cenital como un águila de arpegio.
Qué latitud, entonces, del corazón, qué zona dulce emerge,
-ráfagas de memoria y márgenes de olvido-,
donde la piedra flota sin reverso en la luz,
diáfana pluma, copo azul de espacio.
Pero la bestia mineral embiste al sueño.
El frío aliento que sopla su célula,
su faro de hielo, su mano de escarcha, apaga mi aura pura.
La piedra pierde en mí su maroma de lágrimas.
Al fondo de los ojos su puente ciego se derrumba,
rebota en el corazón su arquitectura aciaga,
y alza otra vez a fiel su flota
anclada a eterna dársena y silencio,
soldada fósil sobre su agua dura.
Bultos de azar y signo.
Torreones solemnes.
Ni terrestre, ni marina, ni natural, anónima península.
Un ácido de sueño vertical, infinito,
cae desde la piedra hasta la sangre.
Patria sin súbdito,
oh abrupta silenciosa,
monótona profunda,
colectiva unitaria,
unánime infinita.
Qué viento alzó su remolino seco desterrado a escarpa,
que aún sopla en lo inmóvil,
meridiano de eternidad, eje del eje de la inercia.
A PIE de piedra baja la cascada compacta.
Islas y mar de piedra.
El ala de vorágine que abatió lo tremendo
esparció lo derruido:
oh pormenor luctuoso, oh múltiplo siniestro.
Vestíbulo del páramo.
Foro de túmulos,
teatro de sarcófagos,
estadio de héroes grises, ateridas panoplias
sobre acéfalas mitras,
bruscas estatuas vueltas en un ébano absorto,
atrios truncos
y fábulas de logias y archipiélagos.
Ni aún destruida la piedra releva su destino, su número nefasto.
El escombro hace pie, busca tutor, se hereda en su vestigio.
Cetro gris, pavoroso, intacto en el menhir, restaurado en el dolmen.
Derramada en segmentos,
repartida en posturas,
piedra sin amnistía,
siempreviva de muerte.
Concéntrica de edad, imbricada de tiempo:
qué apoteosis de espanto
glorifica sus aras.
Apócrifas guirnaldas trepan sus catedrales,
interrumpen sus sótanos
pulpos de catacumbas.
Atajos de masacre
con un crimen remoto.
Formas de orden sin término
y fractura furiosa,
terrazas de agria escama
y arrecifes de herrumbre,
lívidos holocaustos,
goznes de acetileno,
escafandras de hollín y cobre púrpura.
Y un espectro de eclipse
trasciende su emporio atroz de inercia,
la infinita clepsidra,
el siniestro carámbano.
No hay pavor en el polvo.
Ved la piedra inclemente,
ahincada en su talud,
empinado en su orgullo.
Su columna tremenda de esplendor lamentable,
efigie de furor sin nadie en sus efemérides.
Un iris de altitud, un ojo múltiplo,
a pura, fría cólera, vigila vertical su amén perpetuo.
EL ÁRBOL es un pensamiento de la tierra.,
bulle y fulge en la atmósfera con su rito de pájaros;
semáforo del alba sus veletas al viento,
escultura de pecho circular al paisaje.
El alma oral del agua tiembla en cuño verde, en cauce de frescura,
su géiser hace fiestas a la sangre,
si echara a andar, nos besaría en el corazón, labio por
grumo, hoja por hoja.
La piedra es un terror que fue un dolor remoto,
cicatriz milenaria toda costra de piedra,
dimensión sideral de la muerte,
muerte inmemorial, cadáver sólo eterno,
lo que no participa ni aún asiste.
En vano la lluvia, a largas manos de caireles, busca
acento en su omóplato,
en vano la vida quiere abrirle un hondo cáncer.
(LA PIEDRA acosa al hombre,
lo asedian sus espectros,
por el reverso de la sangre suelta sus meteoros fríos,
en campos de vigilia fulge su heráldica siniestra,
empuña su perfil de crimen, verdugo de los sueños.
De espaldas, entre lo opaco inútil por traslúcido,
el corazón en cruz por un sollozo,
despierto, náufrago fugitivo de una liturgia amarga,
desnudo hasta los huesos por un lívido lampo.
Oh lecho de cruel espejo estéril,
ras a ras de su intemperie seca,
-un cráneo bajo el cráneo, un fémur a lo largo de los fémures-
tálamo y catafalco,
en nupcias con mi propia forma blanca yacente.)
PIEDRA por piedra,
desierto sólido, áspero alcázar,
nudo macizo hasta lo negro.
Piedra o enigma de lo abstracto
o realidad de un mito puro,
olvido de Dios ya Dios de olvido.
La piedra tiene un ídolo de edad perpetua.
El hombre siente cancelar su orgullo,
prosternar su sangre.
Un gran embudo frío sorbe desde el témpano.
Todo a su alrededor cae en el rito inmóvil.
Oh nombre de cábala que el corazón canta y escucha,
aldaba del oráculo,
incógnito en sus ecos por espectros de símbolos,
su ráfaga de enigma bate la sangre,
repercute diagonal en la frente:
tras el tumulto queda su versión del silencio.
Parapetada en su baluarte,
invicta en su reducto,
ancha y honda en su esfinge,
alrededor de sí sobre su piedra inerte,
apretada y henchida:
piedra en piedra de piedra.
Quien mira sus resquicios,
quien busca su consigna por los sueños,
promueve lo terrible, comete el holocausto de sus ángeles,
invalida lo puro, asimila lo acerbo de su numen,
tras la dura pasión el infortunio brota en negras lianas,
porque el dolor bebe la forma de un dios amargo entre las sienes.
luego se llena de ébanos el corazón, la voz se llena de ébanos.
ENAJENADO, mártir del soplo hasta un nivel de estigma,
solo de sola soledad consigo,
cuando restalla el rapto,
ese pavor del vítor en la frente,
-angustia vuelta fulgor, alta vigilia lúcida -;
oh atónito poseso
con su furia sagrada y su cólera ímproba de héroe,
mirando así, cantando,
sangre contra piedra,
hasta que el témpano se desvanece en humo,
hasta que el humo fatuo, de tornasol a tornasombra,
refracta un hombre que lo mira.
– Te conozco, oh el abstracto, en tu lento remolino de círculos,
me conoces, ausente, a quien pierdo mirándome,
translúcido.
No enturbies tu cristal, detén el móvil prisma, tu mímica de niebla,
oh emparedado, espiándome por atajos de sombra,
asimilado a grietas y resaltes,
a un parpadeo huyéndome por galerías blancas como
un limbo inocente.
Ten confianza en mi lealtad de tierra:
apacigua esa pátina en que escondes tu equívoca vislumbre,
espejo como linfa pulsado por uñas como espinas,
guitarra del espectro que asoma en el fondo de su arcano,
tenebrosa cariátide que trasluce la forma en que pernocta.
Oh magnético azogue:
la seca mina triste aflora en lo dentario,
en la veta del pómulo furtiva,
en el filón de nácar saledizo a las cuencas.
Tácito huésped,
rostro de faz abrupta prófuga en mi delirio,
remoto mi sereno pavor, hasta lo impávido:
te apoyaré la frente,
seco empeine transido por la tuya de hielo.
Mírame, blanco búho frontal, mírame con tu tiempo de máscara,
con los vanos creciendo de un solo túnel,
cíclope-girasol con su cara de un ojo en éxtasis al limbo,
arrastra al corazón su torbellino impuro,
su frío aventa en seco la urdimbre de la pulpa,
delata el árbol óseo, los rígidos estambres.
Oh lira de los huesos llena de abejas tristes de la sangre,
la mano del arpegio se cierne hasta el tañido,
demora un aleteo confuso de presagio
su mariposa abierta recóndita en mi polen,
acá, donde gajo a gajo estalla orquídeas el delirio,
acá, donde el limbo devora una a una mis luciérnagas.