La revolución recorre el cielo
La poesía es un lenguaje donde todo se dice
La poesía de Jorge Aulicino es de las expresiones más contemporáneas que hoy forman parte de nuestro quehacer poético. En ella se ve el mundo reflejado, con la seriedad y el humor necesarios como para abarcar todo lo que existe y ser testigos de ese proceso.
Objetivista, cerca de la narración, la voz poética describe y metaforiza la realidad, sin circunvalaciones ni disfraces que amortigüen el golpe del lenguaje en nuestro centro. Para que ello sea posible, hay una conversación con la tradición clásica, con protagonistas emblemáticos de la historia, de la literatura y de la filosofía, donde por momentos reafirma ese pasado y otras veces propone una modificación de sentido.
Poesía original, poesía de voz reconocible y única, estamos ante uno de los poetas más importantes de Argentina, quien continúa su camino de creación. He aquí nueve poemas que reafirman y celebran la condición de poeta de Jorge Aulicino.
Por Enrique Solinas
Poemas de Jorge Aulicino
Mi vida en el arbusto de los fantasmas *
Éramos fantasmas de la Revolución
en una ciudad inmensa y pampa.
Fantasmas endocrinológicos de mala digestión,
noches de sueños colorados.
mástiles, barcos con la quilla en alto
en el Báltico.
Stalin con bigotes de nieve y barro.
Magaldi cantaba “no cantes que Olga no vuelve”
en un verano tórrido de 1957 bajo los árboles
-explosivos plátanos verdes en el suburbio de Buenos Aires-,
veranos con moscones y heladeras a hielo
que engendraron al Hombre de la Barra de Hielo.
Éramos fantasmas incomprendidos por “la masa”.
O quizá la masa nos comprendía demasiado.
Un fantasma me dio miedo un invierno del setenta y algo,
el de Ostrovski, el que escribió Así se templó el acero.
Sangraba de la cabeza. Tenía un sable cosaco ensangrentado.
“En el norte”, me dijo -para ellos, Siberia- “han avistado
un Objeto Volador No Identificado
y yo creo, me temo, la Revolución fue abducida
y ahora, a unos mil millones de kilómetros terrestres
de distancia,
la Revolución recorre el cielo.”
* My Life in The Bush of Ghosts, Brian Eno, David Byrne, 1981.
Renacimiento
El papa Francesco Della Rovere, Sixto IV, y Lorenzo de Medici
comerciaban alumbre,
que sirve para fijar los colores en las telas,
cuando Sandro Botticelli pintaba el Infierno de Alighieri en
colores
y Andrea del Verrocchio le enviaba a Lorenzo las señas de
Leonardo Da Vinci: “Doble en el callejón, segunda puerta” etc.
y Leonardo examinaba por dentro el cadáver de un descreído
para comprender “la máquina de Dios”.
Niccolò dei Machiavelli llora la patria
Se presiente el aura inodora de la pureza cada
vez que se acercan temerosos, histéricos de meter
los pies en el barro, ávidos de pelearse con el Papa
como si fuera de la familia, pero ignoran el amanecer
sobre los tejados de una ciudad canalla, el reír “en la
taberna con glotones” y en la iglesia orar.
Harto me siento del martirio auto
infligido, las mentiras de la revolución
y la pureza, el juego heroico para borronear
la mancha del nacimiento.
Política, sucia, efímera, purulenta:
la sopa del pueblo, el vagón
del cura y el peón.
Eres digna ante esta impoluta
novísima nobleza.
Terribilis elementum
El cálculo de probabilidades indicaba
que era muy probable tener varias novias
con el mismo nombre
a lo largo de una vida; sobre
todo si se mantenía uno en el rango
de la propia edad: nada de mujercitas.
Por la calle roja iba un auto gris;
o por la calle gris iba un auto rojo.
El comienzo de siglo movía los colores
de lugar, pero siempre de modo simétrico,
sin contradicción con el lenguaje oficial,
que establecía una métrica, un ritmo,
y sobre todo un vocabulario según el cual
era preferible decir domicilio que casa,
residencia que hogar, cambio social en
vez de revolución (o siquiera revuelta).
Amó a tres mujeres con el mismo nombre
y cuando lo cortejó una dama veinte años menor
decidió cambiar el rojo por el gris,
la residencia por el hogar
y el cambio social por la mutación.
Pero era tarde, tarde, Hegel se esfumaba
en la ventana, los lobos gruñían en torno
de la lámpara; crujía el andamiaje
de los edificios en refacción;
la estepa rondaba la habitación
como un fantasma y era mejor dormir
entre las piedras de la propia abadía
o mirar series sobre asesinos o espías.
Deus castrat sed non occidit.
Circa statumpurgationis, quaefiet per ignem
Oh tú que andas en calzones, mira
si te filman por la ventana de la
habitación, el cuarto iluminado.
Aunque no temas al ridículo
recuerda que no es la función
del demonio perdonar, pues no
juzga, su delectación pura es el
mal eficiente, acepta con goce
la tarea, hundirá tu cabeza en la
masa hirviente.
Oh tú que estás por afuera
del sistema, piensa en el
sacrificio de las vacas y por
consiguiente cómelas de modo
sagrado, no sufras respecto de
un imposible veganismo, sus ojos
iluminan tu conciencia, el corazón
de este país es el campo, el campo
no el oscuro brezal, no los male
ficios. No hay senderos de brujas
en la pampa,
rampa
el cielo un ave azul,
se alza el tero chillando,
jóvenes mujeres son arrastradas
al abismo de la prostitución
y el espionaje pero se mueven
como esculturales campesinas
en el tramonto del alba.
Memoria fenicia
Hermosos gatos guardan la playa trasera del supermercado.
Se alimentan de ratas y beben agua que les dejan en un plato.
Un ángel de alas embarradas volaba sobre la calle Maza.
Descendió sobre mí y me dijo inefables palabras.
Entendí sin embargo por qué naufragaron cóncavas naos
en el Mediterráneo y otras fueron hundidas a cañonazos.
Sobre los movimientos y hábitos de las plantas trepadoras *
Darwin tuvo un momento de íntimo recogimiento
en 1863 durante una convalecencia. Solo la
obligada quietud le permitió observar
los zarcillos de los pepinos y cómo buscan
éstos enzarzar cualquier objeto a fin de
sostenerse en él y evitar gastos de energías en
construir un tallo grueso y firme
que transportara las hojas hacia la luz.
Esto es, la inteligencia obra con el menor movimiento
y no cree en la pasión de los porotos mágicos
que crecen de sopetón hasta el cielo
como si una planta rastrera lograra, por el ímpetu de
su pasión, llegar a Dios, más allá de las nubes, de
los giros que solo una cámara
podría grabar paso a paso un siglo después:
el giro objetivista de
los zarcillos de las plantas de pepinos
en el alféizar de Darwin.
Quien
había visto montañas de conchillas.
desiertos, indios más allá
de lo que consideraba
aceptablemente humano;
cueros secos, tormentas,
glaciares, islas de guano,
tortugas, arrebatos, sífilis,
gusanos,
agujeros de bala,
capitanes tiránicos
envueltos en gabanes
endurecidos por el frio,
y ahora miraba solamente
-como un poeta entrerriano-
el movimiento inteligente
de los pepinos.
* On theMovements and HabitsofClimbingPlants, Charles Darwin, 1865.
El idilio imposible de la señora Tampico
y del señor Magaldi
La señora Tampico toda
estaba hecha de signos rúnicos
que se reordenaban cada
mañana.
Pero la señora era ignorada.
La propia señora Tampico no
interpretaba
de su cuerpo las runas
que para ella
no eran runas, sino árboles,
plantas, cosas,
baldes, sartenes,
caminatas, pantuflas,
fuego, agua.
El señor Magaldi
cuando llegó a la morada
en la colina donde habitaba
la señora Tampico,
supo que era viuda
de un marido y de sí misma,
pero ella lo ignoraba.
El señor Magaldi locamente enamorado
de la señora Tampico entendió que su amor
era un desvío de algún camino que él
también ignoraba.
No obstante viendo que su amada
se deshacía y rearmaba
en runas cada mañana
convocó a adivinas, pitonisas y magas.
Cada una le dio un mensaje distinto de las runas.
El señor Magaldi estalló en cólera y lágrimas.
“Es que -le dijo la adivina de Mantua-
el mensaje cambia cada hora,
pero la lentitud humana
lo ve cambiar cada mañana”.
Magaldi
entendió algo sobre la relatividad de los cuerpos
en movimiento.
Y se hizo cantor ambulante.
Dinastías
Volaban papeles en remolino en torno
del coronel Cañones -en el otro cuarto
Isidoro exhalaba su aliento a whisky
sobre la almohada-;
el amanecer en la urbe
lo distrajo de un pensamiento:
el desierto
inconmensurable abierto*
donde todo ocurría a lomo de oveja,
carne del desierto.
El sol del desierto, el indio
corriendo a los marcianos con una alpargata,
o esa vez en que trémulo de pavor se pensó bravo
y acometió feroz ** contra los chinos
o quizá eran coreanos,
-o japoneses-,
que iban a instalar una bomba atómica en el Chubut.
Jamás, se dijo, mi sable se manchó de sangre
y dormitaba en el cuarto de huéspedes
de la estancia del cacique, y sin embargo,
¿qué culpa es esta? ¿este bajo fondo del heroísmo?
este arrabal del planeta recorrido por el tornado
de mi remordimiento.
Patoruzú ha ganado la batalla, su tierra
se asienta sobre un imperio sumergido,
dinastías de bronce y barro, tangos bailados en ojotas…
Sin embargo, me come el corazón una deuda…
Luz es lo que la gente necesita, luz y viento, eso solo
es la vida, efímera, circunstancial, hueca,
para que en ella soplen canciones y fantasmas.
—
*Esteban Echeverría, La cautiva.
** Glosa de Almafuerte, Sonetos medicinales.
[2023-2024]
-Jorge Aulicino, El hombre del codo en la ventana (inédito)