Puerto de caballos
(Traducción directa del portugués de Damaris Calderón Campos)
RUBÉN BRAGA Y EL HOMBRE DEL FARO
Es necesaria vocación
en la carrera de farero.
Consta de servicio civil,
tiene obligaciones y derechos.
Pero no se entra en ella como
en cualquier otra profesión:
entrar para ser farero
es como entrar en una religión.
Es como unirse a la Iglesia
en una orden contemplativa,
pues un alto cargo se cabalga
vacíos propicios a la mística.
En la torre solo, más: aislado
de todo lo que hace un transeúnte,
habita la línea fronteriza
donde el espacio y el tiempo se funden.
El mar alrededor del faro
es cual reloj sin punteros.
El farero ensimismado,
sin compañía ni del espejo.
El farero está desnudo
mirado por las ventanas
que lo cercan por todos lados,
para la nada siempre abiertas,
sobre todo para esa nada
que hay en la frontera espacio-tiempo:
el silencio que amortigua como
almohada de algodón denso.
Ahora la nada abierta alrededor de él
lo lleva a la posición uterina,
cerrándolo todavía más en sí mismo,
habitando la entraña más íntima,
ahora se disuelve el farero,
que aunque despierto se anula:
a las vías de la contemplación,
cualquiera de las dos, si quiere, usa.
Rubén Braga una vez intentó
salvarlo de lo no metafísico:
fue a visitar a un farero
titular de una isla de Río.
Rubén Braga luego decide:
no es un hombre de introspección.
Ve que precisa de diálogo,
es retraído, pero no tanto.
De regreso a Río, en los periódicos,
lanza un llamado: que donen
victrolas, radios, cualquier voz
al navegante sin navío.
CRÍMEN EN LA CALLE RELATOR
“¿Crees que maté a mi abuela?
El doctor anoche me dijo:
ella no pasa de esta noche;
mejor para ella, tranquilícese.
A media noche ella se despertó;
no del todo, sólo de sed
y pidió: Dame pronto, hijita*
una poquita de aguardiente.
Yo tenía sólo dieciséis años;
sola, en casa, con mi hermana pequeña:
cómo poder no atender
la orden de una abuela de noventa?
Ya vi gente resucitar
con un simple sorbo de cachaza
y arrancarse por bulerías *
la gente más enojada.
Y más: si el doctor ya había dicho
que la noche no pasaría,
por qué negar una voluntad
que a un condenado se haría?
Fui a ese bar de Pumarejo
casi esquina de San Luis;
compré de fiado una garrafa
de aguardiente (cazala y anís)
que le di cuidadosamente
como una poción de farmacia:
Hijita, bebí lo bastante*,
dijo con aire de comulgada.
Luego entonces volvió a dormir
sonriendo en sí como beata,
una semisonrisa de gracias*
a los santos óleos de la garrafa.
Por la mañana se despertó ya muerta
y, aunque fría y de madera,
tenía la difunta todavía la risa
que el aguardiente le encendiera”.
*En español, en el original.
PUERTO DE CABALLOS
Por Santana de Dentro de la curva
de “Panadería su Castor”
el Capibaribe es más íntimo:
perro que me sigue sin miedo.
Había oitizeiros (cortados),
las casas de antiguos tíos,
ahí está el muro secreto de la Rueda,
como la caridad, blanqueado.
Después, el Puerto de Caballos,
de nombre gratuito o perdido:
es ahí que el río se remansa
y en la siesta habla a su amigo.
Este amigo que él escogió
entre mis hermanos y mis primos,
tal vez porque, menos hablador,
menos que hablar, era de oídos.
O tal vez porque en el chico
sintió al amigo-enemigo,
el que entiende lo que dices,
mas qué dice otro, en otro ritmo;
sea lo que sea, en el remanso
que hay en Puerto de Caballos,
el Capibaribe, en silencio,
(estaba un poco sorprendido),
el Capibaribe repite
lo que dice y yo conté en Río,
y más de una vez repetí
en poemas de algunos otros libros.
Me dice de soslayo, no me dice:
su voz son los olores que recuerdan,
como Combray regresa a Proust
cuando lo convoca la “magdalena”.
CIUDAD DE NERVIO
¿Cuál es el secreto de Sevilla?
Saber existir en los extremos
como llevando dentro brasas
que se reavivan en cualquier tiempo.
Tiene la textura de la carne
en la materia de sus paredes,
buena con el cuerpo que la acaricia:
que es femenina su epidermis.
Y tiene el esqueleto, esencial
a un poema o a un cuerpo elegante,
sin el cual siempre se deforma
todo lo que es sólo de carne y sangre.
Pero el esqueleto no puede,
él que es rígido y de yeso,
encender la llama que tiene dentro:
Sevilla es más que todo, nervio.