Jennifer García Acevedo

Sobre la necesidad de nombrar

 

 

 

 

SOBRE LAS JAULAS

Allí donde el animal atiende la urgencia de huir, donde la luz desaparece y el grito se hace carne en un lenguaje incomprensible, ningún Dios habla. Todos saben de esas prisiones detenidas en el tiempo, con sus voces huérfanas y sus formas laberínticas. Pasan de largo como por un puerto destruido, tocan sus barrotes como si tocaran los utensilios cotidianos, y en el rostro del tigre cansado advierten una ruina que no es la suya. La permanencia del animal en la jaula semeja la caída del hombre hacia un mundo que lo desconoce, el cuerpo que se precipita, ciego, resistente a los hilos que cortan los dedos. Cada descenso trae consigo una sentencia de huesos y ceniza trazada sobre la frente, una pulsación del índice sobre la región oscura, un ojo que despierta cuando todo se ha ido. Tarde reconocemos que en la boca del tigre también se revela nuestra herida abierta.

 

 

 

SOBRE UN CUADRO DE CASPAR DAVID FRIEDRICH

Un barco se multiplica frente a nuestros ojos, de sus velas penden las espadas que aniquilarán a los hombres. Ningún ángel podrá salvarlos, ahora que los animales duermen lejos y el paisaje se revela en una caligrafía extraña. Caminan hacia él impulsados por un gesto ciego, extraen la sal de la ola para cubrir su herida, mientras la tarde se cierra y la sangre fluye hacia otros lugares. Nadie es lo suficientemente viejo para morir o lo suficientemente joven para salvarse. En todos se revela la sombra y la intemperie. Ahí surge el misterio, bajo los signos secretos del aire, en el vértigo que no distingue de nombres, en la universalidad de la muerte y de la luz. Aquellos que vagan por la vida como por una estancia del sueño, comienzan a desconocer su destino, observan el incendio en el río y no temen, escuchan el canto de los ahogados, tocan las puntas de las lanzas, y cuando el asesino señala con su rifle, cierran los ojos y esperan. Eso que los lleva a su descenso, los acerca también al origen, en el que extraviados, con la plena ignorancia del mundo, se arrojan al mar y ven sus manos salir a la superficie. A diferencia de ellos, poco puede decirse de los que conocen la inmolación y la niegan, esos que nunca aprendieron de la mosca y su fugacidad o recibieron con humildad los estragos del invierno, para ellos la muerte es una casa lejana, repleta de huéspedes y campanarios, donde nadie más debe entrar. Al final del día no habrá que insistir en la permanencia y esconderse. La tierra siempre abre su pecho para encontrarnos.

 

 

 

SONIDOS

“Alguien muere cada vez que elegimos el silencio”
María Clemencia Sánchez

 

Cada sonido que viene desde el fondo de la casa tiene la forma de un tigre caminando en puntas. El estremecimiento de las cucharas que caen indecisas sobre las losas, su contacto con el suelo que desencadena en la ilusión del vértigo. Aprendimos a recibir con humildad el sonido de las cosas más tristes: la llave sobre la cerradura, el rayo a mitad del día, las cajas de cartón en las que se inscribía demasiado pronto la señal de las mudanzas. Pero nunca supimos cómo retener el camino del cuchillo trazando un nombre sobre el vidrio, ni el golpe del portón tras la despedida del padre. En la cocina la madre custodia la caída, su papel es el mismo que el de un Dios cavando su reino mudo en lo hondo del patio. Al igual que ella las mujeres de la casa aprendieron a rendir su homenaje al silencio, por eso nunca cerraron la puerta antes de la partida.

 

 

 

PESCADORES

Un día llegan los que profesan el oficio de la pesca, hablan del mar como de una mujer conocida, dicen que es agua y no sal lo que toca la red cuando es arrojada al vacío. Dentro de los barcos se sostiene la luz como una mano abierta, resistente, igual que el grito sometido a la desgarradura. Los pescadores creen en el agua como los demás hombres creen en Dios, en su lenguaje la palabra sed cobra más valor que la palabra historia, aunque ambas las hayan padecido tantas veces. “Toda el agua del mundo es dulce” dicen los pescadores de río. “Toda el agua del mundo es salada” dicen los pescadores de mar. Desconocen que no es lo mismo nombrar al tigre que nombrar cada una de las manchas verticales que cubren su cabeza.

 

 

 

SOBRE LA NECESIDAD DE NOMBRAR

“Alguien debe hacerse cargo de lo que no se sabe”
Jorge Cadavid

 

No existe aquello que no se nombra, solo lo que se nombra existe, dicen los hombres todo el tiempo, pero hay quienes nombran el mar para acabar con la sed del mundo y quienes nombran la fiebre como si revelaran la aparición del sol entre los huesos. Pregunto por lo que existe, y en cambio escucho a las mujeres dar un nombre al hijo que nunca tuvieron, las veo mecer su sombra hasta el amanecer, mientras llenan de leche una vasija de la que nadie bebe. He visto también a hombres ciegos hablar del relámpago como de un objeto conocido, señalar la intensidad de su luz y su recorrido hasta el suelo, luego están quienes aseguran haber visto a Dios de pie sobre el agua. Entre tanta verdad improbable y tanta visión amenazadora, la incertidumbre es nuestro consuelo. ¿O acaso bastaría con nombrar la cuerda imaginaría para que fuera posible sujetarse de ella?

 

Jennifer García Acevedo (Medellín, Colombia, 1995). Poeta, gestora cultural y tallerista. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas, periódicos y antolo ... LEER MÁS DEL AUTOR