Jaime Londoño

En los barrios viejos

 

 

 

 

 

Ánimo a dos manos

 

—No saltes

sugieren las voces de paso

al recordar que allá no se diferencian las horas,

días y noches son paños

mudos y teñidos de barro

—Salta

arengan los días de tus días ya muertos.

Tu nombre olvido y todo tu exaltado yo

al llegar barrerá

la gente atormentada del andén

—No saltes

murmullo tras murmullo hemos visto en el humus

el lento deambular del gusano

que se aproxima a degustar las yemas de tus ojos

—Salta

somos las heridas y sabemos cuán inútil

se yergue la esperanza;

en mortaja, ya sabes lo que eres

—No saltes

esos presagios que te hablan

se escaparon de la vida

flácida,

sólo van de ventana en ventana

pidiendo limosna a los paupérrimos

que añoran el día plañidero

—Salta

tu viaje son escombros,

cenizas de polvo hechas ceniza,

ideas funámbulas que trataron de volar

con rocas en el cuello

y un mar de soles apagados en el bolso

—No saltes

hay pájaros que traen con el pico la estación

y el filo del sol en la memoria,

hablan en voz baja y sin embargo ruedan

contigo en la barca que te lleva

—Salta

el olvido es otra orilla que retorna

con los cánticos encendidos

de las voces apagadas.

Nada. Nada arde en otro mundo

salvo la sombra que aquí dejas vigilante

—No saltes

hay segundos que se pueblan

con el batir de albatros

que ríen y entierran la tormenta,

hay espejos que se abren

como árboles que cantan

—Salta

sentirás el brillo de la hierba

bajo el río centinela

que se lleva tus desgracias,

olerás en la raíz del origen

el aroma del pétalo de miel

Salta No saltes Salta No Saltes Salta No saltes Salta No saltes Salta No.

Van diciendo las voces en un lento diluir de tiempo entre las sobras

Inútiles, vanas, voyeristas, ignorando que siempre hago caso

Omiso.

 

*De Alas de cemento

 

 

 

 

Alas de cemento

 

Veo suicidas que usan zapatillas de cangrejo

y se deslizan bajo olas de azur como un secreto

que echa a andar los mecanismos íntimos;

veo suicidas que se tornan aeroplanos

y trasiegan de giro en giro

como una voz que lame fachadas tristes;

veo a los que cantan bajo la flor del veneno

nocturnos ritmos galopantes

y silban geometrías como trombas

que tienen sed de papalotes;

veo a los que llevan en la mano

la soga que eriza el viento,

para convertirse en suvenir de vías clandestinas.

Los veo en vitrales de visos diletantes

apaciguar la sed de los vivos

con sus alas de cemento bien extendidas.

 

*De Alas de cemento

 

 

 

Adivina

 

Ahora que tienes en tus manos

la nobleza del viento y la aguja del sol,

zurce con tus versos

la historia final de tus días.

Que nada te quede a la deriva,

aúna risa, mar y aroma,

pues todo cabe en el poema que te habita.

Reúne las cosas y dale música a tus días

con tus versos florecidos.

Acábese o no el mundo,

la fuerza que mana,

la fuerza que genera y da vida,

hacen de ti un ave encantada,

un ave de emocionados ritmos.

Toma el vuelo que yace a tu lado cuando ríes

y no mires atrás al emprender el viaje

hacia tu centro, que tu poema te llena de astros.

 

*De Tiendas del girasol

 

 

 

Cosecha mágica

 

Camino a la tienda siembro la luz entre las ramas

y bailo de viento con horas frágiles.

Siembro la luz en dos, en tres,

en todos los idiomas que callan el mundo.

La siembro en las macetas

que suben con la tarde

y se tornan sol desparramado.

Siembro la luz en la cifra oscura

que germina y se torna astro,

la siembro en las cimas que construyen las mariposas

al dibujar el aire,

en la jornada musical del cincel,

en el vaho que dejas al suspirar

dentro del féretro.

Siembro y siembro la luz

como alguien que ha perdido la esperanza.

De cuando en cuando recojo los frutos

para donarlos como un sueño

a los visitantes de las tiendas girasol.

 

*De Tiendas del girasol

 

 

  

Poesía

 

Arde porque es de agua

y se frita entre las hojas y las ramas.

Anda a tumbos por las voces

y pasa de grito en grito

hasta los confines,

hasta los más confusos lugares.

Arde como el cielo que chispea

mientras danza en los labios

el refugio de la muerte.

Se caldea, se crepita,

su canto labra en lava

las letras de fuego,

las palabras sobre las que se mece el universo.

Arde porque es de viento

y sabe a nube, a paso, a piso,

a las cosas leves que se llevan los cometas,

al verano que tararea la canción de los insectos

mientras el calor se duerme

sobre el polvo que trastean las horas.

Arde en frutos de libros encendidos

y nombra, y te nombra

mientras el poeta duerme en su regazo.

 

*De Tiendas del girasol

 

 

 

En los barrios viejos

 

Pobres gonococos, limosnean pacientes

en los andenes de los barrios viejos

donde sólo pasa la memoria contando anécdotas

sobre cómo paseaban ufanos por las venas de los artistas

para abrazarlos con orín de lija.

Pobres gonococos,

desde que apareció sor penicilina

pregonando letanías hipodérmicas,

se jubilaron a la fuerza.

Como ya no los aceptan ni en los prostíbulos baratos,

en los semáforos limpian vidrios de autos.

Limosnean, para que les den el mendrugo de un cuerpo,

les recuerdan que ya viene la gripa

a moverles la butaca.

Pobres Gonococos,

invadidos por la desesperanza

cayeron como caen todos los imperios.

 

*De Tiendas del girasol

 

 

 

Epifasia Mendía

 

A Elvia,
Señora de tintos en Casa de Poesía Silva

 

La paloma moribunda escucha desde el bronce de Silva fundido por Jim Amaral,

los gestos de los poetas en una foto.

Silva observa la bala a través de vidrios empolvados

María Mercedes Carranza dibuja Tengo miedo

Jorge Gaitán Durán escribe misivas de alas en máquinas de fuego

Rafael Maya imagina un Rincón de las imágenes

Aurelio Arturo invita a campos que ofrecen la extendida cosecha de belleza

Eduardo Carranza muestra un sueño de corazón abierto

Jorge Rojas traduce el vuelo de los ojos por páginas de abrazos

León de Greiff lanza Variaciones alrededor de nada.

Tuerta, como era, la paloma de la paz no atinó ni pico,

pero disfrutó Poemas de la tierra y de la patria de Carlos Castro Saavedra

Raúl Gómez Jattin cantó De lo que soy

Eduardo Cote Lamus voló entre estoraques

Eduardo Zalamea recostó su oído sin escalinatas.

Epifasia llegó a morir bajo el sol que subió cansado

Por las fotos de los poetas.

En el barandal el viento le cantó versos,

Romeros y geranios desplegaron sus aromas,

los helechos intuyeron.

Elvia animó a la paloma para que no muriera,

le brindó café entre sus manos.

La bautizó Epifasia Mendía.

Fina la tarde se empinó,

la paloma se esponjó con la muerte,

con qué ritmo y con qué música,

zureó los versos últimos de todos los agónicos.

 

*De Tiendas del girasol

 

Jaime Londoño Escritor, traductor, editor, y profesor colombiano. Magíster en Literatura latinoamericana, tesis laureada y medalla al mérito por Teo ... LEER MÁS DEL AUTOR