Jacobo Rauskin

Ariadna

 

 

 

1

Quien ayer te ha dejado,
Ariadna, hoy  te deja,
de repente, en mis brazos,
triste aún,  pero tierna.

 

2

Amable vecindad de numerosas luciérnagas
que en silencioso coro son mínimas estrellas.
Dulce canción de grillos, de cigarras tardías,
que aquí ha de quedar para más tarde o nunca.
O para ti, Ariadna, si quieres desnudarte
con la flor de un deseo y en sábanas de hierba.

 

3

Ariadna, perdona el blanco de mi página.
En vano busco ahora una palabra
digna de un hombre enamorado.

 

4

Llama un desconocido a mi puerta
y desde ahí me dice:
– Dame sal, dame azúcar, dame, no seas malo -.
Vivo yo rodeado de almas pedigüeñas,
muy poco puedo hacer para aliviarlas.
No tengo provisiones, ni un kilo de arroz tengo.
Tengo libros y té, agujas para no coser
y un hilo largo para pensar en ti, Ariadna,
y en el laberinto nuestro de cada día.

 

5

Óyeme, ya estoy viejo para mentir.
Me adapto por un tiempo a las cuevas,
después las abandono: son frías.
Y donde ahora vivo, la cocina
es muy pequeña, el ascensor es una hipótesis,
la vista al vecindario no existe.
Aquí yo paso dos inviernos en un año:
el que me trae el viento frío
y el frío que me deja el no tenerte conmigo.
De modo que mañana devolveré las llaves
de este inmueble más bien rupestre
y buscaré un lugar con una ventana
como la de un dibujo de Matisse.
Una ventana amiga de las flores
que viven en comunicación con el viento.
Una ventana amiga del viento
y de tu mano cuando te acerques
con voluntad de abrirla, con ganas de ver
entrar por ella el cielo con una flor.
Una ventana para la dicha de tus ojos.

 

6

Ha llegado la noche y comienza a llover,
llueve sobre la vida amorosa de los árboles.
Y tú, bella en traje de baile y zapatillas,
que hoy haces de la casa un escenario,
sigues con tus ensayos de danza jazz, danza sombra,
danza antigua más contemporánea que nunca.
El cansancio es tu compañero de baile.
Le dices adiós, buscas la almohada,
ya cierras blandamente los ojos.
Unos pasos de lluvia sonámbula
danza serán cuando te duermas.

 

7

En ti despierta el mar de mis naufragios, Ariadna,
cierro los ojos para verte con todo el cuerpo.

 

8

Fui un tiempo el vagabundo invisible
ante los ojos de esa gente sureña, pero rica,
de la que viven los capítulos  más tristes
de tantos novelones olvidables.
Subía yo a los trenes de carga,
postes clavaba por un plato de sopa
y otras cosas también hacía
no muy merecedoras de largo comentario.
Cuando se me arrimaba una esperanza,
casi siempre a la hora de la ceniza
en los prados abiertos al cielo y al mal tiempo,
entraba yo en un verde y sonoro laberinto
donde oía a las aves dadoras de consuelo.
Entonces repetía tu nombre
sintiendo que así me acompañabas.
Fue el mío un largo ayer sin ti.
He vuelto, no sé cómo ni por dónde.
He vuelto, siento que al desnudarte dejas
al cielo hoy sin una estrella.

 

9

A quienes, bajo el manto de Venus, hoy se aman,
los ha de separar un dios en el que no creen.

 

10

Ariadna, has entrado en mi vida
con los brazos caídos como alas plegadas.
En ella permaneces desde entonces.
¿Cuándo fue? ¡Quién puede saberlo!
Ese instante no era parte del tiempo,
era un triunfo sobre la muerte.
Un triunfo momentáneo, por supuesto,
pero nunca he dejado yo de amarte.

 

11

Para pasar el tiempo en el Café Argos,
cuentan los compañeros
historias de robustas valkirias,
de ninfas rellenitas,
de alguna maritornes obsequiosa,
jocunda, cervecera y obesa.
Yo pienso en otro modo de entender el amor,
y callo, pienso en ti, Ariadna,
pequeña flor, también avecilla,
formas ambas de mi alegría.

Jacobo Rauskin (Paraguay, en 1941-2024). Escribió numerosos libros de poesía, entre ellos, La noche del viaje, Alegría de un hombre que vuelve, Espa ... LEER MÁS DEL AUTOR