Irene Gruss

Hoja en la tormenta

 

 

 

 

El jardín

¿Estás cansada del viaje, Diana?
¿Dejaste las valijas y te asomaste a ver el sol
en tu jardín, fuiste allí
rápidamente, pausadamente?
¿Echaste una ojeada a las plantas
o mirás cada una, sabiéndola,
descubriéndola, cuidás
tu jardín, hablás, cantás con
la regadera en la mano?
¿Estás cansada de vuelta del viaje,
Diana? ¿Estás contenta?
¿Alguien te acarició, jugó otra vez
con tu melena de fénix,
te besó los párpados
como quien desea tocar
una mirada así de azul, de gris
según el tiempo? ¿Fuiste feliz,
Diana? ¿Intenso y duro, el viaje?
¿Acomodaste la cabeza en el asiento del avión?,
¿descansaste?
¿Estás repleta de memoria, de sentidos
por el viaje, Diana?
¿Comerías conmigo para contarme?
¿Pasaste hambre en la estadía,
Diana, pasaste hambre?
¿Te embriagaste? ¿En algún momento
llegaste a marearte por el viaje?
¿En algún momento, sentiste
esa nada en la boca
del estómago, ahí donde dicen que
está el alma? ¿Llenaste
con qué esa nada, con la gente,
con las cosas, tuviste
necesidad? ¿Observaste
la vida tranquila? ¿Así, como te veo
ahora, calma
y sabihonda? ¿Conociste
la muerte en el viaje,
Diana? ¿Te asustó, la asustaste?
¿Trajiste fotos, postales,
documentos?, ¿abrazaste a
muchos, te abrazaron?
¿Gozaste, tradujiste el amor
loca de deseo? ¿Hablaste demasiado, callaste
demasiado? ¿Por qué
estás diciéndome
que escribir es lo único
que tenemos? ¿Estás
cansada, es por eso, porque
estás cansada del viaje? ¿Querés
dormir, recostarte en un hombro,
querés reír, llorar un
poco? ¿Acaso el viaje mismo
no te consuela,
Diana? ¿No es como el tacto
de otra mano, no lo es, verdad?
¿Comerías conmigo para
contarme?
¿Ya floreció la rosa
en tu jardín? ¿Es tan bella?
¿Los pétalos reventaron
plenos de vida, la vida es
púrpura después de un viaje,
Diana,
es así?

 

 

En la ruta

Lo único que podría curarme
o que al fin me sacara de este hospicio
es subir a un auto de línea sport
no muy confortable
pero amplio
que lo manejara
un hombre pudiente
potente
y valeroso
o sea temeroso de sí.
Si él aceptara conducir hasta la ruta
(odio el límite de la ciudad,
ese bochorno de la pobreza salpicado por uno que otro

cardo o girasol),
donde comienza la fila larga y azul del lino
o los maizales, amarillos,
si la antena de la radio funcionara
yo podría quitarme este peso de encima
podría mirar las cosas de forma diferente.

Sin que intervenga, sin presión de ningún tipo
este hombre serio o
sonriente
me acariciaría suavemente la nuca
de manera tal
que mi pelo pajizo se convertiría en lacio
mi nudo nervioso pasaría a
relajarse,
y podría mirarlo de frente, sonreírme yo también
o al menos
dibujar un nombre en la ventanilla
sin problema, como si él no existiera.
Entonces yo tomaría el volante
y mientras él descansara
(mirando fijamente la mano contraria)
me pondría a cantar esas canciones de
preguerra
que tanto enloquecieron a la generación
anterior.
Sólo así podría dominar mi ira
solamente así.
Cuando el auto se haya alejado bastante
y el calor sólo sea
esa curiosidad
por las mariposas estrellándose
contra el motor,
y el hombre a mi lado no se inmute
ni se inmiscuya
cuando la
alegría
sea lo único que me plazca.

 

 

Hoja en la tormenta

Un relato no necesita heroínas.
Mónica Tracey

No me vengan a hablar de
desolación, una hoja en la tormenta
hoja infante, de quién va
a cubrir a esta hoja –no de papel, no de tinta–
ni hoja pequeñita, desvalida en
la tormenta. Arrecia, arrecia
tempestad, lastima
ya no la raíz, la nervadura,
marca que carga la hoja
como genealogía o simple adorno. No
me vengan a hablar de fortaleza, firme la caída
el vuelo hacia arriba hacia abajo
el concienzudo tocar tierra (ni siquiera
fondo) de la hoja. No me vengan con
el gris dorado verde
de la vida, pavana para una hoja, corcel
que va a salvarla, no me vengan a hablar de
la canción de la intemperie, de que de esto
se trata ni vengan a decir, declinar
en subjuntivo la memoria o la falta,
ni a clamar declamando la hoja se cae por sí sola,
arrecia tempestad, fulmina de una vez
con la luz la electricidad
de un rayo, arde de impaciencia el objeto
aquí tomado, ardería aún más si
algo –un roce– pero no, la hoja
elige no me vengan a hablar
de destino pagar caro el precio la responsabilidad

(largo
invento)
la omnipotente la débil como una
hoja en la tormenta ni mencionen al viril
árbol que muere de pie, ella ha visto caer
árboles hojas sostenerse de la nada desprenderse
ahora sí de la raíz de la razón del sexo
tiemblen ciudadanos, nunca de la historia
el mundo alrededor y ella no en el centro,
quizás en el borde, andar doble filo doble juego
de la hoja
haciendo –mal gerundio– mal y bien
cortó el pan y la carne no me vengan a
hablar de
inocencia, más quisiera la infanta
ni vengan a decir
la perdida o
la que perdió ni
se sufre se sufre demasiado
no vengan a bailarle encima ni a
quitarle el baile, bamboleo embriagador,
faltaba el amor, no me vengan
con el cuento hoja en la
tormenta, arrecia la furia
la iniquidad el asombro no vengan con
que de esto no se habla con que de esto
ni hablar no me vengan con el sol
otra vez y aquí no ha pasado
nada la nada la trascendencia lo que queda es la obra,
el devenir circunstancia causa-efecto ensayo-error
de la hoja
qué le pasa qué pretende
por qué no lo consigue no me vengan
a hablar no me vengan a hablar
la hoja es
una hoja, suave
objeto, tema
con tormenta.

 

 

Y si no es una piedra preciosa

Y si no es una piedra preciosa
sino simple arenilla
guardada a un costado
del tintero. Y si no es arenilla ni zafiro
eso que sale de mí, con pinzas,
como quien quita una piedra, airecito,
puro airecito guardado
para no respirar,
sangre y arena
en mi centro exacto,
late, molesta,
astilla de qué,
más tangible que lo que no se olvida
o se tiene.
Y si es dicha lo que he guardado,
el aire que no pudo salir
duele
en el sitio
del esternón, si es dicha pura
encerrada,
oh pedazo de mí, oh mitad apartada de mí,
si eso es lo que se quita, por fin
para que ría, qué alivio tendrá la dicha afuera,
qué fácil oler los tilos,
descostillarse, dejar secar la tinta.

 

 

Movimiento

Una mujer sola frente al mar
es más majestuosa que él.
Puede pasar una gaviota
augurando la muerte
o puede caer el sol humedeciendo
las lonas de las carpas
hasta apagarlas,
pero una mujer
frente al mar
mece su soledad como una dueña
y no se estremece.
La luz
del mar tiene la importancia
y el movimiento de su ánimo, de su alma.
El viento suena alrededor
de la mujer
y la despierta:
ahora se trata de la playa sin luz, una mujer,
el sol caído, el sonido del mar,
carpas levantadas,
el viento que lo da vuelta
todo.

  

 

El amor absurdo

Nos faltaban hechos.
Ni hacíamos el amor ni nos acomodábamos
a tomar café.
No organizamos ningún campamento a
las Islas Canarias, y
en Puerto Madryn
ni nos reconocimos; los únicos testigos de esto
fueron los cormoranes. Bichos feos de por sí,
los cormoranes saltaban
gritaban
nuestra falta de hechos.
Amantes insólitos,
nunca nos reunimos, ni por casualidad,
a oler la lluvia, ni a agitar las banderas
ni a cerrar las ventanas
ni a inventar, ni siquiera
inventar
algo cierto.

 

 

Mutatis Mutandis

Por favor no sufran más
me cansa,
dejen de respirar así,
como si no hubiera aire
dejen el lodo, el impermeable,
y el vocabulario,
me cansa,
la mujer
deje de tener pérdida ese chorro sufriente,
los padres dejen el oficio de morir,
el daiquiri o el arpón
en el anca, y aquel perfume matinal,
la Malasia,
y el Cristo
solo como un perro,
y al amor como
un fuego fatuo,
y a la muerte,
déjenla en paz,
me cansa,
(¿algo ha muerto en mí?:
tanto mejor).
Así que,
valerosos,
amantes,
antiguos,
huérfanos maternales que acurrucaron
al mundo
después
de la guerra,
dejen el rictus,
oigan
y despídanse, por una vez,
sin grandeza.

 

 

Jinetes del apocalipsis

No hay lugar para la huida, ángel
del deseo.
Ellos, que dicen que son fantasmas,
siguen haciendo malas artes,
influyen, lo hacen bien,
estorban la huida, ángel
del deseo. Me corrompen.
Adonde fuera, el sol o la lluvia
me perseguirían como un testigo;
adonde me quedara,
ellos,
que dicen que son fantasmas,
mandarían cartas anónimas, desapasionadas
o donde la pasión
ocupa un lugar antiguo, de pacotilla.
Ahora, dicen,
el cielo se resquebraja tanto como
el suelo,
la gente lee libros trágicos,
sueña con llanuras que parecen desiertos.
Ahora, dicen, todo ha terminado.
Y yo quería un lugar,
un toque
de infancia,
una frase verdadera.

 

 

Oración de la pobre

Pobre de la intranquila
de la consecuente
de la que no satisface su
pedido, ah pobre de la
inquieta
de la cumbre borrascosa,
de la azucena
marchita en el vaso,
pobre de la que espera
de ida y de vuelta
pobre su oración
de pobre.
Pobre la que se rebela
ay de esa oración
de la rebelión
de la Pobre.
La fantasmagoría de
pobre la mujer,
pobre la soledad,
la poca virtud
la poca acción
del llanto.
Pobre la que no puede
hacer novela
ni film
ni realidad
con la pobreza.
Pobre la que se rebela, y
guay con la rebelión,
pobre inquieta.

 

 

Milonga entrecortada para Madame Bovary

Quiso vivir sus sueños.
Gustave Flaubert

No me acusen de extravío
porque en todo lo soñado
fui erudita
y si lo vivido fue
mentira y
vano
el cortejo que me gano
sirvió para ser bendita.

Ni lo acusen al autor
de haber abierto la boca
tanto él como esta loca
nos han dado la razón.

Así que descanse en paz
mi cabeza bien amada
y el cuerpo, desarropada,
no les llame la atención:

el frío que yo viví,
el calor de la mentada
sólo quedó para mí,
del dolor no quedó nada, casi
nada.

 

 

Mujer irresuelta

Yo quisiera, como Gauguin, largar todo e irme,
dejar mi familia, la no tan sólida
posición
e irme a escribir a alguna isla
más solidaria.
Esa tranquilidad de Gauguin,
permanecer en una isla
tan calurosa, donde las mujeres
escupen resignadas
carozos de fruta silvestre.

 

Irene Gruss Nació en Buenos Aires el 31 de agosto de 1950  y murió el 25 de diciembre de 2018. Publicó los libros de poesía La luz en la ventan ... LEER MÁS DEL AUTOR