El momento entre el día y la muerte
(Traducción al español de George Nina Elian)
UNA FUTURA MUJER
¿La futura mujer realmente habría tenido ojos violetas?
Pero ni siquiera recuerdo con qué hilo de Ariadna
partió en dos la polenta.
Cabello castaño hasta los talones, una sonrisa más conjetura,
aludiendo (lo averiguaré más tarde) a la pintura del viejo da Vinci
y rodeada de amor y admiración.
De todos modos, mi corazón se estaba convirtiendo
en un alfiler cuando pasé por casualidad por el taller
con un alambique de cobre como escudo de armas,
desde las inmediaciones de la Farmacia con Pasos.
Ojos violetas.
En aquel entonces, una futura mujer.
UNA PELÍCULA CON GRETA GARBO
Ninochka Yakushova a los tres compañeros:
“Siempre he odiado la partida de los pájaros, en otoño,
a los países capitalistas.
¡Pero eso es todo! Nosotros tenemos grandes ideales,
y ellos — un clima templado.
En la cocina común, Anna (violonchelista de la Orquesta Sinfónica)
a Ninochka Yakushova:
“¡Este Gargunov!
¡Ni siquiera sabes cuándo va al baño o cuándo se presenta al NKVD para denunciar!”
Era junio y el invierno llamaba a la puerta.
GORRIÓN DE CAMPO
Entre el Timiș* y el Danubio, parches de niebla.
Mi madre me parecía más pequeña, su cuerpo perdido
entre los bordes de su ropa oscura.
Sentía dolor, más en su mente y casi nada
en sus entrañas.
Ella caminaba como un gorrión de campo, sin tocar el asfalto,
sonreía con sus ojos entrecerrados y parecía
que no tenía nada que decirme.
— Toma mi brazo, dijo casi en un susurro,
mis pies están fríos.
Mi paso se hundía hasta las rodillas en las vísceras
metropolitanas.
Mi madre caminaba a pasos agigantados, como un gorrión de campo azul
en una jaula derrotada.
Entre el Timiș y el Danubio, parches de niebla.
* Timiș (en rumano)/ Tamiš (en serbio)/ Temesch (en alemán)/ Temes (en húngaro) — río que nace de las montañas Semenic (Rumanía) y desemboca en el Danubio en el territorio de Serbia. (N. del T.)
LA VIÑA
Mi muerte caminaba descalza por la viña. No quería nada,
no bebía, no cosía,
no ataba con hilos de plata la vid en flor.
Estaba desnuda y parecía un volcán extinto.
También era tierra roja mezclada con grava.
En ese momento mi muerte andaba descalza por la viña.
Yo estaba lejos en las montañas, cortando hayas y pinos
y cargándolos
en vagones.
Estaba bebiendo ron con esa tetera de cobre, esforzándome por mirar,
entre los troncos, al cielo.
Mi muerte caminaba descalza por la viña.
EL HOMBRE EN EL TECHO DE LA CASA
En el techo de la casa había un hombre reparando bajantes y tejas y nidos
de lechuzas y grullas.
— ¡Ten cuidado de no caerte de ahí!, no dejaban de advertirle los aldeanos
por debajo de los sombreros que les tapaban los oídos.
— Fácil de decir, les respondía él, mirando directamente a las montañas,
¡pero incluso si me caigo, aún bajo tierra me detendré!
Los sombreros se reían de él mientras ascendía en silencio por el eje imaginario de la mirada,
descendiendo
y simplemente adelgazando.
¡Pero Dios no permita que yo caiga al cielo! añadió el hombre.
Porque allí no hay final.
PAZ INTERIOR
Veo el sol poniéndose en un comienzo de línea.
Todo parece convertirse en savia. Las hojas
caminan más tímidas y más despacio.
Sus venas se estrechan tanto que sientes que puedes colapsar
en su borde.
Calma es la voz de la tarde alrededor
de mi quietud
y la presión del otoño sobre la superficie del fruto
es un momento glorificado.
Todo baja a la tierra en forma de paz interior
y tiemblo ante tanta sencillez,
pues los sentidos se vuelven hostiles
al tacto del aire.
¿Por qué de repente me estoy partiendo
en pedazos de cuerpo vegetal?
¿Cómo puede la duda mirar su propio cuello
casi florecido?
¿Por qué tiembla mi ser, y por qué su lengua es áspera?
Él fluye cuesta abajo y la palabra no puede alcanzarlo.
JARDÍN DE VERANO
Aquí es donde mis amigos se sentaban tomando una cerveza,
hablando de arte y bebiendo vino,
mis amigos escultores, revendedores, periodistas
y estudiantes.
Afuera, se excavan zanjas profundas para los cimientos,
circulan anécdotas,
la nieve es de color amarillo grisáceo, y alrededor, sin ti, hay un gran vacío
en el jardín de verano.
Fue hace mucho tiempo, dirás.
EL MOMENTO ENTRE EL DÍA Y LA MUERTE
Deslizas entre tus dedos las veintisiete
cuentas turquesas de un collar circular, imaginando
un agujero negro en un mundo ideal,
examinas desde todos los ángulos el silogismo relativo al pájaro
no transformado en camello
o el camello no transformado en pájaro
(¡Ave, Palatinus Moldaviæ! ¡Ave!),
tú provocas ventisca y escarcha en la Ciudadela de la Epitimia.
Rosarios de piedras corren
entre mis dedos y espero
a que nieve.
Escarpaduras suicidas acuden a la ventana:
es el momento entre el día y la muerte,
y el lenguaje ya no es suficiente
para poder imaginar la palabra.
SU ALMA CAÍDA
Por la mañana, entre las pociones de abeto,
se elevaba el vapor sugiriendo un nuevo orden.
La misma nieve se perfila en las cosas
y, además, toda una temporada
con desfiles a la altura.
El sebo ilumina nuestras tranquilas paredes,
distinguimos las formas sólo de pasada,
antes de que la seda emerja de las aguas
y nos envuelva el sonido de su andar.
Y temblamos sobre una mañana sin voz
como la médula y otros atributos de los huesos,
mientras
la madre está lejos
y habla en el lenguaje de los pájaros y del sol.
Los cuartetos se cierran en cera, a los sonidos
confío el movimiento, los límites de la palabra
y el desprecio por un gusto particular.
Se desprenden del tronco y ensombrecen
al alma caída.
ESTRELLAS EN EL CAMPO
Las lechuzas de plata caían como estrellas en el campo,
estrellas salvajes y estranguladas por los perdigones.
Las recogí de entre la maleza y los matorrales,
colocándolas alrededor de mis caderas y rodillas.
Y como sólo les tocaba una muerte vaga y blanca,
sus alas, corazones e ideales habían comenzado a latir con fuerza
y sentí que el suelo temblaba bajo mis pies,
que yo estaba volando para siempre
y que el centro mismo del cielo estaba por aquí cerca.
En cuanto al aterrizaje, no pude aterrizar hasta que rompí
los cuellos de los cuarenta pájaros de ensueño y de nieve
como si estuviera recogiendo setas y peras jugosas en otoño.
Las estrellas caían como lechuzas en el campo, salvajes
y estranguladas por los perdigones.
LA CARTA O EL SÉPTIMO DÍA
Hay días en que mi cuerpo anda solo
por la habitación
y mi mirada es tocada por la fiebre y creo ver en el espejo
un perro con un cráneo plano y una lengua morada
orinando en una ladera yerma.
¡Fuera de aquí, cabrón!, le grito entonces,
y la criatura mojada hace la cara fea, muestra los dientes
y cae con un ruido sordo en un agua mezclada
con barro y grava.
Pero ni siquiera me pregunté qué pasa con estos
fantasmas sin sentido, una vez que
mis días se agotan como efluvios en descomposición,
y yo busco el peligro y lo provoco;
también debes saber
que he vuelto a entrar triunfalmente en el centro de mi propia vida
y que por fin rompí el espejo
y su criatura,
obligándolo a reunirse en el magma de las palabras encadenadas,
donde pertenece.