Ida Vitale

Una emboscada lluvia de palabras

 

Por Miguel Ángel Zapata

 

Antes de la era del email, la comunicación entre las personas se hacía a través de cartas o llamadas telefónicas. Era una verdadera alegría recibir cartas de los amigos, y luego sentarse a leerlas comiéndose un helado. Tuve el deleite de comunicarme con mucha frecuencia por teléfono con Enrique Fierro e Ida Vitale desde California, donde yo vivía, hasta su casa en Austin, Texas, donde residían a fines de los ochenta. A veces hablaba largamente con Enrique, y en otras ocasiones con Ida. En realidad, yo escuchaba con placer hablar a Ida, a veces durante casi dos horas. Me encantaba escucharla cuando me contaba cosas del mundo literario del Uruguay y del mundo. Es una gran lectora de poesia, y conocedora inusual de la buena literatura. También tuve la suerte que tanto Enrique como Ida me obsequiaran algunos de sus libros, los cuales aprendí a atesorar con el tiempo. Un dia decidí hacerle una entrevista a Ida Vitale. Me dijo que si, y le envié las primeras preguntas por correo. En un par de semanas más o menos ya tenía sus respuestas. Su entrevista iba a formar parte de una selección de diálogos con poetas hispanoamericanos, que luego en una primera versión, publicaría la Revista Inti, en Providence, Rhode Island en 1988. Ida Vitale ha obtenido el unánime reconocimiento internacional que debió haber recibido hace más de treinta años. En estos últimos años, ha recibido reconocimientos fundamentales, entre ellos, el Premio Alfonso Reyes, el Premio Internacional Federico García Lorca, el Premio Octavio Paz, el Premio Reina Sofía, el Premio Max Jacob, y el Premio Cervantes. Ida nació en 1923 y esta tan joven como siempre.

Ida Vitale escribe para el eco: su poesía absorbe los extramuros del límite y nunca se agota porque la imagen precisa la acosa, la persigue hasta que el resplandor aplaca su sed en el poema. Ella continúa la veta de la precisión con persistencia. Su emboscada lluvia de palabras va más allá que el barroco dislocado. Sus alucinaciones vienen de Leopardi, Dickinson, Bonnefoy, y Celan. Es un arcoíris en Montevideo: la poesía le sale al encuentro y le dice: complejidad sí, pero sentido también. Su claridad es esa condición oscura que clama con fervor una transparencia superior, sin un muro que no la deje ver el sol. Es que las palabras van a un punto del resplandor y anidan, /cuando las dejas libres en el aire, /esperando que un ala inexplicable/te lleve hasta su vuelo.

 

Miguel Ángel Zapata: Los riesgos de mi lectura: su poesía, clara, en el sentido de ser concisa, pareciera haber brotado fruto de oír el mundo, inmersa dentro de la necesidad de la realidad y, a veces, saliendo a la superficie, que es también la superficie del lenguaje mismo, a ver, a oír otra vez, y acabar sonando así: somos nada, la suma de la verdad posible.

Ida Vítale: Por lo pronto, más allá o más acá de esa relación poesía mundo, cuyo análisis requeriría mucho espacio, no puedo menos que detenerme ante esa homologación de lo claro y lo conciso. La concisión, creo, por el hecho de derrumbar los andamios de lo construido verbal, puede conspirar contra esa claridad que la mayoría de los lectores busca, al no dejar registro de las etapas intermedias que existen en potencia, aunque la poesía, al nacer, se las saltee; etapas que muchas veces forman parte de un proceso interior que no se le hace explícito al propio autor sino más tarde, al llegar la necesaria revisión de la lógica — o ilógica — querida del poema. No sé, entonces, si ese verso, final de uno de los últimos textos de Oidor andante: (con esos dos puntos finales que suelen escabullirse), es claro de veras. Corresponde a un momento bastante reiterado de pérdida de confianza en la respuesta ética del hombre, por lo cual llegaba a la abrumadora convicción de que éste no alcanza la medida a la que quizás estuvo destinado: la suma de su verdad, belleza incluida, es nada, frente al peso de la otra cara, invisible, terrible, huracanada, de lo que no sabemos, “pecera” en el primer caso, “túnel de flores” en el segundo, lo inexcusable es ese límite contra el que nos debatimos.

MAZ: ¿Cómo ha sido el proceso de evolución formativa de sus poemas? ¿les ha dado el mismo tratamiento que ahora les da, me refiero a las correcciones, forma, espacio, ritmo, etc.?

IV: Una de las cosas que aprendí de J. R. Jiménez fue a dejar dormir los poemas en un cajón. Los míos tuvieron siempre un despertar agitado. Sólo los genios precoces no vacilan en sus comienzos. Pero se termina por publicar el primer libro, aunque pronto se le vean las debilidades. Somos el mismo y somos distintos, un año tras otro. Creo que algo así ocurre con lo que escribimos. Cambiaron y cambia el ritmo, pese a que quizás sea lo más inalterable. Supongo que la variación es consecuencia del acendramiento tras el que se anda. Pero eso lo registrará el lector, si alguno hay paciente, ese fantasmal oidor andante para el que una, ilusa, escribe.

MAZ: (¡Ese fantasmal oidor andante! Genial) … ¿Cómo recibió la crítica uruguaya sus primeros poemas? ¿Podría contarnos cómo fueron esos inicios?

IV: Con benevolencia, creo. Por lo menos pasaron años y varios libros hasta que recibí el primer tirón de orejas, cuando desde el diario del Partido Comunista, una bibliográfica me advirtió que el libro estaba demasiado bien escrito, amonestándome por ello porque el país no estaba para esos lujos. Mi estupor del momento me permite recordar ese episodio. Ahora ya sé que la gente suele preparase para el Gran Cambio aprendiendo a hacer ciertas cosas mal. Como desde hace varios lustros no he publicado libros en el Uruguay me he ahorrado comprobar la constancia de esta doctrina en carne — o libro — propio. Pero volvamos al comienzo. Uno de nuestros pocos críticos internacionales señaló, al pasar, la influencia de Eluard, a quien, por ese entonces, yo conocía superficialmente y que no había sido nunca mi poeta favorito. Por esa época yo leía, entre los franceses y con ecléctico deslumbramiento, a Apollinaire, que no es lo mismo, a Mallarmé, algún Valéry, a Max Jacob. Quizás esa equivocación — que lo más grave que tiene es la incombustible falta de dudas del aseverante — me preservó para siempre de tomarme muy en serio los fogonazos críticos, aun a la hora del elogio. Un buen tratamiento contra la vanidad literaria que prolifera puede ser no olvidar los elogios paralelos, hechos por el crítico que nos es favorable, de colegas que nos parecen funestos. Hay aplausos, que, más allá de su función placentaria para mónadas hambrientas, seamos lúcidos, no valen nada. De todos modos, las notas o los trabajos más serios sobre mis libros últimos han sido sorprendente ocurrencia de venezolanos, peruanos, mexicanos, italianos o franceses.

MAZ: ¿Podría hablarnos de su generación y de los intelectuales que admiraba y admira en su país, y esos cambios, si los hay, con respecto a las nuevas generaciones de poetas uruguayos?

IV: No creo en la división generacional. Quizás sea para defenderme de aquella perversa insinuación de Diderot de que, como había malos años para las uvas o para los duraznos podía haber también malos años para los hombres, para su condición o su índole. A la hora de admirar nunca me sometí a épocas o a coordenadas geográficas. Tuve la suerte de pasar de las ñoñerías escolares a lecturas que venían de cualquier lugar del planeta, Collodi o Lagerlof o Dickens o Andersen primero, y Stevenson y Poe y Tolstoi y Goldoni muy pronto. Cuando después leí a los uruguayos mayores, Julio Herrera y Reissig o Delmira Agustini o Felisberto Hernández o el ignoradísimo Enrique Casaravilla Lemos y Onetti, les hice la justicia natural de no medirlos con un rasero distinto, de fronteras adentro. La euforia latinoamericanizante me confundió, cuando fue endémica. Hoy celebro la existencia de una familia estricta de escritores, latinoamericanos o no, cuya actitud espiritual y formal comparto desde mi modestia. Después de los años de gobierno militar la cultura uruguaya parece aclimatada en la obsesión política, tenida por pasaporte a la calidad. Un curioso proceso de endogamia cultural se continúa hoy, en 1988, cuando no están a la vista los factores que determinaron el cierre de fronteras. ¿Se acostumbraron todos a lo poco? ¿Resultó más cómodo fijar un poco exigente límite de práctica? Una indecorosa conmixtión entre críticos en formación, medios y mediocres no dañará a quienes entienden las causas, han aprendido a juzgar por sí y a buscar el necesario alimento fuera, pero será fatal y — me lo temo — de un modo irreversible para quienes no hayan pasado aún por la insustituible experiencia de vivir en un ámbito plural, donde coexistan distintas posiciones estéticas y filosóficas. Serán muy de admirar los jóvenes que logren eludir aquella obsesión haciéndose un espacio de independencia, ética y poética.

MAZ: Enrique Fierro, me envió entre otras publicaciones suyas, al yo pedírselas, un libro que me pareció, primero por la forma, excepcionalmente distinto de los usuales, ya que está hecho de papel y cartón, con un color muy atractivo. Creo de suma importancia el afán modelador del poeta: ¿usted intervino en la preparación, fue su idea?

IV: Se refiere usted a la primera edición de Fieles, una antología editada en 1976, aunque sin fecha impresa, por las Ediciones del Mendrugo. Esta colección la inventó y dirigió Elena Jordana, una poeta argentina radicada en México. Antes había vivido en Nueva York. Por decirlo discretamente, no era rica, de ahí, sin duda, que tomara conciencia de la gran cantidad de cartones y papeles de embalaje estupendos — considerados como materia — que esperaban su Pigmalión abandonados en las aceras nocturnas. Asistía a un taller de literatura de Nicanor Parra y se le ocurrió empezar con éste lo que después se convertiría en una editorial muy singular y con historia. La continuó en México, donde, cuando llegamos, ya había editado a Octavio Paz, a Marco Antonio Montes de Oca, entre muchos otros. También a nosotros nos pareció atractiva esa realización rústica, que prueba que el buen gusto no es necesariamente oneroso, y colaboramos en la manufactura de sendos libros. Enrique ya había editado en Montevideo, entre otros, Mutaciones, un libro que, aunque impreso por un sistema menos aleatorio que el empleado por Elena, y encuadernado — era un libro bastante grande —, empleaba esos mismos materiales, adelantándose en esta ignorada polémica entre el papel de embalaje y el verjurado.

MAZ: Permítame volver a la crítica literaria, pero ahora a nivel más general. ¿Cómo ve la crítica literaria en su país?, ¿se hace en realidad crítica literaria de texto o simplemente de simpatía, como en muchos de nuestros países hispanos? ¿Qué planes tiene para el futuro en literatura? ¿Qué anda haciendo Ida Vítale en París? ¿Acaso la mayoría de su poesía ha sido escrita en el exilio o los viajes y la memoria han emitido su porción de realidad?

IV: Sí, como no, pero con la advertencia de que estamos en plena petición de principios. La crítica nacional, al menos la de poesía, no ha pasado desde hace lustros de la mera gacetilla. Estas deben existir, como en todas partes, pero no reemplazan el espacio y coherente de la crítica especializada. Además, un nacionalismo fervoroso llegó, tardío, a un país que, de eso, al menos, se había salvado. Contradictoriamente, esos mismos focos de periodismo “cultural” seguían por pautas valorativas que parecen orientadas, todas, por un polo magnético invariable. En resumen, el hastío. ¿Quizás exijo demasiado? Como ante la poesía no valen trampas, no hay que asombrarse de que ella haya sido siempre aquí la Cenicienta antes del baile. Muchas veces considerados críticos resumían sus angustias interpretativas en simples adjetivos: “terso”, “auténtico”, “cuidado”. Integrantes de lo que se considera gran momento de nuestra cultura, tenían la posibilidad de leer en otras lenguas y a veces lo hacían, y hubieran debido crear conciencia de que no es un genio todo lo que irrumpe en nuestras praderas. Impusieron la costumbre del “panorama” anual, sobre cuya superficie se deslizaban. Durante el paréntesis militar no estuve en el país y de él sólo tengo claro en esta materia la mengua de esas páginas “culturales” hoy redundantes, el alejamiento sin retorno de bastantes creadores. Hoy rige la simpatía o la antipatía ideológicas y una gran regresión atribuible al desinterés de la derecha que imperó y al interés utilitario de las izquierdas a la moda. El resultado es el mismo: la poesía verdadera sale malparada. Quizás podría hacer suyo aquel consejo de Almafuerte (ya sé que es más elegante citar a Jauss): Sólo pide justicia. Pero mejor será que ni pidas nada. 2. Seguir escribiendo el Léxico de afinidades, en prosa y verso, del que he publicado fragmentos. Pronto va a cumplir la mayoría de edad y será dueño de su destino, hasta de suicidarse. 3. París (cuatro brevísimos meses) ya es pasado. Entre otras cosas, traduje poemas de Ivés Bonnefoy. 4. Quizás, por Eva, todo sea exilio. Al menos, de Leopardi a Celan, siempre he sentido muy cercanos a los que escriben desde él. Los viajes y la memoria sirven para poner entre paréntesis la realidad, siempre más difícil de sobrellevar.

 

Ida Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923). Poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria uruguaya miembro del movimiento artístic ... LEER MÁS DEL AUTOR