Héctor Carreto

Inscripción y otros textos

 

 

 

Inscripción

 

Se entregó en cuerpo y alma a la poesía;

fue inmortal mientras vivió.

 

 

 

Hombres de bolsillo

 

Los hombres de bolsillo son pequeños,

visten de oscuro

y corren peligro de ser confundidos con ratones.

No obstante, son inofensivos

y es débil su chillido.

Se limitan a cumplir,

no más, no más.

Como buenos relojitos caminan por la calle.

¡Qué lindos muñequitos de cuerda,

qué monos!

No sienten la cadena que va desde su cuello

hasta el chaleco de los dioses

ni la mano que tranquila

los guarda en el bolsillo.

 

 

 

El nacimiento de Venus

 

Después de nacer de la espuma,

ataviada con su vestido de gotas,

los labios con sabor a marisco,

Venus confesó a su poeta:

“No creo en milagros ni en dones divinos;

soy sólida como el pan que muerdes,

imperfecta como la roca o el sueño,

mi sexo huele a sardina,

me gustan los collares de perlas,

la cerveza clara y amar sin quitarme las botas.

 

 

 

Mal de amor

 

No me importa el contagio del herpes

ni de otros daños incurables.

Es el riesgo del deseo, es su mandato:

beber en tu taza es, acaso, mi única oportunidad

de poner mis labios sobre los tuyos.

 

 

 

La cierva

Soñé que el ciervo ileso pedía perdón
al cazador frustrado.
Nemen Ibn el Barud

De pronto tú

recostada en un claro del bosque

manjar sereno

¿Intacto?

 

Tensé el arco

y disparé

sobre ti

rápidas palabras

red para cazar lo inasible.

Pero ninguna letra

fue salpicada por tu sangre:

entre un adjetivo y otro

saltaste

más veloz que la luz de la flecha.

 

Una vez más

mi palabra no alcanzó a la Poesía.

 

Ilesa,

sobre la rama de un árbol

pero con lágrimas en los ojos,

me suplicas:

“inténtalo de nuevo,

inténtalo de nuevo.”

 

 

 

El caballo de Calígula

 

Cómo se indignó el Senado

cuando irrumpió el caballo del césar

y ocupó una curul.

 

Tenían razón: un corcel

no cabe en un establo de asnos.

 

 

 

Los dos mecenas

 

Eres generoso, Mecenas, con los aduladores.

Pavo real, no ostentes el pecho;

ese rico plumaje no es tuyo.

Las dietas que repartes no saltan de tu bolsa

sino de mis impuestos

que te asignan un salario a la altura de tus caprichos.

 

Eres mecenas de otros; yo soy el tuyo.

 

 

 

Cíclope

 

¿Por qué me observas a toda hora,

mientras escribo, leo

y cuando me encorvo o cruzo la pierna?

¿Eres acaso un ente de mayor estatura, obsesionado

en mis actos más nimios?

Escucha: no soy un héroe

en lo alto de ningún atalaya

ni encabezo bajeles con argonautas.

Sólo soy un editor sin firma,

un número más en la nómina.

Nadie me otorgó un papel en la tragedia.

Me torno invisible cuando me cruzo con Sófocles.

 

Anda, ojo sin párpado, retorna a tu isla:

vigila tus cabras.

 

Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953). Es autor de trece poemarios y ha ganado cuatro premios nacionales y uno internacional: el X Premio de Poesía Lui ... LEER MÁS DEL AUTOR