Inscripción y otros textos
Inscripción
Se entregó en cuerpo y alma a la poesía;
fue inmortal mientras vivió.
Hombres de bolsillo
Los hombres de bolsillo son pequeños,
visten de oscuro
y corren peligro de ser confundidos con ratones.
No obstante, son inofensivos
y es débil su chillido.
Se limitan a cumplir,
no más, no más.
Como buenos relojitos caminan por la calle.
¡Qué lindos muñequitos de cuerda,
qué monos!
No sienten la cadena que va desde su cuello
hasta el chaleco de los dioses
ni la mano que tranquila
los guarda en el bolsillo.
El nacimiento de Venus
Después de nacer de la espuma,
ataviada con su vestido de gotas,
los labios con sabor a marisco,
Venus confesó a su poeta:
“No creo en milagros ni en dones divinos;
soy sólida como el pan que muerdes,
imperfecta como la roca o el sueño,
mi sexo huele a sardina,
me gustan los collares de perlas,
la cerveza clara y amar sin quitarme las botas.
Mal de amor
No me importa el contagio del herpes
ni de otros daños incurables.
Es el riesgo del deseo, es su mandato:
beber en tu taza es, acaso, mi única oportunidad
de poner mis labios sobre los tuyos.
La cierva
Soñé que el ciervo ileso pedía perdón
al cazador frustrado.
Nemen Ibn el Barud
De pronto tú
recostada en un claro del bosque
manjar sereno
¿Intacto?
Tensé el arco
y disparé
sobre ti
rápidas palabras
red para cazar lo inasible.
Pero ninguna letra
fue salpicada por tu sangre:
entre un adjetivo y otro
saltaste
más veloz que la luz de la flecha.
Una vez más
mi palabra no alcanzó a la Poesía.
Ilesa,
sobre la rama de un árbol
pero con lágrimas en los ojos,
me suplicas:
“inténtalo de nuevo,
inténtalo de nuevo.”
El caballo de Calígula
Cómo se indignó el Senado
cuando irrumpió el caballo del césar
y ocupó una curul.
Tenían razón: un corcel
no cabe en un establo de asnos.
Los dos mecenas
Eres generoso, Mecenas, con los aduladores.
Pavo real, no ostentes el pecho;
ese rico plumaje no es tuyo.
Las dietas que repartes no saltan de tu bolsa
sino de mis impuestos
que te asignan un salario a la altura de tus caprichos.
Eres mecenas de otros; yo soy el tuyo.
Cíclope
¿Por qué me observas a toda hora,
mientras escribo, leo
y cuando me encorvo o cruzo la pierna?
¿Eres acaso un ente de mayor estatura, obsesionado
en mis actos más nimios?
Escucha: no soy un héroe
en lo alto de ningún atalaya
ni encabezo bajeles con argonautas.
Sólo soy un editor sin firma,
un número más en la nómina.
Nadie me otorgó un papel en la tragedia.
Me torno invisible cuando me cruzo con Sófocles.
Anda, ojo sin párpado, retorna a tu isla:
vigila tus cabras.