Las grandes soluciones
(Traducción al español de Francisco J. Uriz)
Mina
Allá abajo
a 700 metros de profundidad
bajo 16.000.000 de años de estratificaciones
trabaja un picador de carbón, el emigrante Varetski-
los ojos irritados por el polvo del carbón,
los codos llenos de heridas-
y una linterna Davis en el casco.
Se oyen ecos en el pozo de la mina-
retumba, susurra, silba-
y en alguna parte lejana murmura el agua.
Zumban, silban y sueñan
cien cerebros polacos.
Un cálido sueño rojo
sobre tiempos pasados
cuando no necesitaban picar –mal considerados-
carbón belga de mala calidad
por 8 francos la tonelada.
En las profundidades de la montaña de lignito
gruñe un viejo gigante tuerto.
¡Ja, ja, pobre diablo!
Intentas competir
con el carbón de primerísima calidad de Durham.
(Ah, qué tonto tienes que ser.)
¡Carbón de Durham!
Perlas negras.
Diamantes que no pudieron desarrollarse completamente,
joyas que el fogonero del barco mima y acaricia,
como si fuesen frutos del árbol del pan.
Preguntadle a un fogonero su verdadero valor,
cuando desciende el barómetro como una centella
y hay que llegar a tiempo al estrecho de Magallanes:
El carbón de Durham no es otra cosa que oro negro.
Encendamos un ardiente Durham.
Para el aristócrata de la inteligencia, el embrión de geólogo Varetski,
es una deshonra trabajar en una vieja cueva agotada de lignito.
Dadle el quebradizo, el brillante espejo negro de Dutham,
que permite a los sueños
extenderse por los inmensos dibujos carbónicos de los helechos.
Y un gran helecho,
que dé sombra a todo el mundo.
Aves marinas
Aves marinas son nuestros pensamientos
siempre volando.
Mientras tomamos la sopa de carne
en el comedor del barco junto al Cabo God
nuestra vieja ave marina deja caer un excremento
sobre la piedra miliar del mar-Rockall
o dormita como un pingüino somnoliento-
con la pechera de su camisa recién lavada-
allá abajo junto a la barrera de Ross-
o susurra como una paloma cansada de volar
en el oído de Karen, mi amada Karen,
en la cocina del alcalde de Kerteminde.
Aves marinas son nuestros pensamientos
y siempre se alejan de nosotros volando;
y nosotros seguimos sentados en el comedor junto
al Cabo God –enhollinados, sudorosos- y la sopa de carne
bien lo sabe Dios no es muy allá-
El pueblo natal
En el pueblo natal, en el jardín esponjado por
las lombrices crece todavía la aguileña
y en todas las casas se oye el antiguo tictac de los
altos relojes de pesas.
El humo asciende de las cabañas como rectas
columnas del sacrificio.
Y para aquellos que vienen de allá fuera-
del duro trabajo de los mares mundiales y de las
calles de putas de Barcelona,
este sereno pueblecito se presenta como una me mentira silenciosa.
Una mentira junto a la que les gustaría demorarse.
Una mentira por la que uno querría pisotear todas las terribles verdades.
Li Kan expone su opinión sobre los gallos
El gallo fuerte hace el último momento
una exhibición ante la fuerte y ciega vida
para demostrar que está a la altura de ella.
Pero el que se atreve a ser el débil no se apresura.
Lo que opine la vida no puede opinarlo él.
Lo que le da la vida lo aprovecha pacíficamente
como el pollo perseguido a picotazos en el bosque de la vida.
Su concepto de la vida no es negación, ni odio ni desprecio,
sino la triste aceptación, que a veces puede mezclarse con alegría,
de existir, no obstante, un breve tiempo.
Canta tristemente sobre la tumba del gallo fuerte.
Las grandes soluciones
La resignación se encarga de arreglar casi todo,
poco a poco va surgiendo en el corazón una suave costumbre del dolor.
Esto sucede completamente sin gritos ni vivas.
Uno se esfuerza por subir,
pero se acostumbra a bajar.
No son las revoluciones sino las resignaciones
las que a la larga le han permitido vivir al hombre-
en la medida en que ha vivido.
No obstante, nadie ha sobrevivido finalmente.
Probablemente se pueden arreglar las jubilaciones,
pero las resignaciones se arreglan por su cuenta.
Libera poco a poco y sin cesar a todas las instituciones estatales
de las obras que ellos se ufanan de haber hecho.
Pero las puestas de sol sonríen.