Me comeré la tierra
A BAP
Estaba desesperada. Sus recuerdos se habían ido y en vano procuraba asirse a ellos. Se sentía vacía, espantosamente sola y vacía. Por un viejo ventanal se colaba la fría luz de la tarde (y la risa por siempre detenida de Pedrito que le golpeaba las sienes). Todos se habían ido. Todos la habían dejado. Se los llevó el tiempo, la humedad, las lluvias y la inmensa soledad del llano. Era la única que quedaba. Ella y sus recuerdos. Recuerdos que iban y venían y a veces se escapaban, resbalaban por sus manos y la dejaban inerte y vacía. Ella y sus recuerdos. (La cara de Pedro que la visitaba por la noche con su risa grande y sus manos anchas, sonrisa y manos que quedaron muertas). Pero, ahora, sus recuerdos se le habían escapado definitivamente. Un día en que estaba descuidada, que no pudo hacer nada para retenerlos.
Se fueron sus vecinos. Se fue Clotilde, Juan y hasta Mateo y Teresa, que eran los que mejor tierra tenían. Se fueron todos. Vendieron las vacas, las gallinas, los puercos. Le decían “María, veníte con nosotros. Huye del mal tiempo y de la soledá”. Pero ella no quería irse. No podía irse. Un día les dijo: “antes de irme me comeré la tierra.” Todos se rieron. “María no te quedéi sola, repitieron. Y María ya no contestaba. Los veía irse, llorando o riendo. Todos caminaban hacia nuevas alegrías o hacia nuevas amarguras. Con sus hijos a cuestas, su cansada vida a cuestas.
María se quedó dueña del inmenso llano vacío. Sembró la tierra y alimentó sus gallinas. Había vivido allí desde niña. Sus padres también habían amado esa tierra, la habían escarbado buscando afanosamente su misterio, alimentándose de ella, bebiendo de sus grandes ubres morenas…
Desde pequeña les decía a sus padres: “antes de irme de aquí me comeré toda esta tierra. Poquito a poco me la comeré toda.”
Los que le escuchaban se reían. Los muchachos le decían: “María come-tierra. Déjanos un poquito”. Más tarde llegó Pedro y significó para ella la tierra. Su piel morena, infinita encarnó todo lo que amaba. La fuerte ternura de sus brazos hizo que ese amor creciera y creciera. María se sintió llena, llena de esa vastedad que no le cabía, que se le escapaba por los ojos para reflejarse en los de Pedro.
En las noches profundas, aletargados por el sueño, poseídos hasta lo más hondo de sus telúricos sentimientos, María le repetía a Pedro: “cuando te vayas me sentiré muy sola. Cuando tú no me quedes, me quedaré Pedrito… Si Pedrito me deja, me quedará la tierra…” “y tú te la comerás toda”, terminaba riendo Pedro con su risa de luna llena.
Triste e inevitablemente, Pedro se fue. Cortó bruscamente su risa. Más adelante Pedrito se enmudeció también, para ir a formar parte de esa tierra oscura y nunca bienamada…
Y ahora… estaba sin recuerdos. La cara de Pedro se había esfumado. La risa de Pedrito se quedó sin eco, tenía que irse, porque nada le quedaba. Sus ojos se tiñeron de infinito.
-No me iré-dijo. Se sentó en el patio y con una cuchara comenzó lentamente a comerse la tierra.