Alguien se salva por escuchar al ruiseñor
“La poesía de Giovanni Quessep nos trae las coordenadas de un mundo perdido donde la fábula es posible entre castillos, leyendas, jardines y ensoñación. El poeta logra decantar en registros clásicos el desencanto y la belleza con ecos de las Mil y una noches, del Siglo de Oro español, de la tradición lírica italiana y del bullicio del patio de la infancia en el Caribe, que se traducen en una música y una voz insulares en la poesía colombiana”
Federico Díaz-Granados
Alguien se salva por escuchar al ruiseñor
Digamos que una tarde
El ruiseñor cantó
Sobre esta piedra
Porque al tocarla
El tiempo no nos hiere
No todo es tuyo olvido
Algo nos queda
Entre las ruinas pienso
Que nunca será polvo
Quien vio su vuelo
O escuchó su canto
La alondra y los alacranes
Acuérdate muchacha
Que estás en un lugar de Suramérica
No estamos en Verona
No sentirás el canto de la alondra
Los inventos de Shakespeare
No son para Mauricio Babilonia
Cumple tu historia suramericana
Espérame desnuda
Entre los alacranes
Y olvídate y no olvides
Que el tiempo colecciona mariposas
Elegía
A mi padre
Quisiera ver la luna
Que ha nevado en sus ojos
Para un dolor o música
Bellos países en el polvo
¿Quién ha visto pasar
El tiempo de las hadas?
Dadle una hoja de cedro
O melodiosa o blanca
Quisiera ver la luna
De nevadas violetas
Sobre este cuerpo solitario
Que un día entró a la niebla
Y me contaba en el idioma
De su lejana Biblos
Donde hay un ánfora que guarda
Una alondra color de vino
Quisiera ver la luna
Callada del que duerme
La soledad de piedra
De esa otra Biblos que es la muerte
¿Quién se ha quedado a solas
Con demonios y hadas?
Aquí estuvo el edén
Sólo hay olvido o fábula
Dadle una hoja de cedro
De rumoroso azul
Para un dolor o cántico
Bella palabra de Venut
¿De dónde es esta rueca
Mortal? ¿Su vino amargo?
Vuela vuela madeja oscura
Que el polvo pide un dátil blanco
Quisiera ver la luna
Callada del que duerme
La soledad de piedra
De esa otra Biblos que es la muerte
Quiero apenas una canción
Estoy cansado de llamar
a la puertas de los que amo,
mi camino se cubre de violetas
y de sombras perdidas de mi canto.
Se ha ido la estación de la azucena
por la muerte que fue una bella fábula;
ahora nadie me conoce
todos se alejan de mi alma.
No sé qué camino seguir
ni a quién decirle que me ame,
mis ojos miran la floresta
y estoy cansado y se hace tarde.
Quiero apenas una canción
que me traiga tus manos de hada,
una canción para la vida
bajo esta llama de ciprés tan blanca.
Quiero vivir o morir, lo mismo
me debe ser la muerte que la vida.
¿Quisieras tú decirme la canción
de la esperanza o la desdicha?
Sólo te pido una palabra
y algo del cielo de tu música:
Aguardaré a la sombra de mi otoño
cubierto por las flores y la luna.
Estoy cansado de llamar,
pero nadie me abre sus puertas;
acuérdate de mí en la noche,
azucena de un valle que perdiera.
Pájaro
En el aire
hay un pájaro
muerto;
quién sabe
adónde iba
ni de dónde ha venido.
¿Qué bosques traía,
que músicas deja,
qué dolores
envuelven
su cuerpo?
¿En cuál memoria
quedará
como diamante,
como pequeña hoja
de una selva
desconocida?
Pero en el aire
hay un patio
y una pradera,
hay una torre
y una ventana
que no quieren morir
y están prendidos
de su cola
larga de norte a sur.
En el aire
hay un pájaro muerto.
No sabrá de la tierra
ni de esta mancha
que todos llevamos,
de las máscaras
que lapidan,
de los bufones
que hacen del Rey
un arlequín perdido.
¿Quién lo guarda,
quién lo protege
como si fuera
la mariposa angélica?
Pájaro muerto
entre el cielo y la tierra.
Por ínsulas extrañas
Tuve todo en mi casa,
el cielo y la raíz, la rama oculta
que hace las estaciones
y el vuelo de los pájaros. No había
nada que no viniera hasta mis manos;
pero yo nada quise, y me fui lejos
por caminos, por ínsulas extrañas
en busca de los ojos
del tigre y el rumor
de una fuente
que no era de mi mundo.
En el atardecer lo dejé todo
por una sombra y un alcázar, y hoy
perdido en un amargo
laberinto de hojas,
veo las nubes que se van, la vida.