Gerardo Rodríguez Salas

Los hilos de la infamia

 

 

 

 

1

 

¿Y qué si abril nos ha nacido roto?

¿Acaso hubo esperanza alguna vez

para nosotras que alumbramos hilos

suculentos, segundos azarosos

que torpes tintinean, sin sosiego,

en sonoras patenas del destino?

¿Por qué vendisteis nuestro albor? ¿Por qué

esperamos delante de la ermita

clausurada? ¿Por qué tanta noche? Ich

glaube an Nächte. ¿Por qué os aterra tanta

luz sucia, nuestra luz? ¿Por qué parimos

llamas sin leño? ¿Por qué nos recluís

en trémulas corazas diminutas?

Si tenéis la verdad, guardadla bien:

nosotras zurciremos los abriles.

 

 

I

 

Europa, tus trebejos parten hacia la noche

danzando entre cenizas, retando a la guadaña.

Quizá eres el delirio de niñas que cruzaron

espejos o quizá fuiste peón y reina

con los pies atestados de plomo y de negrura.

¿Quién te tornó en tablero? ¿Quién robó tus colores?

¿Quién hizo un continente de tu carne ultrajada?

¿Por qué son tus casillas mayores cada vez

y tus piezas sucumben entre aduanas y lindes

bajo un pie colosal de bronce y unas fauces

y un arma que no yerra? ¿Quién odia tu tez bruna?

Hoy doblará un fervor de incienso, capirotes

multiusos que camuflan los siglos de la infamia

descalzos por las calles, persistentes mareas

que inundan el tablero pespuntado por límites

ficticios, ratoneras que urden los de siempre.

Aquí no habrá cobijo ni dios para vosotros,

ni serán bienvenidas las pieles atezadas,

ni colmará la luna las pozas de otros ojos,

ni abriremos las puertas de nuestros corazones.

 

Europa, tus cercados no te protegerán

de ti misma. Los hijos que no pariste nunca

se agolparán sin tregua en la fe de tu orilla,

breves tallas de sal en el televisor.

¿Dónde está mi bebé? ¡Ayudadme, he perdido

a mi bebé! Es nunca una palabra de humo

sin retorno y sin fin y Joseph cualquier nombre,

aunque ella lo repite gritando sin compás

en la balsa que vino en su busca. Los brazos

abiertos sueñan mar mientras otros no sueñan

―ni Aylan ni Galip, ya no sueñan―y yacen

de bruces o besando el suelo que no quiso

abrazarlos, no quiso acallar con arrullos

las ráfagas de ayer, las de hoy, las de siempre.

¿Acaso importa el nombre? El cuento siempre acaba

con un buitre esperando al niño mientras tú

haces la foto, tú también cierras la puerta

que algún día tendrás que golpear.

 

Europa, hoy cabalgas sobre la yerta orilla.

Tus preces a los dioses se han teñido de blanco

fundidas con la espuma que mulle las silentes

siluetas en la playa, exiguas como el sol

de invierno, microscópicos peones que fallaron

el lance porque nunca entendieron las reglas

de la partida, nunca soñaron un futuro.

¿Ves quizás a tus nietos en estas faces tristes?

¿Vengarás estos párpados tupidos, estas luces

truncadas? ¿Ladrarás como una perra antes

de ordenar que acuchillen al homicida, antes

de cantar al unísono con todas las mujeres

terribles désmios hymnos? ¿Buscarás en el viento

aquel olor a sangre que borró la justicia?

 

Innombrables Erinias, vengad hoy estos cuerpos.

 

 

XVIII

 

no duele ser tu monstruo

con mirada de roca, las serpientes

sisean en la gruta que excavaste

en mi torso

no duele ser mujer, hombre, águila, quimera

mural en blanco, pinta tus secretos

en mí, dibuja tus caprichos

en mí, esboza el mapa de mi carne

sin borrar tus costuras

aquel barro que hiñeron otros

con alguna caricia transitoria

paro stop hijos que galopan stop

o vuelan hacia el triunfo

la mujer sin manzana, ¿la mujer?

mírame sin espejos, son tus ojos

de piedra, son tus ojos

el mismo vientre anárquico

que parió el mismo lodo

los mismos puntos

de sutura

no duele ser tu monstruo

ni el suyo, ¿y tú?

¿de quién?

 

 

XX

 

el pastor tienta a su cordero

vierte formas divinas

en su garganta

 

cae el disfraz

al suelo la birreta

aúlla el dormitorio

¡aleluya!

 

hay más fuera, más dentro

de las estancias

huelen al cervatillo

intuyen lo que oculta tras el manto

y con pericia pescan

hombres y bulas

 

hay más dentro, más fuera

de este safari gris de terciopelo

 

y son rojos los hilos

rojos los mocasines que se van

rojas las suelas beatificadas

rojo el latir de aquellos címbalos

que auguran tierra fértil

 

a veces llueve dentro

a veces la fumata no es de ningún color

y roba un cuervo las palabras

prende el sol las alfombras

trenzadas de siluetas invisibles

de anónimos coperos

que raptaron los dioses

 

la culpa es del sesenta y ocho

¿y quién soy yo para juzgarte?

 

 

3

 

ecce mulier, pérfida raza

bordas el signo que hierve en mis senos

y sueñas con mi fruta

mortal, somos iguales

aunque tú nunca mueras

haremos el amor

incestuosamente

susurrarán con gozo

los corazones

y fingiremos blondas filigranas

ornando nuestras grutas

hasta ascender

al cielo

bellas ingratas

 

 

gerardo rodríguez

Gerardo Rodríguez Salas (Granada, España, 1976) es profesor titular de Literatura Inglesa en la Universidad de Granada, máster en Estudios de Género por la Unive ... LEER MÁS DEL AUTOR