Gary Daher

Cartas quemadas

 

 

 

 

Ballena blanca*

 

Y aquel descenso hasta la noche púrpura

donde el ojo amarillo y feroz

que mora el alma

espera y muerde y escudriña

con punta filosa

incesante

 

-¿dónde estás?-

pronuncia la angustiosa voz

 

no la voz estentórea de la vida

en mis celosos pulmones

sino el viento

viento de fuego

del interior que no cesa

en las cavernas del lenguaje.

 

¿Dónde estoy yo mismo?

en qué espacio de mi cuerpo

agitada, olvidada, vendida

hay una pequeña avalancha de delicadas piedras

y el agua las baña con su aliento.

 

Así

desencontrado

-¿dónde vas?-

digo de pronto

niña vital

musa de par en par cubierta

flor

ajena a todo tiempo

 

y yo que esperé en vez de entrar

su líquida presencia

su cuerpo inmaculado y descalzo.

 

¿Fuiste tú aquella breve lluvia?

 

nada

solamente quedó

el ácido severo del amor cotidiano

que nos amarra a los días:

y nos refiere demandas

dinero, arroz, zapatillas sirias

 

y aquella otra mujer fugaz acaso

mujer de sombra

al acecho de mis actos

no de mi ternura.

 

¿Es éste el modo del camino:

obeso, viejo, aposentado

gente común como todo el mundo?

 

Yo

que un día soñé destruir la roca de Sísifo

sigo empujándola en busca de la cresta

mientras el mar se agita

lidio en la tierra

térrea en que se

enciende

la palabra: esa impostora

el dudoso deleite de la intemperancia

el horror de la cara ante el espejo

y el sudor del trabajo y la vicisitud del desempleo:

moneda corriente del infierno

 

actor, actor, actor

todo en vano

aguacero y silencio

furia y destino

como una ballena blanca imposible de cazar

he regresado al crepúsculo

inopinado

traslúcido

inaprensible del hombre de cualquier edad.

 

Y mientras tejo las horas

con obras mortales

humanas

persigo todavía entre las hojas

esa huella

la tímida huella de la íntima hermosa

-no existe mejor razón que la belleza.

 

entonces salgo a las calles

soberana la luna

para que turbio de alcohol

finja el ánimo valiente

y al fin

última copa

trastabillando entre las mesas

pregunte vanamente al tabernero

(deslumbrante ya la luz

que se rompe sobre la alta claraboya)

si ese rayo que mata

fantasma diáfano

es solamente la mañana

cruel como elegante matrona

cegadora, repetida, atroz

 

y no mi dama.

 

*Territorios de Guerra. La Paz: Editorial Gente Común, 2007

 

 

 

 

Carta al Padre*

 

En la casa

los objetos huelen a

excremento de este modo

quién querrá quedarse.

 

Y si uno persistiera

vería con gran incomodidad

que los muebles están fuera

de lugar deshechos y

pesados

las ventanas tapiadas

 

y la misma puerta

desvencijada impeliendo a

salir en vez de entrar pues la

casa es un lugar de naufragio.

 

De ahí los grandes esfuerzos que

se hacen por quedarse a velar

dentro de la casa impertérrito

mientras las aves vuelan en el cielo

la hierba crece en el vergel

y la lluvia no deja de regar con su aliento de agua.

 

Por eso te escribo

para revelarte que poco

a poco voy limpiando de

inmundicia nuestra casa

a ver si así un día

 

-pienso también en el jardín

 

y en las semillas que

sembraste- habrá de

estar dispuesta

engalanada y primorosa

con su alfombra

persa y su alcoba

depurada

donde el incienso arda hermoso

 

y las rosas se abran

rojas esperando tu

regreso iluminado

–lo sé bien- por la

bella disposición

que irán a tomar todas nuestras cosas.

 

*“Viaje de Narciso”. Piedra Sagrada. Madrid: Editorial Vitrubio, 2018

 

 

 

 

Cartas quemadas*

 

Las has guardado tanto

tiempo que solo huelen a

escándalo

una tras una nos hablan de otros días

 

de deseos inimaginables y

lejanos y de uvas

y de vinos escanciados hasta las

heces aquello que no se

completó

de tan prohibido.

 

Quemadas en el

patio ya no

significan nada

solamente el carbón de los años

 

y tu fruta alguna vez nido de ternura

apenas una brizna de bandera de papel negro con el viento.

 

Las fotografías también

encargadas a la feracidad de la

tierra se multiplicarán en la

memoria

como tu nombre lo hizo alguna vez

en cada aliento.

 

Nada eres nada soy

esto que fue nunca sucedió

y la memoria siempre

traicionera será hoy por hoy

nuestra única playa incierta.

 

*“Jardines de Tláloc”. Piedra Sagrada. Madrid: Editorial Vitrubio, 2018

 

 

 

 

Señales*

 

En lo profundo de la selva

 

en la piedra que la maraña oculta

 

y los grillos y las inimaginables aves que dicen

inimaginables trinos en la oculta senda abierta bajo los

enormes cacaotales

en los ojos

 

en los ojos de tus ojos más allá de tu

mirada donde mora el tigre

y espera su hambre

 

y tiemblas toda

 

apenas una gota de rocío en la

hoja es la señal del tiempo

cuando tu nombre y el mío se diluyan en

la boca y los latidos del corazón

y todas las manos se hagan una

 

y convoquen la alegría de la lluvia.

 

*“Jardines de Tláloc”. Piedra Sagrada. Madrid: Editorial Vitrubio, 2018

 

 

 

 

El principio de Heisenberg*

 

De qué sirve que un temprano lector de Rubén Darío

-lo leí por primera vez a mis seis años-

haya conocido a la nieta de Francisca Sánchez

y haya transitado las escasas callejuelas de Navalsauz

o qué distancia puede haber entre la Marcha Triunfal

y el amor en las caballerizas

de la Casa de Campo de Madrid.

 

Porque entre esas extrañas distancias

toqué las paredes de la casa

donde por ochenta años

con amoroso afán

se guardó el archivo del poeta

fotografié una lucerna abierta sobre una pared de piedra

y tuve una mirada del cementerio del pequeño caserío

un azar nada más

del viento de las palabras

que azota las ventanas.

 

Y todavía no sé

qué astrológicas confluencias

qué extrañas colisiones cuánticas

producen los encuentros con los muertos

es decir

con aquellos que vivieron una vida entera

intensa en este caso

cuando aun tú no has nacido

pues siguiendo el principio de Heisenberg

no sabemos si el mundo existe

cuando no lo miras

al menos

tal y como dice que fue

y te lo contaron.

 

*“Muralla iluminada”. La Santa y la Cruz. La Paz: Plural editores, 2019

 

 

 

 

Para esperar el canto de los pájaros derviches*

 

A Federico García Lorca

 

Cuando los pájaros derviches canten

la tierra va a florecer

y el amado sol llenará nuestras casas y nuestros patios.

 

Y la muralla ya no será muralla

sino hermana, sino puente

que cubre al que llega y siempre nos llama.

 

Pero los pájaros derviches

permanecen mudos en los campanarios

mientras nuestras almas se arrastran por las calles

y la tierra se empecina en esperarnos

con su silencio de amarga greda

hecho de raíces antiguas

y gusanos hambrientos.

 

Alguien me dijo que para alumbrar

el canto de los pájaros derviches

se hace necesario levantar la serpiente emplumada

Quetzalcóatl

gracias a Tláloc

el dios de las aguas creadoras

pero aquí nadie escucha el sonido del cielo

ni el rayo feroz que los celtas llamaban Taranis y otros Zeus

sordos como estamos

no tiene ninguna importancia

esperar el canto de los pájaros derviches.

 

*“Muralla Iluminada”. La Santa y la Cruz. La Paz: Plural editores, 2019

 


 

 

Desde los almenares*

 

No se presiente el mar y su estruendoso oleaje allende las

lejanías del Portugal.

El mar se extiende ya lo sé más allá de toda mirada

y luego el orbe

que se reparte dañoso con su rumor de cerdos y maquinaria

incesante.

 

Hay ministerios.

Hay escondrijos.

Hay interminables hechos económicos y comerciales.

Y una luna de Luna Park en Coney Island donde se golpean

los hombres

entre la euforia de sus vecinos

que luego beben sin parar

copas insaciables de alcohol

para comentar la pelea en los infinitos bares urbanos.

 

Y la sangre de la otra parte

en Siria

en África

en también algún oscuro callejón de las hacinadas urbes

sangre de niños

sangre de expatriados

sangre de desorientados

sangre sorprendida

sangre de gente cercenada de destino.

 

Y los militares

sin importar de qué ejército

de qué ideología

rojo verde o amarillo

con sus armas y sus botas

la muerte es un destino dicen

al son de ritmos timbaleros.

 

Pero no esta muerte

ignominiosa muerte

repite murmurando un hombre que pide limosna a la salida

de la catedral

porque allí acude una muchedumbre

los domingos de ramos

para ocultar la violencia

que brota en ellos mismos

a la vuelta de cada esquina

deme una moneda por amor de dios

y así algunos compran su consciencia

dormida por los ecos de la pornografía

que inunda los medios, las calles, los sueños

un viento que no cesa y se mete entre los calzones del mundo

 

como quien arranca las rosas

y no le importa nada.

 

Aquí

desde los almenares

el horno de los días

 

pero ya vendrá la noche

con su luna sigilosa

y el silencio cerval

de las calles de Ávila

bálsamo poético

que produce las piedras

y baña

aliviando los pechos

como si se pudiese el olvido.

 

*“Muralla Iluminada”. La Santa y la Cruz. La Paz: Plural editores, 2019

Gary Daher (Bolivia, 1956). Poeta, narrador y ensayista boliviano. Ingeniero y magister en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamerican ... LEER MÁS DEL AUTOR