Fernando Cazón Vera

La parábola de la máscara

 

 

 

LA PARÁBOLA DE LA MÁSCARA

El pájaro se puso la máscara,
la máscara se puso el pájaro,
el pájaro y la máscara se pusieron entre sí
pero el pájaro no era máscara
el pájaro era pájaro y nada más
el pájaro era pájaro y mucho más
y la máscara después fue nube
y fue cielo
y fue árbol
y fue la manzana de ese árbol
la máscara fue hombre también
y fue la mujer de ese hombre
y fue el hijo de ese hombre y esa mujer
la máscara podía ser cualquier cosa
incluso la máscara de otra máscara
el pájaro ni siquiera podía ser hombre
el hombre ni siquiera podía ser pájaro
pero la máscara sirvió al hombre
y al pájaro y su pájara
y a la mujer del hombre y de ese pájaro,
y al hijo del hombre y la mujer,
del pájaro y la pájara
al hijo que no pudo ser lluvia
ni árbol, ni montaña,
pero la máscara les sirvió a todos
sobre todo al hombre mirado por el hombre mismo
y mirado por Dios y por la máscara de Dios
o por las máscaras de muchos dioses
hasta el día del Juicio Final
en que todos, sin excepción,
se sacarán las máscaras. 

 

 

MANICOMIO

Los locos se graduaron
de napoleón el uno
la más bella de Ofelia
y el orate mayor
llegó a ser general
después de derrotar
a sus molinos

el más humilde se gradúo de perro.

Otro llegó a ser nube
para poder besar a la jirafa.

Pero, cosa rara,
habiéndolo podido

nadie quiso ser Dios.

 

 

HOMERO

En el país de los ciegos
El poeta es el rey.

 

 

MEMORIAS DE UN AHORCADO

Trepas por mi corbata,
oscilas como un péndulo,
mientras tanto, yo existo.
Llegas hasta la cueva de mi boca,
único túnel
por donde las palabras
se aventuran a ciegas.

O por donde las hembras
entierran como a cadáveres
sus lenguas.

Oh la asfixia más útil
y las manos más llenas.

Ascienden

* * *

Si te avisan que he muerto
mira al fondo de tu corazón
para saber si está mi calavera.

Sí me quieres tocar, dame por ido,
pero no ames a quien se me parezca.
Con este cuerpo impar tengo salida.

 

 

PARÁBOLA DEL INDECISO

Huyó desde sus piernas para adentro
Regresó dé los ojos para afuera
Quiso volver al fin, pero se iba
Quiso exiliarse pero se quedaba.

Estaba siempre donde nunca estaba
Era y no era, lo mojaba el fuego
Lo quemaban las lluvias torrenciales
Alas de viejos pájaros lo anclaron.

Y supo odiar con el amor más puro
Amó también con su traición profunda
Y dijo la verdad. Y estuvo solo
Mintió y mintió. Y entonces le creyeron.

 

 

EL INEXISTENTE

El que no tiene un nombre que ponerse,
un hueso que roer.
El que anda
prestando sed para tomar sus aguas,
pidiendo un ojo en que llorar su llanto,
mendigando su pan con otras hambres.
El que no tiene desnudez. Y en cambio
tiene un lunes después del otro lunes.
El que se fue para volver. Y ha vuelto
con una lluvia menos.
El difunto
al que velaron sin ningún cadáver.

 

 

EL AFORTUNADO

Quién tiene un ojo que no le sirva,
una oreja que le sobre, quién tiene
un mes de más en su almanaque,
una hora inservible en sus relojes,
quién respira dos veces y vive
y sobrevive una única vida, quién
copula fielmente su bigamia, quién
se hace trampa y nunca se sorprende,
quién tiene un muerto que todavía lo ama
sin tocarle los sueños inminentes, quién
cabe a la vez en dos lugares diferentes,
quién ha dejado de morir su parte menos útil,
quién, en definitiva, gana la mesa
sin tirar los dados.

Fernando Cazón Vera (Quito, Ecuador, 1935). Periodista y editor de periódicos y revistas, profesor universitario durante quince años. En la actualidad es colu ... LEER MÁS DEL AUTOR