Eugenia Cabral

Tu mano de morir y tu mano de existir

 

 

 

 

NUEVAS VOCES DE LA ARGENTINA
Por Luis Benítez

 

La virtud del equilibrio que reside a sus anchas en la poesía de Eugenia Cabral se las arregla acabadamente para pasar revista muy completa y sugerente de la vasta gama de condiciones y elementos condicionantes que son propios del sujeto contemporáneo. Así, tanto la angustia existencial como la sensible apreciación de la belleza constitutiva de lo humano, lo imaginario y lo real, las claves del misterio de las cosas, como los claroscuros donde la miseria y el horror conspiran contra toda forma de felicidad posible, conviven y se amalgaman en sus obras. Ello gracias a un acabado juego de sugerencias y alusiones que permiten al lector participar del universo personal de la autora, rico en imágenes y símbolos, a la vez que le posibilita la destreza de la poeta cordobesa establecer su propia interpretación de lo expuesto, en esa tarea de traducción a los códigos personales de quien lee que, la capacidad o no de quien escribió los versos, deja franca o bien clausura.

Luis Benítez

 

 

 

 

POEMAS DE EUGENIA CABRAL

 

 

Carta fechada en viernes, día de transmutaciones mágicas

 

En esta gris colgadura de viernes, huele a agua de lluvia contenida en cántaro de arcilla.

He acariciado la fotografía de mi madre, su collar de vidrios, he caminado por el patio hasta develar la razón de esta inquietud como se descubre un párrafo asombroso. Urge preguntarte si las manos del poeta son hermafroditas…

Mi mano masculina ama los impulsos de la mano femenina, su exasperante ansiedad, su olor a flores.

¿Habrá de percibir algún amante polisexuales furias y voluntades?

¿Cuántos sexos tienen las manos, los ojos; qué hormona vitaliza la filosofía?

Cuando éramos muy jóvenes, el sexo era cosa de camaradas.

Nuestra muerta canción nos instigó a pedir disculpas.

Hay una larga fila de mendigos aguardando a la orilla del mar.

Tengo miedo, te confieso, de formar fila en la playa buscando en mi sombra el espejo del ser.

Toma por favor esta carta, cuando la leas, entre tu mano de morir y tu mano de existir.

 

(De Iras y Fuegos. Editorial Último Reino, 1996)

 

 

 

 

De la vida cotidiana

(fragmento)

 

Años de repliegue nos devolvieron al Arte.

Viejo arte del solitario.

 

Días de agravio restañado,

coronación de la tristeza.

 

La muerte, tanteando el camino de regreso

con un cayado de ciega pobre

-hecho con palo de árbol sin prosapia-

a veces va a chuparse al boliche de la plaza;

apoyada en la punta del mostrador

intenta convencer a otros borrachos

de que, hace mucho, tuvo cetro de plata,

cimitarra, capa de armiño –dotados de mágico poder-;

por la madrugada,

cuando los viejos guardan el bandoneón

y los últimos billetes,

la pobre muerte retorna avergonzada

a su peregrinar incomprendido.

 

Nosotros, adultos, ya no creemos

en destinos inapelables.

Tampoco en Sanjorges ni en Juanasdearcos:

una hoguera más bronca

-bajo la ceniza que asperjamos

como maquillaje de fantasía-

nos sigue quemando de a ratitos

(torturador de muñecos).

 

Estamos locos, oh sí,

pero qué perfecto estar locos,

morder hasta el hueso la aceituna,

sangrar las encías,

convertidos en puro objeto de arte.

 

(De Cielos y barbaries. Alción Editora, Córdoba, 2004)

 

 

 

 

Tabaco

 

La rabia dura lo que el cigarrillo.

Luego el humo y la ceniza esparcen

la desmerecida forma de lo que ha sido.

Arder. Arder como la brasa ambigua

que no es llamarada ni es ceniza;

entre secuencias de orden y desorden

arder; arder cual perfume de maderas;

cual ocaso –furia postrer del día-

arder; en pausas de la informática,

detrás de los envases descartables,

con un sexo torpe entre torpes manos,

arder. Como sólo el fuego puede arder.

Como pasión y soledad pueden arder.

Astro perdido en la jungla del cielo

tornando a una casa y a unos padres,

arder. Solícitamente, en honor de un amante,

arder. Ofrecer la transparencia y pretenderla

cada vez con menos fuerza y eficacia.

Arder. En el templo de los bárbaros.

Arder, tan tenue como sea posible,

ante la fatiga de la mirada. Encender

los rubíes de la culpa entre el lodo funeral

y las arenas donde el hedor de lo muerto

sobrevive (¿para qué?) sin condena ni justicia.

 

En el horno de los bronquios se caldean

la sinrazón de existir abominando

y el humo: símbolo de olvido e impotencia

de querer retener lo que se esfuma

-antes eterno, ahora fugitivo-,

breve danza de amor entre los dedos,

ocaso que arrastra el cuerpo del día

-iluminado de amor- a oscura gruta,

para escandir las formas de la noche

cual sílabas de un poema revelado.

 

(De Tabaco. Editorial Babel, Córdoba, 2009)

 

 

 

Bautismo

 

He temblado junto a la pila bautismal

en la iglesia a oscuras. He temblado al verte de perfil

porque parecías un galo de la Alta Edad Media.

El techo de la nave central es combado y tiene costillas doradas

y pinturas en rojo. Temblaba en esta ciudad americana

y te señalé los santos tallados por aborígenes,

a lo largo de la nave izquierda. En esta ciudad o en esotra.

 

*

 

Somos criollos de varias generaciones, argentinos,

de apellido hispano, de cultura rioplatense,

de costumbres pampeanas, de silencios federales.

Si festejamos la patria comemos a la usanza del Noroeste,

si filosofamos lo hacemos a lo porteño

(la zamba marechaleana de la escisión).

En esotra ciudad o en ésta.

 

*

 

Agradecí a la penumbra que no le permitiese al temblor

avergonzarme. De pronto el ritmo de las frases no coincide,

el temblor ha desencajado alguna articulación.

Como gozne y goce, una es vértigo, la otra, silbo.

Un desplazamiento de placas, un prefacio a la falla de San Francisco.

Pero los desastres de la melancolía se perciben a solas.

Un cloqueo, un chasquido se levanta con dificultad desde la greda

y, anfibio, atraviesa el patio, llega a la ventana.

Los dos somos jóvenes –él de catorce y yo, de doce años- y temblamos,

bajo el hedor acre de las vestiduras,  en el siglo XIII,

ya no somos coloniales y barrosos españoles

desafiando a las autoridades del virreinato:

somos judíos conversos  y sabemos leer.

Después nos convertimos en arrianos y vuelta a perseguirnos.

Más atrás aun en el tiempo, éramos adúlteros y nos lapidaron.

Entonces nos hicimos hinduistas y nos despreciaron.

Cometimos incesto y nos quemaron.

Mezclamos nuestras etnias y nos apartaron.

En esta ciudad y en esotra.

“Amor constante más allá de la muerte”,

nadie podría vencernos, salvo una clara eternidad.

 

*

 

Miré hacia el altar católico y sentí llegar desde vos

esa como ansiedad fastidiosa, esa exquisita fatiga

que te absorbe hacia los corredores del laberinto,

como los embudos de los ríos serranos a los nadadores angélicos.

 

Y supe lo de siempre: que, para el gran río,

representamos apenas un sorbo dulzón, como la sangre,

un puñado de moléculas y de entropía.

 

(De En este nombre y en este cuerpo. Editorial Babel, Córdoba, Argentina, 2012)

 

 

 

 

Teoría del Ruiseñor

 

Los ángeles atraviesan

un siglo de constelaciones artificiales.

 

Cuánta locura del lado de los Inocentes

(el hombre que toca la flauta

hundido en el pozo,

Jacobo Fijman

en la prisión psiquiátrica,

Artaud en el país tarahumara,

Juan L. Ortiz

a orillas del Paraná).

 

Podemos navegar por un dólar

en aguas del Leteo.

 

Por eso el Ruiseñor

no acude a la feria.

Consciente de la belleza infausta del mundo

la aborrece y la teme.

 

Y opta por la oscuridad.

 

(De La voz más distante. Pan Comido Ediciones, Córdoba, Argentina, 2016)

 

 

 

 

Edgard Allan Poe

 

el poeta cruza el parque bajo la nevada pretendiendo esquivar a los fantasmas

que él mismo ha creado en sus historias de terror

esta vez, el ave negra en su ventana    lectora indiscreta    ya le ha revelado el

final

no le cree    corre    no le cree    corre más rápido aún para cruzar ese parque

todo nevado

no le cree al cuervo su revelación pero corre tambaleándose sobre la hoguera

líquida de alcohol que lleva por dentro y sobre el hielo que lo empantana

mientras cae la nevada

el poeta cae también al fin y el terror se cierne para siempre sobre la literatura

de los tiempos venideros

 

(De La ciudad de amapolas. Editorial Victoria Ocampo. Buenos Aires, 2022)

 

Eugenia Cabral Nació en Córdoba, Argentina, el 29 de noviembre de 1954. Entre 1981 y 1986 formó parte del Grupo literario Raíz y Palabra. Dirigió la ... LEER MÁS DEL AUTOR