Sangre y oro
Versiones al español del poeta cubano David Chericián (1940-2002)
revisadas por Éva Tóth.
Selección y presentación de Albert Lázaro-Tinaut.
Textos tomados del libro Poesías, de Endre Ady. Editorial Corvina, Budapest, 1977.
El poeta de Hortobágy
Era un mozo cumano, de ojos grandes,
por muchas añoranzas pesaroso,
guardaba una vacada y tomó el rumbo
del Hortobágy húngaro famoso.
Los crepúsculos y los espejismos
cien veces a su alma cautivaron,
mas si en su corazón creció una flor
sirvió de pasto a los pueblos-rebaños.
Mil veces ideó cosas bellísimas,
pensó en la muerte, la mujer, el vino,
en cualquier otro sitio de este mundo
un sagrado poeta hubiera sido.
Pero cuando miró a sus compañeros,
sucios, torpes, en calzas ya raídas,
enterró de inmediato la canción:
y ya solo silbaba o maldecía.
La estatua de oro de Leda
A jugar sucio nunca te pondrías,
fundida en oro tú sonreirías
delante de mi cama.
Serían tus ojos dos verdes diamantes,
tus senos rosas de ópalo quemantes
y tus labios topacios.
Tu ser de oro nunca moriría
ni tu preciosidad me engañaría,
ah, mi señora mala.
Tu carnal cuerpo iría por doquier,
tu cuerpo de oro jadearía en mi ser
por siempre, eternamente.
Y si mucho la vida me doliera,
bendeciría tu fresca cadera
mi frente ardiente.
Sangre y oro
A mis oídos poco importa
si oyen risa o llanto sonoro,
si cae sangre o canta el oro.
Lo sé y lo afirmo: el Todo es eso
y lo otro es en vano deterioro:
solo oro y sangre, sangre y oro.
Todo pasa, todo perece:
rango, sueldo, canción, decoro.
Mas viven siempre sangre y oro.
Mueren naciones y renacen,
santo sea el fiel cuyo tesoro
es como el mío: sangre y oro.
Vuelta a la aldea
Sin pestañear su mirada severa,
ninguna aldea más clemente espera
a un fugitivo urbano.
Por mí ha tejido sus ocultas redes
y si ante ella me prosterno, puede
que mis culpas olvide.
Soy pródigo y hereje, pero allí
me aman, se compadecen de mí.
Por mí espera mi aldea.
Cual si me viera con camisa al viento
de nuevo, y no gastado, amarillento,
veo que me sonríe.
“Descansa, hijo, con mi corazón
ancestral haz las paces, tu razón
reclina en mi hombro fuerte.”
Me arrulla y besa y me hace adormecer,
su santo, aldeano, apacible poder
posa en mi corazón.
Y como el que su madre le ha pegado
y se alivia al llorar, niño agotado,
me duermo para siempre.
La Hungría invernal
A través de la húngara llanura
cuando el tren va conmigo galopando
duermen los caseríos en el blando
hielo invernal de la gran noche oscura.
Tan huérfano y tan blanco el llano está
que una canción de cuna encima de él
tararean los vientos en tropel
fríos y lentos. ¿Con qué soñará?
¿Sueña él, le quedan sueños todavía?
Voy ahora a pasar la Navidad,
viejo, niño, aldeano sin edad,
mas mi alma está bajo la nieve fría.
Y galopando por los llanos míos
y el invierno, me parece que estamos
muertos y que sin sueño descansamos
yo y los húngaros caseríos.
La piedra lanzada a lo alto
Piedra lanzada a lo alto, siempre cae en tu suelo,
mi pequeño país, y otra vez y de nuevo
vuelve tu hijo.
Visita las lejanas torres un día tras otro,
se fatiga, se afana y siempre cae al polvo
del que saliera.
Soy todo tuyo en mi cólera infinita,
en mi infidelidad, en mi amorosa cuita
tristemente húngaro.
Piedra lanzada a lo alto, triste y sin que quisiera,
mi pequeño país, de una ejemplar manera
salgo a tu rostro.
Y en vano con cualquiera intención me echarías
cien veces, pues cien veces a ti yo volvería
y por última vez.
Canción del hijo proletario
Día y noche mi padre, en fatigosa
labor corre sudando aquí y allá,
otro hombre más grande que mi padre
no hay en ningún lugar.
Las ropas de mi padre están raídas,
pero a mí va a comprarme un traje nuevo
y con amor me habla de un hermoso
futuro para el pueblo.
Mi padre es prisionero de los ricos,
le hacen daño, lo humillan, lo maltratan,
pero siempre nos trae por la noche
la voz de la esperanza.
Es luchador, gran hombre por nosotros
sacrifica su orgullo, da sus fuerzas,
pero incapaz sería de humillarse
ante algunas monedas.
Es mi padre hombre pobre y afligido,
pero si a su hijo tanto no atendiera,
podría detener esta terrestre
comedia gigantesca.
Si mi padre quisiera, ya no habría
ricos, sería suyo su sudor,
y serían mis compañeros todos
lo mismo que yo soy.
Si mi padre dijera una palabra,
¡ay!, muchos temblarían al oírle,
y ya no vivirían esos muchos
contentos y felices.
Mi padre sin cesar trabaja y lucha,
no existe otro, quizás, más fuerte que él,
pues mi padre es también más poderoso
que el mismo rey.