El fuego nuevo
EL FUEGO NUEVO
Ve a buscar el fuego nuevo en las tinieblas.
Y con el pedernal que fue mío golpea su puerta
pidiéndole abrigo, diciéndole mi nombre.
Porque el fuego recuerda al último
que lo alumbró con su boca
arrodillándose como ante un animal herido
soplándole la cara de pan enterrado.
Y que nadie te vea porque el hombre está
desnudo cuando pide o da algo de sí mismo,
algo que no se vuelve a dar sino después de la muerte
y con el rostro vuelto, y con la mano sin dedos.
Que no te vea nadie cuando apagas el fuego viejo
y prendes el fuego nuevo.
Y te acompaña la primera o la última palabra dicha
antes de irte de todas partes.
Y te acompaña tu propia oscuridad
y el frío del amanecer con que se mira el mundo
cuando todos duermen hace mucho tiempo.
Cuando tú también estás muerto
y buscas dentro de ti la vieja llave de la casa.
Buscas los utensilios que han cambiado de sitio.
Buscas lo que no se puede hallar dos veces.
Y te acuerdas de todo lo que hacías,
del soplido de tu boca en el gran soplo.
Del nombre del fuego apagado
que es el mismo del fuego encendido.
*
Cogió un puñado de fuego apagado
y al hacerlo escuchó levantarse el viento
-el que pule las piedras hasta darles suavidad
de algunos rostros y del cuerpo de las madres.
Y al hacerlo escuchó el llamado misterioso
igual que cuando bruñen con cenizas el fuego viejo
-el corazón de cristal en el fondo de las copas
o en la luna vacía de todos los espejos.
Siempre se estremeció al oír ese sonido
como si alguien debiera aparecer de inmediato.
Era una señal, una orden
-la del sacrificador, de la víctima
-la del encantador, de la serpiente
-la de los amantes silenciosos.
Y él la escuchó de nuevo al frotar entre los dedos
esos granos ásperos y suaves de ceniza, de hollín,
parecidos a las semillas de un día muerto para siempre
que los hombres llevan en los bolsillos de la ropa
y pierden sin poder recordar quién se las dio.
Porque no hay nadie que pase ante un fuego extinguido
sin repetir ese rito de los viejos orígenes
-de detenerse ahí
-de arrodillarse ahí.
Como ese hombre inmóvil en la penumbra
en trance de escuchar el viento entre los árboles
o de soplar la piedra donde el fuego surgió.
*
Hermoso como el tigre es el misterio de ser hombre
y mirando el fuego con los ojos que me dio
cuando lo talle en la piedra que tengo preso
en el instante de saltar sobre otro animal.
Y el tigre vuelve a ser como el primero que vi,
ausente a toda mirada, inencontrable en sí mismo.
Como esta máscara tallada por el fuego en los muros
donde arden sus ojos al fondo de la noche.
Y yo temo mirarlos porque oscurecen los míos
con un velo tan fino, con una lejanía tan grande,
y nunca hubiera llovido, y no existiera ningún árbol,
y nadie apareciera en la faz oscura de la luna.
Porque ha vuelto a ser como la luna redonda
que hace manar el agua y abrirse el sexo de las piedras.
Un tigre cazado por un hombre. Y un hombre
meditando el misterio de estar vivo.
PUERTAS DE CHINA
Extranjero, detente en mis murallas
contengo tantos muertos que entera soy de cal y espinas
mi tempestad será de cenizas extinguidas hace siglos
te quemaré como al caballo de la estepa.
Sarmentosa soy como la más pura claridad
fiera como un terrible leprosario
no verás mi desnudez que el viento cuida
conmigo dormirás sin conocerme
en mis rodillas dormirás el sueño devastado del invierno
oirás sólo el tifón
el puñado de los huesos enemigos que en mí no encuentran el reposo.
Para ti seré ausencia de raíces
un río turbio, un fruto descarnado
en mi manto hay un tambor que batiré por ti mientras existas
hueso contra hueso morderás el arroz podrido del esclavo.
Olvidarán los hijos y los padres
todo aquel que en mi pecho exprimido se formó
en ti seré siempre este fragor del tifón en las estepas milenarias
la sequedad, el frío de mis uñas
el coro de mi hambriento en tus oídos.
En el hombre encontrarás refugio
en el templo hallarás el aire que te niego
junto a Buda la oscuridad de mi memoria
de mí saldrás como has venido
no verás sino mi anchura inabarcable
no tendrás otra cosa que el silencio.
EL ANTIHOMBRE
Tú, sacrificador impuro
verás surgir la mirada del dios terrible de los brazos amputados
del rostro más humano que nos has visto nunca
has roto algo tibio, suave nocturno
has provocado el corazón secreto de la tierra
has desgarrado el lienzo de los vivos y los muertos
has negado al hombre su condición divina
poseerás el mundo
jamás la muerte de los inocentes
esta es más grande que ninguna patria conocida
debajo de cada muerto hay una estrella de fuego
debajo de cada estrella hay mil signos extraños.
Hombricida, te irás cubriendo de rugosas escamas
tus manos se convertirán en tenazas
tus pies en pezuñas
la boca se te alargará con la blasfemia
los dientes te cubrirán como armadura
crecerá tu cuerpo como cápsula gigante
lleno de una materia blanda, pegajosa, que arrastrarás como una cola
te rodeará una niebla gaseosa
un plasma blanquecino se derretirá como un amanecer ante ti
estarás solo, rodeado de aletas metálicas
solo en un mundo de máscaras, de escafandras, de cicatrices volcánicas
sólo un salar, en una tierra de raíces.
Como los boxeadores jadeantes masticas, masticas goma
con tu uniforme de jugador de rugby golpeas las ventanas, las puertas
eres el molde, el recipiente donde fermenta un licor dulzón desvaído
eres un engendro de niño y de arma moderna, de perro faldero y
de mujer hombruna
eres el violador de los muertos cuyo sexo adornas con trajes de muñeca
cuerpo deforme alimentado con hormonas
ídolo rodeado de ancianos cancerosos
paloma con pestañas postizas, carnívoras
tus ciudades son la armazón de un monstruo inútil
manicomio, prisión de cavernosas carcajadas
la soledad es tu tesoro
la soledad es un jardín de endurecidas flores
donde los niños juegan con los avaros un juego reglamentado, triste
los locos son las piezas sueltas de un gran artefacto que gobierna el mundo
tu crueldad irritada como un órgano
quiere hacer de la mujer una fuente de energía mecánica
quiere ambientar los genes en una redoma de vidrio
en esa vasta cámara de hielo llena de peces humanos
estás solo y armado con tu rostro de goma, tus manos radioactivas y azules.
De violencia te acuso
de resucitar a Cristo con otras ropas
no desnudo, sangrante, dulce
no colgado en una cruz
extendido en un mesón
carne blanca, negra, cobriza
toda carne de animal terrestre era la suya
todo paño obscurecido de sudor era su rostro
todo vendaje de enfermos
toda sábana nupcial
a todos nos miraba desgarrado por los clavos
nos miraba con cada parte de su cuerpo
con su vientre, con su sexo, con su pecho, con las palmas de sus manos
con su larga, poderosa, quebradiza delgadez
con el peso del madero, el silencioso espanto de sus rasgos
nos miraba con su cuerpo
nos hablaba con su cuerpo
en él luchaban la rebelión, la dulzura, la piedad, la cólera
era joven, viejo, sereno, triste
incorruptible como el sol, como el fruto, como el pan
era lo más desnudo que pudo existir.