Presentamos tres textos claves del recordado poeta mexicano.
Eduardo Lizalde
Boleros del resentido
4
La verdadera muerte es esta muerte a solas,
ausente de sí misma,
como un árbol que crece
durante el sueño.
La sola infame muerte
del que muere dormido.
La muerte a secas
de un hombre solo, en medio
del erial de su cuerpo,
de una mosca (perdonen)
a mitad de su mierda.
Sería más útil vivo
–vaya revolucionario–.
Haría una nueva vida,
si tuviera ruedas.
Pero a su propia sangre se resiste el cuerpo.
Repele su amarillo
la pura orina mansa del principio.
Ésta es la muerte, amada.
Borrará comisuras en la hiena,
volverá perrito al león.
Debemos aceptarla, como se acepta un pan,
una manzana,
podridos, por supuesto.
7
Hay un lejano olor a muerto en todo el aire.
Alguien se muere aquí,
muy cerca, en el jardín de al lado.
Tal vez aquí, junto al umbral,
más bien adentro de la casa, en el pasillo,
y no, más cerca,
en este cuarto donde moríamos juntos.
No, tampoco.
Más cerca aún, junto a mi cuerpo.
Y no, más cerca.
11
Una sola flecha, como una sola muerte,
hunde sus fauces de un diente solo
en el lanudo pecho del cordero.
Y el cordero se queja, como es lógico,
apenas:
su cifrado balido.
Un árbol solo, de lana que camina,
es el cordero.
Y por su muerte, de oveja sola,
de oveja que no sabe trasquilarse,
todo se corrompe,
todo se hunde,
como el pescado tuerto
que pierde bajo el sol
el solo ojo que le queda,
como la roña de este perro bueno bajo la caricia.