Edda Armas

Del duende al talismán

 

 

Por Amalia Iglesias Serna

 

Mientras leía y releía este nuevo libro de la poeta venezolana Edda Armas, de título tan enigmático como sugerente: Talismanes para la fuga, me venía a la memoria aquella mítica conferencia que Federico García Lorca pronunció en Buenos Aires, en 1933: «Teoría y juego del duende», en la que el poeta fijaba su idea del «duende» en el «poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica», lejos del «demonio teológico de la duda» o del «diablo católico». Lorca arraigaba el significado del «duende», (diferenciándolo del «Ángel» y de la «Musa») en otras latitudes: «El duende del que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos».

Podríamos hacer una permutación de «duende» por «talismán» y encontraremos algunas de las claves que habitan toda la poesía de Edda Armas, y que en este libro cristalizan en el que, a mi juicio, es el mejor de toda su trayectoria, en el que se reúnen sus obsesiones, se enriquecen y amplifican sus perplejidades y sus hallazgos poéticos formales y se profundiza en un horizonte de significados más ambiciosos y más hondos que en sus libros anteriores. Una trayectoria que abarca más de quince libros publicados, cuyo aliento recobra fuerza en cada título, y que en este Talismanes para la fuga alcanza su expresión más intensa. No obstante, el universo poético de Edda Armas contiene en sí mismo una gran unidad y armonía, la coherencia interna y la autenticidad son la fuerza de gravedad que mantiene ese universo suyo en la misma órbita. Así sus libros establecen un diálogo interno permanente. Por ejemplo, para comprender plenamente este Talismanes para la fuga deberíamos acudir a su libro anterior, Fruta hendida (2019). En un poema de ese libro: «INFUSIÓN TÉ JAZMÍN CON LUNA PARA TRES» se profundiza en la importancia de lo que nombran las palabras, Edda Armas desmenuza su propio nombre, su nombre propio y cuenta cómo en su familia ese nombre «se ató al espeso sentimiento de la pérdida», ya que su abuela paterna enterró dos niñas llamadas Edda, una que falleció al nacer y la otra que apenas sobrevivió unos meses. Y cuenta cómo un día descubrió que «el pulso de esas otras almas vivía acompasado al mío». Aquí se refiere al poema de Jorge Luis Borges, «Talismanes», gracias al cual aprendió que «en las culturas nórdicas Edda significa antepasado, también abuela y arte poética». Ahora, en este nuevo libro recupera completo el poema de Borges, al igual que reproduce otro poema fundacional, ese estremecedor «Para hacer un talismán» de Olga Orozco. Dos poemas que son dos columnas vertebrales del libro, en el que se suceden otras invocaciones metaliterarias: Rimbaud, Rafael Cadenas, Mallarmé, María Clara Salas, Antonio Colinas, Octavio Paz, Marcel Duchamp, Alfredo Armas…, un verso de Lorca…, y muy significativas: «las páginas marcadas de los libros de Paul Celan», tan decisivas que, según mi opinión, serían las que otorgan sentido a esa segunda parte del título, ese «…para la fuga». El arquitrabe de esas columnas mencionadas sería el Todesfuge (La fuga de muerte) de Paul Celan, la fuga del horror exorcizada con toda la belleza de la palabra poética, el contrapunto, el compás «para armar la esperanza», en «este tiempo endémico» en el que cambian «las ceremonias del adiós». Mantras, invocaciones para encontrar cobijo, después de la devastación.

El talismán es fetiche, quitamiedos, el talismán invoca y atrae la gracia, otorga poderes mágicos. Su aura protectora se escribe como sortilegio y ritual para ahuyentar a la muerte; su poder es escudo frente al desaliento, consuelo para los afligidos. El talismán se teje en un apretado tapiz de palabras, oraciones paganas entonadas como rizomas, nidos, nudos («El nudo ocupa el lugar deshilado del alma al tensarse»). La poeta, maga y hechicera del verbo, escribe «con la cábala a favor». En «las esquinas de la escritura»: un «laberinto de cruces» y «rituales de nubes en rotación».

En Talismanes para la fuga llama poderosamente la atención el abanico de respuestas que ofrece a la eterna pregunta de qué es la poesía o para qué sirve, respuestas que brotan implícitas entre los versos, a veces sin necesidad de ser nombradas. Hay un afán de rodear el lenguaje, de asediarlo y abrirlo en «palabras espirales», «con el reto indiscreto de espiar nuevas formas». Versos sembrados de preguntas sin interrogación, palabras expuestas al azar para que, en sus golpes de dados, en lo onírico del espejo, o en su oráculo, recompongan «lo perpetuo», los símbolos, el sentido perdido de «un lugar amable/ como promesa para la humanidad».

Al final, ese duende lorquiano vendrá a ser una de sus poéticas más lúcidas, una atinada definición del qué, el cómo, el porqué o el para qué del poema. Y no será para él una cuestión de Ángel, ni de Musa: «Ángel y Musa viene de fuera; el Ángel da luces y la Musa da formas… En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre». En esas «últimas habitaciones de la sangre» donde lo bello y lo terrible danzan con un lenguaje que zumban para disolver las sombras, los talismanes de Edda Armas –como el «duende» de Lorca–, convertidos en poética lúcida, arrastran un sentido de lo trágico, el dolor de las heridas abiertas del existir donde la orfandad, la violencia, la barbarie o la intemperie, donde el miedo o la soledad se conjuran también con los verbos de la palabra poética, como consolación y catarsis.  Y las «palabras-pájaro», las «palabras-vuelo», las «palabras-espina», las «palabras-nichos de luz» se hacen invocación, arcano, amuleto, «reverencia humilde en el templo de las palabras». Epifanías, «rituales para invertir el infortunio».

Para Lorca «la llegada del duende presupone siempre un cambio radical de todas las formas sobre planos viejos…». Quizás esa misma idea justifica la evolución formal que encontramos en esta obra de Edda Armas respecto a su fecunda trayectoria poética anterior, una revolución estilística interna («…desandan los versos encabalgándolos de otra forma:/ …Erizo sea en puntillas el verbo./ Desgarradura…»). Aunque ahí permanece el «hilo de luz» que recorre toda su escritura, que abarca más de quince libros publicados. Un hilo de Ariadna que atraviesa sus versos y nos deja pistas y signos para no perderse en el laberinto de la existencia. «Iluminaciones» que, al modo rimbaudiano, transfiguran la materia en alquimia del verbo para transcender, para buscar el conjuro que salve, la magia protectora que nos redima. Hilos de luz que, como escribe la autora en Armadura de piedra (2005) dibujan ese «tapiz del cielo» hecho de las nubes que no dejan de pasar. Un hilo que ata la realidad a lo desconocido. «¿Es esa iluminación que llega con el hallazgo poético pura alquimia de la vida del poeta?» Se preguntaba Rodolfo Häsler en la nota preliminar al libro Corona mar (2011). «Claro que sí –respondía Häsler– y en el caso de Edda Armas la respuesta es doblemente afirmativa ya que la transmutación de la vida en escritura es toda una victoria…  La poesía de Edda Armas alcanza [en Corona mar] la capacidad de ser materia intermediaria entre el alma y la plenitud física». Ese hilo iluminado que recorre todos sus versos («y te atabas a las palabras/ para reencarnar en algún acto que fuese/ eslabón/ en la cadena de la vida») es el mismo que ata la materia a la ausencia («lo que muere/ vuelve/ se ata/ sencillamente/ al espacio que deja»). O, –como recordaba María Ángeles Pérez López en el frontispicio a su anterior libro, Fruta hendida (2019)– Edda Armas concibe la escritura como «el deseo de hilvanar lo esencial con memoria de espinas». Iluminación de un hilo de luz, que es a veces llama en el límite, y voz en el extremo, conciencia de tener entre las manos esa «última cerilla con la que encender una fogata». Esa última cerilla que arriesga todo en un intento final, en un golpe de dados. Como el «duende» de Lorca, «ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles», va a buscar el sentido de la existencia en esos límites donde el riesgo y el peligro «hacen crecer lo que salva», esa última flor de abismo, como el antídoto contra la desolación y la muerte.

En definitiva, poesía como talismán, versos-talismanes para salir del desasosiego. Todo un reto para este tiempo necesitado de talismanes y de duende.

(diciembre de 2021)

 

 

 

Selección Talismanes para la fuga / Edda Armas

 

Más allá o más acá, una zona de alerta,
una tierra de nadie adonde nos convocan
a oscuras acudimos, aún más incompletos,
aún más mutilados, casi a punto de ver…
Olga Orozco

 

 

Del Paraje I (En colmado espacio de encierro)

 

                  

Uno x siete

 

Apuntalados y disonantes

no hallamos lugar ni uno ni otro.

Uno x siete. Otro x siete = 7 x 7

 

Al mover el pecho con el corazón

hacia la tierra buscando lo perpetuo.

Pero ¿dónde queda ese lugar?

 

Tala y siembra, ausculta las consecuencias

con la urgencia de un lugar habitable.

Son aves las que caen, cuando uno

cae.

 

 

 

La octava

 

Eres tú y no el péndulo el marcador del reloj

El que pausadamente registra la suave armonía

El tic-tac oscilante cuando despliegas brazos o

piernas del tronco con orejas, ojos, nuca y manos

braceada la hora para tomar decisiones

la boca abierta y jadeante en busca de razones

El aire azul, al insistir permanecer en esta tierra.

 

Correspondencia del arriba y el abajo en esta vida,

una razón digerida en amanecida inquietud

en la otra ciudad, donde has ido a parar

esa otra, siendo parte carnal de la diáspora, esa

otra con más sal que azúcar,

 

donde sobrevivirás,

a tu propio exilio.

 

 

 

Menú de sobrevivientes

 

Nos queda un dedal de arroz y el espinazo de atún salado

un sobre de sopa de pollo y alguna colilla de cebollín y ajo

dime entonces ¿cómo le puedo armar erizos a estos días?

colocar el rostro en la bandeja de la mañana y desear algo

que no sea la copa rebosada para el banquete del afligido

cuando Baco desnudo sigue danzando con sus pezuñas en

el mármol donde hizo juramentos de banal inmortalidad.

 

Pasos cortos. Sobrevivir toda desdicha.

Arreciar las tormentas del alma doble del siamés.

Anclar la boca con dientes de tiburón.

Flotar sin aletas entre tinieblas del maligno.

Pasos largos. Desmontar la carpa del circo.

Hacer fogata con la última cerrilla.

Sin nombre amar hasta ser puramente ceniza.

 

 

 

Único chance

 

La oscuridad exige otra maniobra.

Procurar meternos en el cuerpo frágil del conejo.

El alífero deshace el único chance que acariciábamos y

el calendario de septiembre nos estrecha entre amargos.

El último día ofrecía salvarnos del incidente, tal vez

si el amuleto con pata de conejo gris colgase del ojal,

pero hace meses que temblamos y lo olvidamos todo.

Como mal indicio interpretaba que el conejo blanco

no hubiese vuelto a pasar por el frente de nuestra casa.

Aun sin desapegarnos de la no ficción, del día a día

desencajados, revistamos la montaña de lo apilado.

El ojo hurga posibles escapes.

La maleta es símbolo. Saltos. Algo cae.

Se escucha el tropel, otro y uno más.

Los deseos insolventes de incertidumbre entrecruzan,

y dejan atrás

a quienes éramos.

 

 

 

 

Del Paraje II (Cuadernillo de talismanes, propios y ajenos)

 

 

Talismán Minerva Margarita Villarreal

 

A la orilla profusa del abismo

sostiene mi mano la tuya,

desde el cielo caen las palabras

de arena que auxilian los días.

Regresan a casa con voz de viento

cada tarde.

Escritas en un papel carbón

viajan conmigo y

al trasluz las leo

a la hora de las tribulaciones.

 

 

Al alba los capullos despiertan

las palabras de mi madre:

Bajan de las cimas doradas del perdón

 

Así fue que sus palabras

bajaban de sus alas

No pude detenerme en ellas

No eran el Credo ni el Ave María

ni el Padre nuestro con que iniciábamos

la oración al Santísimo

No venían a anidar en la memoria

ni en la repetición

No tenían letras

Eran flujos      corrientes

que en el desierto alzan remolinos

y mis pies levantan

y me llevan

 

MMV

 

 

 

Talismán Deva (Divina D’orsi Barone)

 

Mientras el agua hervía a borbotones

por la noche estando al frente del fogón

la leve voz me dijo al oído: —ella murió.

Erizada la piel al enterarme de tan extraño modo

recé un Ave María por nuestra amiga Deva.

 

Los colibríes tomaron el agua con azúcar

la mañana de ese día. La luz de la tarde no

empinaba el anuncio de su próxima partida.

 

En este tiempo endémico

las ceremonias del adiós cambian,

imaginamos para los nuestros el ascenso

al bosque ceremonial de los caídos,

taciturnos, desde aquí, oramos por ellos.

 

y en un extraño lugar, que imaginamos

como un bosque de los caídos,

lloramos en desconsuelo.

 

¿Cómo mirar hacia ese bosque,

qué maniobras hacer para mantener en equilibrio

las voces de tantas presencias en fuga?

 

para José Bernardo González

 

 

 

Del Paraje III (Memorias al zarpar)

 

    

Balas de fuga

¿Qué hacer con las múltiples agresiones?
María Clara Salas

 

 

La voz pequeña

resuena en nota alta

después de la fuga.

 

 

El detonante pudo ser

la tristeza al fondo

de la pupila del hijo.

 

 

Ya no pisas como antes, no.

Enojoso como andas

henchido vas de pesares.

 

 

La palabra revuelta

se parece

cada vez más a uno.

 

 

Elige uno o dos,

digamos unos diez. No más.

Llevarás una sola maleta.

 

 

Creía saber qué era la oscuridad.

Pero no. Al menos, no ésta.

 

 

Padre: ahora sé que la memoria

se alimenta

con las frutas que en la infancia

pusiste en nuestras manos.

 

 

 

 

Ojo errante / O-j-o-Dos

 

Si digo penuria, tal vez, la otra mitad quede afuera.

Párpados de poeta. Hinchados por el sobresalto.

Quitarse la máscara. Lo cóncavo cae, nos deja sin piel.

Sitia al insomne. Él padece su propia ruina sin ser

nombrado, aislado en la crónica de la pesadilla circular.

Quiere saberse fuera de la mano, que mata y apaga…

Se abrevia, aferrado a la repatriación de lo fértil.

Un trébol estira la mitad esperanzada del cuerpo.

Visión recurrente del que retorna a territorios de humo

donde la mano útil siembra otro árbol de los fuegos.

 

 

 

-Edda Armas
Talismanes para la fuga
Vaso roto ediciones
España-México, 2022

 

Talismanes para la fuga Edda Armas portada

Edda Armas (Caracas, Venezuela, 1955). Psicóloga social especialista en creatividad y gerencia cultural. Poeta con 17 libros publicados, los recientes ... LEER MÁS DEL AUTOR