Dora Ferreira da Silva

Partitura con luna

 

 

Por Floriano Martins

 

Pasar por las páginas de raros suplementos literarios brasileños nos da la impresión de una estampida general de nuestros grandes poetas. Ya no me refiero a la obra poética en sí, ya que durante mucho tiempo hemos adorado las impresiones del poema como algo más esencial que el poema mismo. Tampoco me refiero a los que ya no están –Jorge de Lima, Murilo Mendes, Drummond de Andrade, Joaquim Cardozo–, porque acaban regresando en forma de ediciones conmemorativas o frágiles partituras de la pluma de algún crítico.

Cuidar la lista de nombres es algo imperativo en un país que tiene la costumbre de generalizar para no comprometerse. A lo largo de la muy precaria historia de nuestra poesía, hemos ido dejando algunos nombres completamente al margen, como Pedro Kilkerry, Dante Milano, Emílio Moura, Henriqueta Lisboa. No importa que la posteridad haya recuperado algunos. Me refiero al poco aprecio que tenemos por nuestra identidad poética, por la falta de respeto por nosotros mismos que exponemos cuando se habla de salvaguardar nuestro patrimonio cultural.

Hago estas notas en vista de la publicación de Poemas em fuga (São Paulo: Massao Ohno Editor, 1997), de Dora Ferreira da Silva (1918-2006). Por la grandeza estética de su poesía, aún renovada y palpitante a pesar de sus 80 años, este libro requiere una acogida especial, aunque solo sea porque desafía una tradición brasileña que vuelve algo esclerótico a cualquier autor sexagenario. No hay repetición ni dilución en los poemas de Dora Ferreira da Silva que ahora estamos leyendo. Al contrario, palpitan con una vibración contagiosa de sus postulados estéticos. Es una visceralidad consustanciada y no un repliegue al hábito poético.

No puedo dejar de pensar en un poeta contemporáneo suyo, el chileno Gonzalo Rojas. En ambos casos, hay una firmeza estética que se afina en cada destello del momento, una convicción en la vida como constante renovación, que les impide cualquier recurso acomodaticio. En la escena brasileña podemos pensar en Manoel de Barros o principalmente en Gerardo Mello Mourão, sus contemporáneos. En ambos casos, se destaca la poesía de Dora Ferreira da Silva, por su apetito insaciable y la contagiosa inquietud con que el verbo conduce al encantamiento, al esencial degustar de la poesía.

Antes de Poemas a la fuga, tuvimos Andanças (1970), Talhamar (1978) y Retratos de origen (1988), entre otros. Entre los raros nombres de los críticos que escribieron sobre ella, está José Paulo Paes, cuya observación fundamental destaco: En la lírica órfica de Dora Ferreira da Silva –uno de los momentos más altos de la poesía brasileña actual–, signo y cosa son consustanciales y, como tales, intercambiables, por lo que se da a las garzas para convertirse en jeroglíficos del aire, a las conchas para convivir con Delfos, a las piedras de Itatiaia para volar con los pájaros y florecer con las flores, a los semáforos de las calles para girar en las luces del destino, para que los amigos muertos se sienten con nosotros a la mesa del almuerzo, y para que el prosaico cigüeñal se transforme en una máquina del miedo.

Me detengo en la cita por su sagaz precisión, por lo que permite comprender la espontaneidad y la intencionalidad de la poesía de Dora Ferreira da Silva. Quiere dar sentido a lo que toca, al mismo tiempo que busca ser tocada por el sentido de las cosas. Tiene una fascinación estética, pero se basa en una expresión religiosa. Su comprensión de la palabra poética como forma de preservar la sensibilidad humana ya lo atestigua. Entre sus contemporáneos en Hispanoamérica no puedo dejar de mencionar al venezolano Juan Liscano, al ecuatoriano César Dávila Andrade y al boliviano Jaime Sáenz. Poetas de aspiración dialéctica, cuya obra opera entre el espíritu y el logos.

En 1999 aparece su Poesia Reunida, que recoge, además de los libros citados, Uma via de ver as coisas (1973) y Jardins (1979), además de poemas traducidos al alemán por su amigo y exégeta, Vilém Flusser, quien en su momento dedica un capítulo del libro Bodenlos: eine philosophische Autobiographie (Dullseldorf, 1992) al estudio de su poética.

El nombre de Dora Ferreira da Silva es bien conocido gracias a su incansable actividad traductora, cuyos ejemplos más impresionantes son las Obras Completas de Carl Gustav Jung y la poesía de Rainer Marie Rilke, pero que también incluyen traducciones de San Juan de la Cruz, Angelus Silesius y Saint-John Perse. Otra peculiaridad de su vinculación con la poesía a mencionar es el hecho de que fundó y dirigió dos importantes revistas: Diálogo, en la década de 1950, junto a su esposo, el filósofo Vicente Ferreira da Silva, y Cavalo Azul, en la década de 1980, publicaciones ya olvidadas, pero que representó, en su tiempo, un depósito esencial de la creación y su reflejo.

Un enorme entusiasmo por la vida ha sido la principal característica de Dora Ferreira da Silva. En entrevista concedida a Gilberto Kujawski y Hermes Nery, en 1989, resume: Somos nosotros quienes le damos sentido al tiempo, y buscamos hacer lo mejor en esta fracción de tiempo que es nuestra vida aquí, esto desde una nota de su marido, el filósofo Vicente Ferreira da Silva, que había encontrado en un libro: Entramos en la historia cuando ya ha comenzado, y salimos antes de que termine. Corroboración inmediata con una lectura de su poética sugerida por Euryalo Cannabrava, cuando destaca la búsqueda obstinada de un rigor que, violando todos los cánones del lenguaje prosaico, establece sobre sus ruinas la sintaxis lírica del poema absoluto, sin condiciones restrictivas.

Aproximaciones complementarias: Cassiano Ricardo subrayó la presencia de la mística, siempre con tendencia al misterio; Ivan Junqueira destaca la perfecta convivencia de los escenarios a la vez cósmicos y festivos en sus imágenes; todo terminando en una expresión religiosa percibida por Vilém Flusser. Es él quien nos da su mejor traducción, observando que en la poética de Dora el símbolo no es la primera mediación entre el sujeto y la cosa concreta, sino entre el sujeto y lo trascendente, concluyendo que el sentido último del símbolo es no una cosa en el mundo de los vivos, sino lo que está al otro lado de los límites del mundo de los vivos.

El simbolismo y el romanticismo, así como la vertiente enriquecida por el surrealismo, son acentos indispensables para comprender la poesía de Dora Ferreira da Silva, lo mismo ocurre con muchos poetas de su generación, al igual que Vinicius de Moraes, Gerardo Mello Mourão y Manoel de Barros, donde aún merecen ser recuperadas las obras de Dantas Mota y Manuel Cavalcanti.

En los versos finales de un poema dedicado a Anaïs Nin, reflexiona: musa del viento, amiga de los fríos / el fuego en que te quemaste te consumió, sugiriendo un entendimiento de que debemos ser iluminados y no quemados por el fuego que nos conduce a través de la oscuridad perenne que funde todo lo que nos rodea. Me sumerjo en el riesgo, pero no pierdo el ritmo ante eventuales deslices. Ahí radica la lírica órfica señalada por Ivan Junqueira o la búsqueda de un poema perfecto que destaca Euryalo Cannabrava. Mejor diría la propia Dora cuando señala que hay todo un mito de la noche, ese atardecer que te impregna, y el atardecer contigo, y te sientes en estado de gracia por participar de la noche en lo poético y omnipresente. La noche aludida no es más que nuestra intimidad con el abismo, la revelación esencial de la naturaleza humana, la restauración de lo sagrado, un riesgo.

Todos estos preciosos símbolos se encuentran en la obra de Dora Ferreira da Silva, cuyo principio poético apunta a una constante meditación sobre la condición humana, no sin entenderla como inseparable de la naturaleza en su conjunto. No es una sola en la tradición poética brasileña, en tanto recuperamos muchos nombres sepultados por la intención o la indiferencia.

 

 

 

 

Poemas de Dora Ferreira da Silva

 

 

 

DELFOS

El Sol calienta los claros del aire,
lanzador de dardos repentino.
Apolo fue llamado y usurpó el trono de las Sibilas en Delfos.
En el parche de las tinieblas aterrizó el trípode de luz
y más lejos ha soplado las predicciones.
Muchos murieron a causa de una luz tan clara, prendiendo fuego al corazón.
El aire jugó en la flauta abandonada por la diosa sabia
y la música ha invadido las aguas turbulentas:
mensajes rápidos arañó el viento en los acantilados del Parnaso,
piedras rosadas que se llamaban las Luminosas.
Por la noche, los templos de huesos blancos duermen en los bosques,
vértebras posadas entre olivos.

Tres columnas se entrelazan, sobrevivas,
en el antiguo templo redondo,
una vez cerrado el círculo de los ritos funerarios.

Las cigarras se atreven y los burros
a alabar la montaña, los valles y los dioses enterrados.
La Tierra se despierta a veces y ruega que tanta luz

no haga daño a su carne, quemando las zarzas y la piedra en bruto.

 

 

  

MUJER Y PÁJARO

Volvemos al jardín
al banco bañado por la lluvia.
Pedimos el verde al verde
la flor a la flor
sin romper el tallo. La mañana sería suficiente.
(Nuestra presencia
desalinea el aire y las hojas
en un escalofrío.)

Pero si nada pedimos
como quien duerme siguiendo la línea natural
del cuerpo
respiramos puro abandono:
un pájaro blanquea el azul (sin pareja)
va más allá del muro de lo posible
y así nos damos, uno al otro,
la repentina presencia

del Cielo.

 

 

  

NACIMIENTO DEL POEMA

Debe venir de lejos
del viento más antiguo
o de la muerte
Debe ser impreciso
inesperado como la rosa
o como la risa
el poema innecesario.

Debe estar herido de amor
entre palomas
o en las suaves colinas
que el odio envuelve
y venir
bajo el látigo del insomnio
asesinado y preservado.

Y luego despierta
para el rito de la forma
lúcida
tranquila:
señor del reino dual
coronado

de soles y lunas.

 

 

 

PARTITURA CON LUNA

Notación de pájaros
en el cable de la calle:
mínimas cuartos de notas pausas.
En el piano tiemblan las rosas.
Las cadencias del alma sorprenden a la audiencia
desaliento y en el claro algunas
disonancias resuenan (tropel de potros
atrapados en una habitación). Pero por casualidad en pura sinfonía
los pájaros rehacen la partitura
en el heptacordio de los hilos de la calle.
Aquí está ella, tan llena del azulado día del final —
la luna soberana y alta
del sueño de este otoño.

 

 

 

AMIGO GROSERO-SUAVE

Henry Miller deslizándose por el espacio en groseros sollozos:
“Sufro como un animal. Soy como un animal. Nadie puede ayudarme,
que la fuerza es una cuestión de ritmo. Quien no necesita
ser rescatado alguna vez? Pero es humanamente necesario
acercarse a otros.” “Pero tú – Henry – pareces incapaz
de estar cerca de alguien.” El mismo diálogo se repite
entre ellos en otras latitudes, diferentes tiempos.
Trabajan juntos al borde de la locura, odiados y elogiados
en días consecutivos por personas sucesivas o por las mismas personas.
Gemelos divinos que la locura transforma en pactos.
Están siempre en los márgenes o en el centro inestable de un
malentendido. Entre el cielo y la tierra los ecos
innumerables partes de este diálogo. Comunión y distancia – ¡cosas tan diferentes!
Cercanos solo a la soledad, comulgan en misa
de todos los días y de todos los santos.

 

Dora Ferreira da Silva (Brasil, 1918-2006). Poeta, ensayista, traductora y editora. Su nombre es bien conocido en el campo de la traducción, donde realizó una im ... LEER MÁS DEL AUTOR