Aniversario de los difuntos
(Traducción al español de Emilio Coco)
ANIVERSARIO DE LOS DIFUNTOS
Tú que con brazos severos
me alejabas
y me aterrorizabas con historias de fantasmas
ahora te asomas tímida por encima del muro
por miedo de que te echen.
Nieva
y tus pies fríos en una
vaga calima dejan huellas.
Desconsolada me tiendes
la mano, pues la esperanza es también de los muertos.
Así madre niña recorres los paseos
tú que dominabas, incierta,
por fin una sonrisa
en la cerrada guadaña de los labios.
Pero nieva y el día
está acabando –ni siquiera esta vez
trayendo el perdón
o el olvido.
Los muertos, mátalos de nuevo
arráncalos como las malas hierbas
desde donde están colgados
y nos amenazan–
en el tiempo colgados como
estandartes rotos
los muertos risueños
los muertos con los dientes relucientes
nos empujan igualmente a morir
así los muertos entierran a los muertos.
Pero tú amor, perdónalos
y perdonando hunde el cuchillo
en sus gargantas de viento
arráncales un grito
como las sirenas nocturnas le arrancan gritos a la niebla
y después de arrancarles los ojos
mira por fin sin ojos.
Sobre un cuadro de Nolde en el museo de Copenhague
El flamear del rojo y el amarillo:
con salvaje delicia
el Ogro devora a sus niños
amándose a sí en la carne y la sangre.
¿La belleza es quizá una
más intensa voracidad
en el centro de la vida?
En torno a la lava incandescente
los apagados colores de la ceniza.
Cuando el ojo
deja de estar deslumbrado
entonces descubre las violetas ‒después
solamente después.
Esquivas y apretadas‒
una corona a la luz.
Borran la agresividad de las corolas.
Silenciosamente transforman la derrota en victoria,
desnudas y luminosas de oscuridad.
Ahora no ves sino éstas. Las únicas
que se mueven: el movimiento
recorre el cuadro. No ya un lienzo salpicado de colores,
sino una página que se hojea.
Algunas están abiertas, otras se inclinan,
las demás se cierran
al viento que las asalta.
Son la sombra de flores luminosas,
distintas de la ofrenda de la vida:
más bien, lo que ella sustrae,
el resplandor velado
‒sus tallos, sus lazos.
Viven una extraordinaria animación:
curiosas, turbulentas, se mueven
en diversas direcciones.
Huyen aquella pincelada gris:
el torbellino que sobreviene,
sujetas al viento, por lo tanto
capaces de servirse de él,
de sustraerse
a las insidias de los ciervos y las liebres.
Luego notas su centro amarillo
un astro minúsculo en la oscuridad:
la luz es la semilla.
Sólo al final descubres que las margaritas
en la gloria aparente de su rojo y amarillo
retroceden.
Amontonadas contra el tiesto lanzan
gritos de terror y los pétalos son brazos
levantados para proteger los rostros
morados de polen, cabezas
que serán cortadas.
Te das cuenta de que
también las violetas están dobladas y vencidas,
se están reclinando en el tiesto,
mueren.
Perséfone
Me conocías ya.
Yo soy aquélla
que ya te amé una vez
la que tú rechazaste diciendo
mientras me apretabas hasta ahogarme:
en verdad, yo no te amo
esto no es amor sino una ilusión
que no afecta a mi vida
diciendo mientras tu saliva me endulzaba el seno
mientras amamantaba a tu boca en mi seno.
Me conocías ya.
Yo vuelvo
en la luz azul que te hiere
los ojos.
Llevas las gafas oscuras
mientras yo me zambullo en las olas verdes
y te quedas lejos del mar
vestido con un traje de lino azul‒
Me conocías ya.
Y enseguida me has
reconocido detrás de mi
disfraz.
Te conocía ya.
Me has desnudado con dedos expertos
de la cáscara de mórbido vello, al instante marcada
por la presión cálida de tu yema
para luego dejarme tras una mordedura
encender un cigarrillo, apagarlo en el plato
entre los restos de la comida
volverte y alejarte con el paso
ligero de los fantasmas.
La mirada
El gato
apareció desde el fondo del jardín
lamió un poco en su cuenco
luego se sentó inmóvil
mirándome fijamente
sus pupilas en mis pupilas
sin agradecer ni pedir
sólo mirar.
Y yo estuve entera en sus pupilas
en aquella mirada enteramente
sin juicio ni espera
quietamente estuve.
Eternidad
Tú serás el cuchillo que ahonda
en los oscuros resquicios del cielo.
Yo seré tu noche silenciosa
para que penetres
en los resquicios del silencio y enciendas
un alfabeto de pavesas.
Abierto por el cuchillo el fruto del cocotero
gotea su densa leche.
Una misma luna encierra hoz y fruto,
pero mira a la docilidad del cuchillo.
Una misma docilidad une
la lengua de la mansa vela que devora la oscuridad
y la pavesa que se confía
¿Es el cielo que se desnuda para la luna
o está desnuda la luna para el cielo?
Árbol de mi nave
tu punta azotada traspasa el viento.
En la oscuridad de la madera el fuego sube
hasta la fría y quieta luz de las estrellas.
No recompondrás el hilo
de las perlas que la noche ha esparcido,
a aquella sempiterna, a aquella clara
luz ordenando el cosmos.
El inquieto enjambre cada noche devora
el sudoroso fruto de la luna.
Sé leña y leñador.
De la circuncisión del tronco
alto se alza el enjambre de las letras.
Más cercano –por eso sólo más ardiente alfabeto
firmamento más efímero
que el de las estrellas.
Sola
eternidad es la docilidad que se consume.
Rosa alquímica
El breve espacio de lo eterno
en el corazón de la rosa
espejo de llama al sol
fuego de agua que descansa
con gracia sobre el tallo.
Él viene
Alguien me habita
que no soy yo.
Alguien más grande
que no conozco
a quien he de hacer sitio.
Lo he rechazado siempre hasta ahora
para que no invadiera mi vida.
Se ha sentado durante años delante de la puerta
en quieta espera.
Viene ahora que la muerte está cercana.
Él sabe dónde está el camino
y me deja a un lado
como la hoja seca que rueda por el asfalto
como la piel abandonada por la serpiente
la envoltura de la larva
la cola cortada de la lagartija.
Yo he de hacerme a un lado
recoger los trapos de mi miedo
los gozos inconscientes
y los placeres celosos golosos sustraídos al tiempo
todas las noches transcurridas
con los ojos fijos en el delirio
de un cielo centelleante de demasiadas estrellas.
Él viene ahora
y detrás de sus espaldas
está el rincón con las alas de tormenta.