Detrás de los fragmentos
DETRÁS DE LOS FRAGMENTOS
a Elda Paván
y Eduardo Bellessi,
a sus padres, sus abuelos
y toda su ascendencia de sueño y de ceniza.
Con la voz en bandolera
mi padre cuenta:
ellos inventaron un país sin saberlo
Inventaron:
la manera de alzar los ojos,
el puño, el techo
1
No hubo guerreros
en mi familia
ni doctores ni poetas.
No tengo saga que contar
ni epopeya
sostenida con la espada
en el anca briosa de una yegua.
Sólo un puñado de historias
que ni registra siquiera
el nombre de los árboles
del río
o de los pájaros que amanecían
los días campesinos
en un pueblito de Italia
perdido con la muerte
y la memoria de mis abuelos.
Tengo por herencia
un resplandor del Adriático
y un enorme azadón
que puebla todas las cosechas.
2
El padre de mi madre
tuvo como cuna
los aperos de un buey
que tiraba del arado.
Clavaron las horquillas
una cama de bronce
y extensas glicinas
al sur de Santa Fe.
Levantaban la cosecha propia
y después
enfilaban el buey
hacia La Pampa
a levantar la cosecha ajena.
Sin conquistas
de indios ni desiertos.
Amparados por el rezo
la voluntad y el lucero.
Hubo, eso sí,
un pariente que tocaba el acordeón
en mi familia
y amistad con peones guitarreros
que venían
vaya a saber de dónde
sino de esta tierra
buena para cruzar
el precio del olvido
y la pobreza.
3
En tiempo de langostas
o sequía
en tiempo de mentira
cuando los cerealistas
se lanzaban
a quiebras fraudulentas
nube negra
pájaro de rapiña
o era alto el arancel
llegado el momento
de cambiar por vacas
al gringo
y todo su esfuerzo
mis abuelas cambiaron
el percal de sus vestidos
por las ásperas bolsas
que sobraban
del maíz
o del trigo
En tiempo de langostas
o sequía
en tiempo de mentira
4
La tía Asunta asaba las castañas:
un revoloteo de faldas y pañuelos
negros en la negra
garganta del horno chacarero
La tía Asunta contaba cuentos.
La Biblia era su arsenal
pasado por el tamiz
de las cocinas y establos de Italia
La tía Asunta contaba
la fábula de la mula
que se volvió estéril por no querer
cargar al niño y a su madre
huyendo de Herodes, de la matanza
Estéril por no creer
en la certera realidad de los milagros
El poder de la imaginación, digamos,
o la imaginación al poder
También contaba
la historia del anciano
que plantara una vid
aunque esta vid
no diera frutos en la vida
del anciano que la plantara
Y jugosas uvas cosechó el anciano
púrpura, ámbar, carmesí
entre las hojas verdes que reflejaban
los soles resecos de la vieja Italia,
como milagro para aquél
que sin importarle su propia muerte
a favor de la vida la plantara
La tía Asunta contaba cuentos
llenos de viejas maldiciones y milagros,
ligados al sudor, la justicia, el trabajo.
Polvo enhebrado a las voces
de las cocinas y establos de Italia
Polvo, palabras,
recogidas por los niños
de su familia como herencia
de clase y sangre fragmentadas.
5
Hubo pacíficas revueltas
contra los dueños de la tierra.
Muchas deudas.
Un fonógrafo donde
cantaba Gardel.
Casamientos, bautismos
entierros
al final de las cosechas.
Yo me crié
en la pampa húmeda.
Verde farallón de sueños
y de chacras.
Peones y campesinos
fueron mi ascendencia.
Palabras italianas, guaraníes
quechuas
se mezclaron desde niña
en mi alfabeto.
No tengo saga que contar
ni epopeya
sostenida con la espada
en el anca briosa de una yegua.
Pero sí
un puñado
de historias que rescatar
donde se cuentan
para memoria de la Aldea
apariciones
desapariciones
en la noche cruenta
y un enorme azadón
que puebla todas las cosechas.