El reino de la poesía
(Traducción al español de Alain Pallais)
Conocimiento del verano
El entendimiento del verano no es la veracidad del invierno,
ni la del otoño, ni su fruición, visión o reconocimiento:
no es la gracia de mayo, joven y echando hojas verdes,
radiante su blanco florecer,
no es la astucia ni el conocimiento del dorado otoño
ni la oscura madurez del viñedo,
tampoco es la atormentada, empapada y lluviosa ciencia del nacimiento,
abril, o sus dolores de parto,
ni la ciencia en las convulsiones del útero, o en las enmarañadas arterias
rotas y abiertas, raíces que se abren paso desde la oscura marga:
la agonía de la primera muestra de dolor es peor que la muerte,
o peor que pensar en ella:
sin amapolas, sin preparativos, sin iniciación o ilusión,
solo el comienzo, tan lejos de todo conocimiento o cualquier conclusión,
de toda indecisión o cualquier apariencia.
El conocimiento del verano es verde, campestre,
es la sabiduría de crecer y el reconocimiento flexible
de la plenitud, corpulencia y redondez de la madurez,
es la inteligencia del ave y la erudición que los árboles adquieren
cuando la savia asciende hasta la hoja, hasta la flor, hasta el fruto,
esos que la raíz nunca ve y que se imagina en la oscuridad
y en la ignorancia de la sabiduría invernal.
-La sabiduría de la fruta no es la misma que posee la raíz
en sus indómitas tinieblas de ambición, ese estado de fe más allá de concebir
una experiencia o la satisfacción que ofrece la fruición.
El conocimiento del verano no es una imagen del saber
tampoco es el conocimiento de la tradición o el aprendizaje.
No es la sabiduría adquirida en las altas serranías,
no es la imagen del jardín, de manantiales ocultos
en las lejanas montañas.
No es la mirada fija en un marco de oro,
no son las deliberadas y atesoradas frases de los sentimientos;
es la inteligencia del gato, del ciervo, del consumado follaje,
la flor de nieve y la fruta redonda.
Es lo que sabe el fénix de la vid y la uva al final del verano,
cuando la uva se hincha y la manzana enrojece:
es la ciencia de la manzana madura, avanzando hacia la plenitud
de ese momento en que cae en la podredumbre y la muerte.
Pues el entendimiento del verano es tanto el de la muerte como el del nacimiento,
es tanto el de la muerte como el del suelo
de toda esa abundante, floreciente llama del renacimiento.
Es el entendimiento de la veracidad del amor y la del crecimiento:
el conocimiento antes y después del conocimiento:
pues, en cierta forma, el entendimiento del verano no es absoluto:
es instintivo, la naturaleza consumada, un nuevo nacimiento
una nueva muerte para renacer, inmensamente surgir de las llamas
del cambiante octubre, del ardiente noviembre,
las imponentes y decadentes llamas
creciendo cada vez más vívidas y altas
en el consumo y aniquilación del fuego otoñal.
El reino de la poesía
Es como la luz.
Es la luz,
útil como la luz, tan amable
y encantadora…
… la Poesía es sin duda
más interesante, más valiosa
y ciertamente más encantadora
que las cataratas del Niágara, que el Gran Cañón, que el océano atlántico
y muchos otros fenómenos naturales.
Es tan útil y bella como la luz.
Es ilógica
precisa, capaz de decir
uno no puede cargar la montaña, pero un poema puede llevarse a todas partes.
Es monstruosa
pues en poesía se puede tranquilamente expresar, en broma o en serio, que:
“La poesía es superior a la esperanza,
pues la poesía es la paciencia y las imágenes vívidas de la ilusión.
La poesía es superior a la emoción, es mucho más exquisita;
es superior al éxito y a la victoria.
La poesía perdura en una beatitud tranquila.
Por mucho tiempo, tan fabulosa hazaña,
ha subido y bajado como fuegos artificiales.
La poesía es el animal más poderoso, más encantador
que cualquier bosque, jungla, arca, circo o zoológico pueda poseer.”
La poesía magnifica y enaltece la realidad:
la poesía explica que ésta es tan gloriosa como tonta:
la poesía es, de alguna forma, omnipotente;
la realidad es diversa y rica, es poderosa y vívida, pero esto no es suficiente
porque a veces es también ridícula y erráticamente inteligente:
sin poesía, la realidad seria muda e incoherente,
sería tan primitiva como un rugido o la altisonancia del trueno:
sus peroratas se aproximan a los discursos del incesante océano:
pues la gloria y el brillo de la realidad, sin la poesía
se destiñen como los ruborosos dramas del ocaso
los tristes ríos y tristes ventanas de la mañana.
En poesía se puede decir: Pandemonio.
La poesía es jovial y justa. Recita:
“El ocaso alude a una corrida de toros.
A un brazo entumecido se le antoja una soda, efervescente.”
La poesía, como Lázaro, resucita del sepulcro.
Transforma al león en una esfinge o en una niña.
Le ofrece a una niña el esplendor del latín.
Transforma el agua en vino en cada boda de Canaán en Galilea.
Es verdad que la poesía creó al unicornio, al centauro y al fénix.
Por tanto, es verdad que la poesía es un Arca eterna, un autobús
que contiene, acarrea y engendra todos los animales de la mente.
De allí que le dio y le sigue dando una voz al perdón.
Por eso es que la historia de la poesía es una historia de júbilo,
es la historia del misterioso amor
pues la poesía provee espontánea, abundante
y libremente los cariñosos nombres
y diminutivos que el amor requiere
y sin ellos el misterio del amor no puede ser dominado.
La poesía es como luz, es la luz.
Cubre todo con su brillo, como el cielo azul, con la misma justicia azul.
La poesía es el sol de nuestra consciencia.
Es también el suelo para los frutos del conocimiento
en la huerta de la existencia:
Nos muestra los placeres de la ciudad.
Ilumina los esquemas de la realidad.
Es la razón de la sabiduría y la risa.
Afina los silbatos del ingenio.
Es como la mañana y sus flautas, cantando y encantando.
Es el nacimiento y renacimiento
del primogénito y eterno amanecer.
La poesía es ágil como los tigres, lista como los gatos, vívida como naranjas,
pero también, es inmortal: eternamente verde y floreciente;
mucho tiempo después que los faraones y césares cayeran
la poesía ha perdurado y brilla más que los diamantes
pues es la práctica de la posibilidad.
Es:
La realidad de la imaginación,
la garganta de la exaltación,
el cortejo de la posesión,
el movimiento del sentido
y el sentido de la mañana
y el dominio del sentido.
El elogio de la poesía es tan claro como las alturas de las montañas.
Las alturas de la poesía son la exaltación de las montañas.
¡La consumación de la consciencia en un prado matinal!
Cuando observas tras la ventana acuarela
Cuando observas vanamente desde la ventana acuarela
todo y nada están allí, y es muy claro, sin exagerar.
También es clara la pulcra impresión de un verdadero libro
marchando tal si fuera a una auténtica conclusión,
a cosechar del ilimitado, inmenso azul del cielo
la noche de los vivientes y el día de los muertos.
Conduzco toda una noche
hacia la manzana que ha suturado la luz del sol.
Mi simple yo no es más que un discurso
suplicando el desbordamiento de esa enorme taza,
por el oscurecido cuerpo, por la mente quieta como un friso.
El resto son solo recursos tan complejos como una dolencia.
El fantasma de Sócrates me ronda
El fantasma de Sócrates hoy me ronda,
la afamada muerte lo ha dejado salir,
se me acerca con una torpe reverencia
diciendo con su gastada voz
que desconozco e ignoro
que los maquinales caprichos del apetito
es todo lo que tengo como alternativas conscientes.
La mariposa enjaulada en su enérgica luz
es mi único día en la enorme noche del mundo.
El amor no es amor, es un niño
chupándose el dedo y mordiéndose el labio.
¡Pero tómalo todo, quizá haya más!
Desde el infinito cielo hasta el desfondado suelo
con la pesada cabeza y la punta del dedo:
no todo es falso, obsceno y escaso.
Sócrates está junto a mí, inmóvil,
explicando la esperanza a mi titubeante voluntad
mientras señala el inexorable azul del cielo
– ¡Viejo Noúmeno, hazte realidad, realízate!
Oh Amor, tierno animal
Oh Amor, animal misterioso
con tu rareza vas
como cualquier demente o bromista,
consolando a la niña que la habita,
pues se encuentra sola
y, desde hace muchos años,
vive aterrada por una mirada
que nunca fue para ella.
Le frotas tu denso pelaje,
despacio y por horas,
la observas como a un libro.
Sus atributos son tales
que nadie se atreve a observarla demasiado.
Dile que sabes muy bien
que nada puede ser tomado
cuando nada ha sido ofrecido,
que para ti el tiempo ha sido absuelto
y, adiestrado tanto por el cielo como el infierno,
no puedes estar equivocado.
La mente entiende al corazón a través de un sutil oleaje
En un sutil oleaje, los peces nadan con velocidad
como dedos, centrífugos, como deseos
lascivos. Y los placeres aumentan
mientras los ojos se hunden
en la transparencia del agua. El pequeño guijarro,
el lecho de arcilla clara, la argentada concha,
son evidentes, pero superficial.
¿Quién le pediría más al atardecer de agosto?
¿Quién cavará las minas y seguirá las sombras?
“Yo lo haré” respondió un corazón aburrido “levántate, haragán”
(tembloroso labio inferior, pálido rostro con su insensible ira),
“es antiguo error la idea de quedarse quieto,
la razón bebiendo, a la orilla del río veraniego,
el pasto tendido, bajo el movimiento,
como si el tiempo se detuviera
y la tarde se quedara.
Pues no, la noche está por llegar
con sus montañas grises, con desolación,
a menos que el Amor construya su ciudad.”