Clarice Lispector. El muerto en el mar de Urca

 

Presentamos un texto de la imprescindible autora nacida en Ucrania y nacionalizada brasileña en la traducción al español de Cristina Peri Rossi.
 

 

Clarice Lispector

 

 

El muerto en el mar de Urca

Yo estaba en el apartamento de doña Lourdes, costure­ra, probándome el vestido pintado por Olly, y doña Lour­des dijo: murió un hombre en el mar, mire a los bombe­ros. Miré y sólo vi el mar que debía estar muy salado, mar azul, casas blancas. ¿Y el muerto?

El muerto en salmuera. ¡No quiero morir!, grité, muda dentro de mi vestido. El vestido es amarillo y azul. ¿Y yo? Muerta de calor, no muerta en el mar azul.

Voy a decir un secreto: mi vestido es lindo y no quiero morir. El viernes el vestido estará en casa, el sábado me lo pondré. Sin muerte, sólo mar azul. ¿Existen las nubes amarillas? Existen doradas. Yo no tengo historia. ¿El muerto la tiene? Tiene: fue a tomar un baño de mar a Urca, el bobo, y murió; ¿quién lo mandó? Yo tomo ba­ños de mar con cuidado, no soy tonta, y sólo voy a Urca para probarme el vestido. Y tres blusas. Ella es minucio­sa en la prueba. ¿Y el muerto? ¿Minuciosamente muerto?

Voy a contar una historia: era una vez un joven a quien le gustaban los baños de mar. Por eso, fue una mañana de jueves a Urca. En Urca, en las piedras de Urca, está lleno de ratones, por eso yo no voy. Pero el joven no les prestaba atención a los ratones. Ni los ratones le presta­ban atención a él. Y había una mujer probándose un ves­tido y que llegó demasiado tarde: el joven ya estaba muer­to. Salado. ¿Había pirañas en el mar? Hice como que no entendía. No entiendo la muerte. ¿Un joven muerto?

Muerto por bobo que era. Sólo se debe ir a Urca para probarse un vestido alegre. La mujer, que soy yo, sólo quiere alegría. Pero yo me inclino frente a la muerte. Que vendrá, vendrá, vendrá. ¿Cuándo? Ahí está, puede ve­nir en cualquier momento. Pero yo, que estaba probán­dome un vestido al calor de la mañana, pedí una prueba a Dios. Y sentí una cosa intensísima, un perfume inten­so a rosas. Entonces, tuve la prueba. Dos pruebas: de Dios y del vestido.

Sólo se debe morir de muerte natural, nunca por acci­dente, nunca por ahogo en el mar. Yo pido protección para los míos, que son muchos. Y la protección, estoy segura, vendrá.

Pero, ¿y el joven? ¿Y su historia? Es posible que fue­ra estudiante. Nunca lo sabré. Me quedé sólo mirando el mar y el caserío. Doña Lourdes, imperturbable, pre­guntándome si ajustaba más la cintura. Yo le dije que sí, que la cintura tiene que verse apretada. Pero estaba atónita. Atónita en mi vestido nuevo.