Circe Maia

La mirada detrás de las palabras

 

 

por Marosa di Giorgio

 

Ahora, Circe Maia. Descendiente de griegos, nacida en Montevideo, se afincó con su familia, desde hace muchos años en el interior del país.

Pero sus contactos con la capital son múltiples. Aunque es una mujer de vida austera, apartada. Enseña filosofía en los liceos de la ciudad que habita.

En su cántico esta la vida cotidiana, el rito diario, pero todo trémulo, tocado, como leve y definitivamente alterado.  Vienen señas, se oyen avisos, la presencia alta y recta, o sigilosa, está de nuevo ahí. En un escenario de salas, jardín casero, río, hierbas, espejos, canastas de costura, cucharas, ollas, días, noches, aparentemente iguales, surge la luz de color desconocido y corre erizando todo, alertando, salando, congelando.

 

Ya ves, no es una lástima
no es una lástima
que ya ni zapatos ni pies tendremos?
Pensarlo fuertemente
y no prenderse a tibios
acogedores, débiles apoyos.
Un día
un día remoto
un día de tan sólida presencia
de peso tan real, igual a este.

 

Son fragmentos de Circe Maia en El puente, hacia 1970.

 

 

 

 

Selección de poemas

 

 

 

Sobre el Caraguatá

 

Cuando desde las islas de arena y sauces

sale un chajá volando y gritando su nombre

porque el bote se acerca

 

cuando es casi de noche

y un resplandor rojizo navega en el arroyo

 

cuando en las dos orillas

se ha oscurecido el monte

y ensombrecen el agua los gajos de sarandíes

 

qué bueno es el quedarse callados y sintiendo

sólo el golpe del remo

sólo el ruido del agua

 

estirarse a tocar la flor del camalote

con su sol pequeñito en pétalos azules

o abandonar la mano en el frío brillante.

Los sauces de las islas

finos y altos

dejan que se le apague

su verde claro.

Aunque estemos callados y no cantemos

un rumor como música vuela y envuelve

vuela y abraza.

 

Y el cielo de la noche

cae en el agua.

 

 

 

 

En Tacuarembó

 

I

 

En el Tacuarembó borroso y simple

de mi niñez, jugué en calles de tierra;

en los días del agua y la alegría

hice vasos con greda.

 

Por mis sueños dichosos

hay caminos desiertos

de la greda mojada que veía

al acabar las calles y al empezar el cielo.

 

Al acabar las calles y empezar los caminos

veía tierra ocre y unos árboles viejos.

 

Y no recuerdo más.

Agua de la memoria en que todo naufraga

cielo barrido siempre por el viento.

 

 

II

 

La calle de mi casa era de sombra quieta-

Asomaba a los muros un ramaje sin flores

pero había en el aire como olor a glicinas.

 

Aroma viejo y niño a la vez.   Con la lluvia

era un contento andar las baldosas mojadas

y tocar con la mano el muro de cal fría.

 

En verano, la sombra era fresca y callada.

Un aire azul y tibio quitaba el pensamiento

y deslizaba imágenes de sol y escarabajos.

 

Y la tela liviana de la falda de lino

se arrugaba al subir por el árbol del fondo

hasta el muro soleado.

 

 

III

 

Vamos por las calles anchas

calles del viento

hojas, flores azules

calle del cielo

corazón, mano, pájaro

alzan el vuelo.

 

A la hora del agua dorada

cuando el sol se ha parado en el río

vamos cantando.

 

Vamos por las calles anchas

a los caminos

y del camino al puente

del puente al río.

 

Vámonos.

 

Antes que la mirada

del azul se nos cierre

dulce pupila.

 

Antes que el viento

se nos lleve de pronto

el día.

 

 

 

 

Cuatro poemas de la espera

 

(antes del nacimiento de Alicia)

 

I

 

Crece el tiempo de adentro hacia fuera, espesándose.

Ya no es agua ni vuelo, sino una lenta fruta.

Conocerás, desde el carozo amargo

a la cáscara dura

y entre los dos, la suave, la dulce capa y capa

zumo de sombra tibia.

 

Vuelta hacia dentro, entera, la luz no se disipa.

Pasó el abierto tiempo color oro-naranja

color azules uvas;

un dispersado viento, fuego suelto gastándose.

Pasó espuma y ceniza.

Hoy es germen de horas, abrigado de sombra

que se ensancha y madura.

 

 

II

 

Como el agua de lluvia, débil, repiqueteante

con sus pequeñas voces, su canto dividido

nos venían los días

como livianas gotas.

 

Antes nos resbalaban el sol y la alegría.

Ahora están adentro:

alegría callada

sol escondido.

 

Ahora de las hondas raíces de la tierra

viene tibieza oscura

un agua circular y casi quieta.

Se apaga en el silencio

crece sobre la sombra

un ovillo de sueño.

 

Amor es alimento

de su raíz secreta.

 

 

III

 

¿Y no te gusta ahora

más que el cristal, la lisa

madera, la veteada,

las líneas

de oscuridad envolvente,

los dibujos

de orden oculto? El agua,

¿no te gusta más quieta

para poder mirarla

descansando en su peso

su frialdad translúcida?

 

 

IV

 

Eres un recibir y un guardar y por eso

convergen hacia ti los dones, las esencias

muestran su doble rostro:

 

una noche de hierro sostiene un día claro.

Hilo de la alegría más fuerte se desprende

de dolor y dolor en oscura madeja.

 

Aprende que de pronto todo te pertenece.

Y son tuyas las horas, pero en verdad son tuyas.

No vuelan sobre ti, alas de luz y polvo,

suelto viento de arena,

 

sino que hasta ti baja su verdadero peso

su raíz verdadera.

 

 

 

 

Reviviscencia

 

Pájaro raro, de vuelo lento

a doble ritmo: golpe de ala de sombra

golpe de ala luciente.

 

Días y noches enterrados sueltan

el polvo que los cubre.

Brillando están sus cielos.

 

De deshechos relojes, de quebradas agujas

de sus esferas rotas

salta una hora entera, intacta… Mira:

una piedra, un cristal escondido, relumbra.

 

Como un viento inaudible

mueve otra vez los álamos.

 

Por la abierta ventana

-¿estará ahora abierta?-

han penetrado insectos verdes y diminutos.

 

Quien tendía la mesa, pone otra vez los platos.

Ha desplegado un blanco mantel ante mis ojos.

Caen de él cenizas de tiempo, gotas frías.

 

Así vi arder la hora frente a mí. Ardía

sin quemarse, quemándome.

 

 

 

 

Objeción de Simmias

 

(del Fedón platónico)

 

¿Y si el alma fuera como música

y el cuerpo la lira?

Roto uno, la otra no existe,

dice Simmias.

El silencio se hace en la celda.

Los discípulos callan, inquietos.

De aquel largo silencio, todavía las olas

salpican.

 

 

 

 

El palacio de jade verde

 

(De la Máquina del Tiempo de H. G. Wells)

 

El viajero del futuro ha encontrado seres

delicados y frágiles, como niños.

Hombres del futuro, flojos.

Ni siquiera pueden

sostener la atención por mucho tiempo;

ni crean ni recuerdan, como plantas o pájaros

prontos para extinguirse.

 

En la ciudad en ruinas ve el viajero un palacio

de jade verde: es un museo

polvoriento, de inscripciones borrosas.

Los libros, como trapos, ya no pueden leerse.

Ese es nuestro futuro

para la raza débil, ya pasado.

 

Por las ventanas rotas, sopla el viento.

Y es esa extraña imagen la que queda

flotando, intermitente.

¿Qué cosa lastimosa, qué más triste

puede haber que ese viento en el palacio?

 

 

 

 

El libro de la piel

 

“Casa”. “Escudo”

 

Estas palabras vienen, dice el libro,

de la misma raíz

de la palabra “piel”. Escudo, casa

del hombre, sede

de opuestos: las heridas, las caricias,

los golpes, la belleza.

 

El libro tiene hojas

de distinto color y en cada una

escrituras distintas, en diferentes lenguas:

breves líneas, fragmentos de poemas

que hablan de la piel

en caracteres índicos o persas,

en redondeado arábico, en hebreo.

Aparentemente

-sólo aparentemente-

están Juntos: distancias siderales

los separan. Cada uno en su mundo,

su casa, que es la lengua en que está escrito.

 

Cada pequeño texto muestra apenas

una arista, la sombra, el raro espejo

de las palabras… y ellas -mudas-

quieren

salir de entre el ramaje de los signos.

Un bosque Inmóvil, silencioso… Mira

otra vez estas bellas escaleras

de las estrofas; el aire entre escalones,

el aire entre palabras

y el blanco de la página es silencio.

 

 

 

 

Infranqueable

 

Si cae una palabra como esta:

distancia

 

con todo el peso grave de sus silabas,

si suena

en el aire, así, sola,

¿qué puedes responder? ¿Dirás, diremos,

por ejemplo, tres cuadras?

¿Diez cuadras? ¿Diez kilómetros?

Pero al nombrar kilómetros

se escucha un “cuatrocientos

cuatrocientos kilómetros exactos

pueden vivir dentro de esa palabra.

 

También puede estirarse

Indefinidamente

para abarcar espacios siderales:

(Va el veloz pie de luz

de Alfa del Centauro o Sirio o Cánopus…)

 

Pero

si ha de caer con verdadero peso

esta dura palabra

si ha de cortar su filo

abriendo y separando

-como labios de herida que no cura-

es esta: la distancia

el camino cerrado

de aquí hacia atrás, de aquí hasta aquel Invierno

que está ahora detrás de todos los veranos.

 

 

 

 

Sorpresa y uvas

 

«Feliz en su soledad circular.”
Parménides

 

Como empezaron a madurar las uvas

se ensombreció el parral

pero de pronto

se vio en la sombra

–la sombra-sol filtrada por follaje–

brillar, casi incoloro y radiante

el cristal redondo de una sola uva

entre otras ya oscuras.

 

Un asombroso blanco:

nítida esfera translúcida.

 

Mañana va a empezar, irrevocablemente

el proceso seguro

de su oscurecimiento-azulamiento

pero ahora

este techo opaco rodeando el raro brillo

es blanco de miradas

sorprendidas

risueñas…

 

La redondez perfecta las ignora.

Con su orgullo y su brillo

ha pisado la uva

el primer escalón del mundo inteligible.

 

 

 

 

La mirada detrás de las palabras

 

Hay un dibujo

–nítido, negro

bien delineado–

sobre el muro: es la sombra

de aquellas altas ramas.

 

Nuestros ojos recorren de manera distinta

cada vez: doblan aquí o allá; se detienen, a veces

para tratar de verlo todo junto:

los caminos cruzados de las finas sombras

sobre el muro blanco.

 

Y hay urgencia en guardarlo en la memoria

pues le han salido a las ramas unos brotes

y también varios gajos

del futuro follaje.

 

Como charla aturdida

se moverán las hojas

se borrarán los finos caminos de las sombras

en la masa total de sombra informe.

 

Las ramas estarán, sin embargo, presentes

como mirada intensa

detrás de las palabras.

 

Circe Maia (1932). Considerada como una de las grandes poetas del Uruguay y de la poesía latinoamericana actual. Nació en Montevideo y reside desde h ... LEER MÁS DEL AUTOR