Christina Thatcher

Cosas malas

 

 

(Traducción al español de Esteban Alonso Ramírez)

 

 

 

Cómo amar a un jardinero

para Rich

Amá como el castaño de indias ama el carbono,

como si el sol no estuviera a millones de kilómetros

 

o condenado. Amá como un abeto azul entre pinos blancos,

como una pala ancha que abre la tierra. Rebobiná

 

tus momentos favoritos en las cenas tempranas:

la correcta identificación de un olivo, escalar

 

los 20 metros de un tronco grueso, convirtiendo bolsillos de mochila

en casas para las hojas. Amá con la impaciencia de las semillas que brotan,

 

con el hambre de una cabra en la copa de un argán. Amá como si estuvieras

viendo una ardilla roja por primera vez. Sentí placer en tu floreciente

 

conocimiento del latín, de cortar madera, de la propagación. Amá con la facilidad con que

las raíces de flor de jamaica beben la lluvia. Respirá el olor

 

de las botas llenas de tierra. Saboreá el paso veloz

de fotos de faisanes y erizos y tritones.

 

Amá como una especie pionera. Amá como un sempervirens: siempreviva.

Amá como si cualquier cosa verde alguna vez plantada

 

fuera a vivir largamente y nunca arder.

 

 

 

 

Informe del seguro

 

Después del incendio, tuvimos 48 horas

para generar números exactos:

 

¿Cuántos tenedores?

¿Cuántos pares de calzones?

¿Cuántos artículos en la refri?

 

Incapaces de recordar cada objeto,

sólo estábamos seguros de lo que se había perdido:

 

el unicornio de cristal pintado

ese collar de la tribu Sioux

el último ladrillo de nuestro abuelo

Gritamos de dolor por estos tótems:

¿Quiénes somos sin ellos? ¿Quiénes somos?

 

Solo los inspectores respondieron:

¿Pero cuánto valían?

¿Cuánto?

 

 

 

 

Incendio provocado

 

Para ser considerado un incendio provocado, este

debe ser encendido con intención de causar peligro.

Si un edificio está ocupado y el incendio

mata gente dentro, esto es de primer grado.

Si un edificio está desocupado pero es destruido,

esto es de segundo grado. Si un incendio causa un peligro

(indefinido) pero nadie muere, y el edificio

no se quema completamente, esto es de tercer grado.

Pero los estatutos no son claros sobre qué sucede

cuando vivís en una familia de pirómanos y cada hogar

que ocupás se quema hasta los cimientos, una y otra vez,

y cada noche debés volverte más rápida en reconstruir,

en practicar la respiración superficial cuando el humo entra

a tu cuarto, y tenés que aprender el arte de la prevención:

recoger madera húmeda, trenzar cuerdas con sábanas para escapar por las ventanas,

echar arena para gatos en los tanques de gasolina. Los estatutos no son claros

sobre qué pasa cuando heredás un incendio provocado, cuando cortás

tu brazo y sangrás fuego. ¡Fuego!

 

 

 

 

Hermanos

 

Hablamos de lo que heredamos:

yo digo que tengo la voz atronadora de papá,

nunca llego a ser invisible. Digo

que su cuerpo redondeado refleja el mío,

hace que sea difícil saltar

del suelo a un caballo.

Nunca tuvimos un buen centro

de gravedad.

 

Vos decís que te drenás

por llamar la atención como él, necesitás

saber que sos amado

cada minuto. Si no: furia.

Decís que tus brazos son los suyos,

rosados y con marcas de agujas, demasiado débiles

como para levantar tu cuerpo atrofiado.

 

Cuando hablo con vos, hablo con él.

Cuando me hablás, le hablás a él.

Cuando nos hablamos, él viene

a mover nuestras bocas hasta que

apenas ya ni nos oímos.

 

 

 

 

Pasaje de desintoxicación

inspirado en William Brewer

 

Encontrás cucharas por todas partes:

debajo de los armarios de la cocina, dentro de los edredones,

hurgando entre los calzoncillos. Ayer,

te sentaste en el sofá y descubriste que las cucharas

habían reemplazado el relleno. Abriste lo cojines,

sacaste cientas de ellas. Este es un proceso de limpieza.

 

Solo soñás con el metal. El pastor te dice:

“Esto es normal. Simplemente tenés que deshacerte de las cucharas”.

Lo aceptás, pero el fregadero se sigue llenando de plata.

La ducha escupe argento. “Librate de la tentación,

hijo mío”. El pastor tiene los ojos verdeazules de nuestro padre.

 

Escuchás y asentís: hay que tirar todas las cucharas de la casa.

Le decís al pastor que podés hacerlo. Creés

que podés hacerlo. “Dios está con vos, hijo mío”.

Los espasmos en tus brazos y dientes comienzan

a desaparecer. Todo lo que tenías que hacer era deshacerte

 

de la tentación. Agradecés a Dios por la nueva fuerza,

inclinás tu cabeza para rezar por mejor,

más limpio, pero cada vez que cerrás

tus ojos

ves esa curva de plata

y te quedás ahí.

 

 

 

 

Recaída

 

Contás los minutos

hasta que, después de la cena, decís

 

que el estofado no te cayó bien,

subís las escaleras, cerrás la puerta con llave,

 

sacás de tu bolsillo una cuchara y una aguja

que guardaste tan fácilmente como un niño

 

desliza su lápiz favorito desde la cartuchera,

encontrás luego la vena correcta y despegás:

 

un leve olor a lavanda de baño es

la última delgada conexión con nuestro mundo.

 

 

 

 

Cosas malas

inspirado en Ellen Bass

 

Vas a mentirle a las mujeres que amás:

una con un bolso de lazo y un conejo de orejas caídas,

otra con cicatrices en el estómago y tatuajes en las muñecas,

ambas con padres muertos, como el nuestro.

 

Vas a aprender a beber, lentamente,

hasta que el vodka ya no queme, hasta que

después de seis tragos todavía podás conducir a través

de las calles llenas de venados de Durham.

 

Te vas a desmayar

en la máquina asfaltadora, la metadona

amamantará tus huesos hasta que estés demasiado débil

como para fraguar cemento. Dejarán de llamarte por trabajos.

 

Vas a perder tu teléfono,

terapeuta, casa, mujeres, y todo el tiempo

me escribirás para decir: “Estoy bien,

estoy bien”, decirme que todavía tenés algún lugar

 

cálido para quedarte, pero sabré que estás conduciendo

hacia la ciudad en un carro que se quedará sin gasolina

y entonces (como a los adictos a quienes les pasan

todas las cosas malas) vas a desaparecer.

 

 

 

 

Recorriendo Tenby con el hombre con quien me casaré algún día

 

Hablamos primero de leprosos, aquellos

que solían habitar el hospital-fortaleza

cerca de la playa. Leo

más tarde sobre sus dedos acortados,

miembros deformes, ojos arrugados

como mojadas toallas de cocina.

 

Apuntás hacia el pub lleno de soldados,

luego hacia una calle alterna entre

dos casas brillantes donde una vez,

de adolescente, chocaste un carro

y huiste de la policía, borracho de ron.

 

Escucho historias de niños echándose en los bolsillos

gruesos pedazos de chocolate Caldey, huyendo

de los monjes, el faro del otro lado de la isla

demasiado débil como para verlos regresar

a la orilla.

 

Hablamos, al final, de lápidas:

a quiénes pertenecen los nombres y qué nos trajo aquí

para conocerlos. Nos acercamos hasta que nuestras piernas se tocan

desde el hueso de la cadera hasta la rodilla, el olor

de la espuma de mar alimentando

nuestros pulmones hambrientos.

 

 

 

 

Monogamia

 

es la construcción que hacemos a oscuras:

colocar huellas frescas en la tierra, los postes de luz

brillando hasta el amanecer. Son los momentos

en que nos revelamos, decimos en voz alta:

tengo miedo al fracaso.

 

Esta labor nos lleva a algún lugar:

nuestros dedos se dejan llevar hacia las cálidas articulaciones

de nuestros cuerpos, descubriendo juntos

los secretos del montaje, hasta que lentamente,

tras muchas noches sin dormir,

 

aprendemos a confiar

en que construimos algo robusto,

en que no estamos solos en esto.

 

 

 

 

Doméstica

 

Lavo los cubaces,

tiro de las fibras

de sus vetas,

rompo sus costados

hasta que oigo su chasquido

y expongo

 

sus pequeños riñones, opacos,

cableados al muro interior

que es suave como fieltro,

reflectante como hilo,

y luego los deposito

en el agua caliente

 

que he hervido en un hogar

que jamás pensé

que tendría.

 

Christina Thatcher Es profesora de escritura creativa en la Universidad Metropolitana de Cardiff. Se mantiene ocupada fuera del campus como editora de poesía ... LEER MÁS DEL AUTOR