Carolina Ruales

Un acto de resucitación

 

 

 

FRONTERIZOS (24)
Néstor Mendoza

 

Cuenta el gran poeta peruano José Watanabe que tomó plena conciencia del “yo poético” tras la lectura de “La casa de Asterión”, el relato perfecto de Borges. En este cuento habla el Minotauro con asombrosa humanidad y cercanía, con ingenuidad juvenil, y es casi la misma humanidad que noto en otro relato notable, “Barrabás”, del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. En ambos cuentos, tanto el Minotauro como Barrabás, dos antagonistas arquetípicos de la historia mítica y bíblica, hablan en primera persona. Tan influyente fue este hallazgo para el peruano que, en buena medida, delineó las voces poéticas de muchos de sus “personajes líricos”. Esto funciona muy bien como recurso, y es, en todo sentido, un elemento fundamental para quienes deseen hablar en el poema. Esto lo practican frecuentemente los buenos narradores (cuentistas y novelistas), pero en poesía, a veces, el hablante poético se funde o disuelve entre las imágenes y conexiones metafóricas. Al respecto, hablaré de una autora caleña que trae de vuelta a su padre desaparecido y nos hace creer que, indudablemente, nos habla a nosotros. Carolina Ruales, como un acto de resucitación, con pleno amor de hija (un viaje en el cual el padre visita a la hija en tiempo presente y se remonta hasta la temprana niñez de ella, hasta sus 3 años), cede su voz a la voz del padre: ella presta su voz, la voz del discurso poético y también la del dolor, y ocupa el lugar del otro. Hay dos elementos destacables en nuestra autora: la conciencia del hablante poético y la temática del padre en la poesía. Como Patrick Swayze en la icónica película Ghost: la sombra del amor, el amante ausente se convierte en un ángel guardián, un cuidador que se lamenta por no cuidar, por irse, por desaparecer o “hacer” que lo desaparecieran. Con dicción fluida y contundente, Carolina Ruales expone un dolor que, por su densidad, puede resultar impronunciable; o como dice ella misma, “Nadie recuerda el olvido como sucedáneo”. Este cuadro doméstico incluye de forma directa a la hija y al padre (los principales interlocutores), y de forma lateral a la madre, e incluso una cuarta presencia, indeseable para todos sus protagonistas. Los ejemplos que ofrezco al inicio no son gratuitos. Dan cuenta del interés de la poeta hacia la narración: contar una tragedia puede convertirse en un eficaz retrato lírico.

 

 

 

 

TE ESCUCHO ENHEBRAR PALABRAS CON PUNTADAS PERFECTAS

Modista de tristezas, alta costura de las heridas.

La distancia va cerrándose con la lentitud de los mejores bordados
sin futuro.

Desearía entender tu cuerpo, abrazarlo y decirle: hola, traje aguja e hilo
para remendarnos.

Intimida, no sabría qué tono de voz, qué marea de historias llevar
a tus manos.

Mi mejor lenguaje es la caricia y el silencio, atenta y precipitada
al detalle de tus formas, tus sílabas.

Me consuelo con el momento en que pronuncias mi nombre, para vivir
por un segundo, en la atareada soledad de tu existencia.

 

 

  

LA ALEGRÍA INVADE ESTE NO LUGAR QUE HABITO

Te veo enunciarme con ese valor que da sentir la tragedia de otros.

Reboto de júbilo, recoges con tanta dignidad, migajas de mí que la gente
arroja desde sus pasados.

Comprendes que atender mi voz es escucharte.

Imploro que nunca más selles tus oídos a la herida que nos habita, a esta
música triste, que aún entonamos como patria.

 

 

 

CAMINAR ES LO QUE TU DOLOR PRECISA

Acompañarás tus pasos con el canturreo de mi voz.

Podrás soportarlo, tu cabello es lo más hermoso que he tocado.

Deja que crezca de nuevo.

Sueña que te hago una trenza y la deshago, eternamente.

 

 

 

LO QUE ME ENAMORABA DE ELLA

No sabía aparentar ni le importaba.

Era tan transparente y rota que fue imposible no amarla.

Perdónala, negaron su derecho a ser niña.

En su silencio fui una canción de amor que tarareaba.

Ten piedad de su sufrimiento.

Al igual que tú, lleva la bruma del abandono en sus ojos.

 

 

 

  

REPIQUETEAN EN TODO

Cantan los nombres en tu silencio indefenso de niña sin mi caricia.

Murmuran en el frenesí de las cocinas al preparar la sopa de queso que
tanto te gusta.

En el concierto nocturno de las ranas y chicharras del monte.

En la percusión de la lluvia al caer en los tejados frágiles de tu casa.

En tus quejidos de dolor acompañados de risa nerviosa.

En el llanto de las aves sin bosque y las entrelíneas de los libros que
lees, para distraer las lágrimas.

 

 

 

POLVO DEL PRECIPICIO

Esfera atada a los pies del alma.

Rueda con nuestros pasos
adhiere trozos de verdad y olvido
a su superficie pegadiza
que se transforma a través del tiempo.

Viaja en el polvo del precipicio.

Al volcar tus ojos para nombrarla
la Memoria
explota en la voz
y se hace algo nuevo
que se cree lo mismo.

 

 

  

TESTIGO DEL DERRUMBE

Despertar es dolor
lamento bajo la lengua
en la rigidez del alba.

Noche sin alivio
pesadilla en el bostezo
mucho rímel y analgésicos.

Tu misericordia malcría mi piel
la intuición se resigna
los secretos golpean el olvido.

El amor no aleja mi sufrimiento
testigo del derrumbe
duermo entre mis brazos.

 

 

 

LATIDO DE LOS ASTROS

Hilo sin tiempo que se alarga.
Halo con fuerza el firmamento
para desatar las estrellas
caídas del olvido.

Me sentí tentada a envolverlo en la nuca
ahogar mi palabra sin tu retrato.

Sin prisa se cose a la piel
que rodea mis cicatrices.

Mis heridas abiertas lo tiñen
en lugares que sólo yo conozco
y expelen un olor
al que estoy acostumbrada
de pasado enfermo.

La hebra me rodea
punza en cada palabra.

Con sus puntadas
trazo paisajes de memoria
ficciono recuerdos
niego la muerte de tus ojos.

Su filamento quebranta mi optimismo
y te sueño en una fosa
zurciendo a la tierra
el latido de los astros.

 

 

 

EL ABISMO DE TU LLANTO

Duelo inconcluso
pasado roto
escrito con todos los llantos.

Es el tuyo
arrojado al vacío de este instante.

Antonio
es tiempo de revelar
la geometría de este precipicio
que formó tu ausencia en mi silencio.

¿Por qué no me elegiste?

Sólo la verdad traerá sosiego.

La hora del sueño inducido regresa
tu voz se apaga
me deja dormir.

Arroja algo hecho
de las virutas de tu aliento
una palabra tuya
bastaría para sanarme.

¿Dónde te escondes?

Trae tu mano obrera
mima con ellas mi cabello lacio
se parece al de la niña traviesa
que no eras capaz de reprender.

¿Será esta memoria mi forma de abrazarte?

Busco tus pasos mientras logro perdonarme.

Algún día partiré al encuentro de tu sombra
y será la memoria
consuelo de los que quedan
artilugio invocado de nuestra presencia.

 

Carolina Ruales (Cali, Colombia, 1982). Profesional en Estudios Políticos de la Universidad del Valle, trabaja con comunidades en temas relacionados con de ... LEER MÁS DEL AUTOR