Carlos de Rokha. Coronación del mar

 

Presentamos dos textos claves del imprescindible poeta chileno.

 

 

 

Carlos de Rokha

 

 

INTERIOR

I

Doy alimento a un perro cada día
que viene a acompañar mi soledad.
La leña brilla luego en los rincones
de la casa ya en sombras sepultada.

Sobre el lineal brasero de cobre repujado,
ese que da una viva llama a los espejos,
vemos asarse algunas todavía jóvenes castañas
que esparcen dulce aroma entre los muebles
y se demoran en dorar sus cáscaras
que aún dialogan con los panes blancos.

El perro se arrodilla a los pies de su sueño
como una imagen pura de la tierra,
haz de indolentes ramas olvidadas
en ovillada vestidura: sólo ella lo contiene
y concede medida a su ternura
de niño que conmigo juega y juega.

El sueño de ese perro tiene una verde estatua
que lo contempla de una cruel altura,
desde la selva donde se levanta
el redondel altivo de su plinto.

El perro evoca sobre el suelo sangre
y es un recuerdo oscuro que reposa
sobre la alfombra en que le tiro migas
cada mañana en que viene hasta mi mesa.

Es sólo el fiel testigo que perdona
esa maldad con que le trato a veces
cuando le pongo el agua en platos sucios.

El pobre perro ajeno después duerme
en tanto agujerea la ventana del cielo
y a lo lejos se oyen estar así dolientes
las dulces bestias mansas en su establo.

 

 

II

Entonces viene a mí de esos lugares
el muy ardiente olor del heno del verano,
en la paz de la tarde envuelto todo
las colinas invade en ese instante.

Se puede evocar algo, es cierto, como esa,
una dorada y larga cabellera
herida por los vidrios, cubierta de aspillera,
y los alambres que entre sí la enjaulan
le dan una apariencia casi alada
de isla sometida a las estrellas
mientras cae a pedazos en los aljibes.

Ella se alza de un licor extraño
que me persigue y que me otorga a ratos
una insistente, una mortal manía:
es el hastío que torna siempre y me devora siempre
cuando ingreso en mí mismo a pie juntillas
y me doblego en un espacio puro.

Me siento en sillas de alta paja hebrada, rojas,
a meditar casi de a poco en otras cosas,
mientras se va la tarde en los arroyos
y vuelven las visiones de la infancia
en cada libro con dibujos de hadas,
en cada fruta que abro, cuya pulpa hiero.

Hay raíces arbóreas en los muros
y una araña ha pasado entre los sacos,
y las moscas manchan ahora la leche, los visillos,
la escarcha.

El vino se derrama en los manteles
mientras juega en el patio un duende oscuro
que imita el rito de la sangre en una flecha rápida
y en un escudo vegetal celeste.

 

 

 

CORONACIÓN DEL MAR

Miro el mar y me multiplico.
Nombro el mar, enumero sus cantos
y una música ebria me envuelve como un velo.

Quiero entender el mundo a través de este mar
que todo lo revela en múltiple extravío.
Me desarrollo, crezco, me transformo
en línea furiosa, en génesis visible
sobre este azul de piedra que sube hasta mis labios.

Miro el mar y comprendo el misterio
de la esmeralda mágica y su borde de fuego.
Comprendo la locura de los ángeles, comprendo
el amor del mendigo por su sombra, la tierna
esperanza de los pájaros en busca de una isla.

Pero yo mismo ahora no me entiendo,
ni a través de este mar y sus cuchillos,
no comprendo mi sed aunque me mire
en sus espejos de terrestre música.

Miro el mar y no entiendo
la forma de mi sueño, ni la pura
medida del solsticio de mi sangre, ni la sola
canción en que me apoyo para crear el mundo.

Miro el mar y me multiplico.
Nombro el mar, enumero sus cantos
y una música ebria me envuelve como un velo.