Boris Rozas

Radio tristeza y otros textos

 

 

 

 

Radio tristeza

 

Dicen que escucha por las noches el blues frío

de la Radio Tristeza,

mientras sacude las viejas gárgolas

del Top of the Rock. Más otoño

que se le viene encima.

El corazón

salió hace tiempo

de reconocimiento, en limo en blanco

marfil,

dejando para siempre el alma

por el viejo Nueva York.

Was my idea”,

me suele decir siempre. Más otoño

que se le viene encima.

 

 

 

Plaza Almagro

 

Dame la mano mientras duermes esta noche, la yema rota

de tu corazón dactilar acunará mis ansias de sobrevolar este día

hasta posarme en Plaza Almagro, la única plaza pública de mi barrio,

sentarme en mi arenero a comulgar con las hormigas

mientras se entretiene el mediodía con mi boca seca, harto de esperar

por la calesita que se llevaron en el traslado de Lima Oeste.

Volveremos a pie hasta nuestra primavera recién eclosionada

junto a la torre de Santa María de La Antigua,

tu tierno amor románico atraviesa todavía mi escudo

hasta desembocar en este mar de iglesias sin crucero

mientras se entretiene la medianoche con mi torpe discurso

de hombre continental, corazón al baño María

a punto de introducirse en otro más grande para juntos

llevarse al fuego hasta la orilla de este lecho

sin flores de otro mundo.

Dame la mano mientras sueñas con Os Pinos de tu Galicia

de atardeceres plomizos y playas sin rostro,

erosionada te vieron partir los robledales sinuosos

de hoja blanda, porque creciste en suelos más hermosos

te hiciste bosque atlántico en forma de “s”

mientras al final de la Castilla llana, harto de esperar

se ha detenido en tu mirada

un pájaro de envergadura y canto pelágico,

nidificado ante la cercanía del hombre

llegado del Pasaje de Drake

hasta posarse en Plaza Almagro, la única plaza pública

de mi barrio.

 

 

 

Me deslizo entre campos de fatiga

 

Porque necesito ser hombre o mujer, día o noche,

árbol o piedra, perfecto,

hacedor de tormentas, marinero entre cuerpos

hambrientos.

Quiero devorar iglesias y palacios, pan fresco y

hacinado,

torres maestras, orgullos elevados,

me planto delante de esta vida. Quiero un río,

lo quiero en medio de todas las figuras,

una barca de madera, unos remos,

una espalda erguida,

un niño.

 

 

 

Man of Stalker

 

Nos está comiendo el sol de verano al norte del mundo,

bañando con su rayo lúcido el suave discurrir del atardecer

cerca de la costa de Argyll, junto al Lago Laich.

 

El hombre de Stalker

ha llegado donde quería llegar,

junto al faro de Appin, a merced de la marea.

 

 

 

Calle Ocho

 

Me había comprometido a llevarte una tarde de domingo

a la ribera de la calle ocho,

a ver a los viejos

que juegan al dominó, a las parejas

que se reencuentran

en los arrabales del Bryan Park.

Nos vamos

a Café Versalles, tenemos una cita

con el silencio.

 

 

 

Boulevard

 

Comienzo a sentir mis dedos otra vez.

Van desfilando lentamente

ante los posos de este sencillo café

hecho de mediodía y millas náuticas,

mi raza es la de aquellos que se deciden

pero este Boulevard de hoy

parece entresacado de una buena película

de Eastwood,

con ese sosiego que me otorgan las edificaciones bajas,

con ese rotundo milagro

de las gentes que escuchan el misterio del silencio

anhelando ver algún día el colgante

plateado de Francesca Johnson.

Comienzo a sentir el murmullo

de mi corazón,

otra vez.

 

 

 

El aparente sigilo de los troncos

 

La primera vez que salté por una escalera de incendios

lo hice para no quemarme con la fotografía de tu piel:

John Coltrane me persigue por los bajos de esta mañana espesa

como quién inventa un reclamo para los males domésticos,

no me quieras convertir tan pronto en bandera que izar a los cuatro vientos,

no anda sobrado de talento el que esperando persigue

insulsas canciones de cosmético.

En Japón existe un lenguaje de amor entre mujeres

donde una rama desnuda

viene a significar que nunca seré nada tuyo.

 

Dormía entre las macetas mi recuerdo, aprovechando los meses de verano

para imaginar nuevas rutas de escape de tu cuerpo,

fue como en “The Boy Cried Asesinato”

pero sin más testigos que la noche y el antro que nos hace esquina.

La primera vez que salté por una escalera de incendios

fue como una cruel inocentada de Romeos,

hasta que llegamos a Washington Square en primavera

y se terminaron los parterres del amor.

 

Una señal de obras atiza la espuma de mis ojos

al colapsarse con el firme, van los dedos presos de pánico

a cogerse de la hierba para acordarse de que es jueves

y aún no es tarde para regresarte.

Imagino como quién imagina los grandes dirigibles enviarse gritando hacia tu ventana,

los puentes que hemos construido estos años

lo son por el tiempo que nos han visto deambular entre la nada,

como en un olvido de fuego que nos resta del nudo de sed atirantada

para sujetar por el extremo gris

lo que siempre permanece en el olvido.

Tú y yo somos la noche que sostiene estos dos ojos ciegos

tras el aparente sigilo de los troncos.

 

 

 

Best-seller

 

Mujer catalogada como de mediana edad

ha dejado a un lado

sus cómodas gafas de sol

para usar un best-seller como visera.

En su particular desobediencia civil

ha decidido tumbarse en bañador

con las uñas de los pies

en pedicura francesa,

usar el bolso de marca

como eslabón silencioso

ante la plenitud esencial

de la tierra de Sheep Meadow.

Como empieza a refrescar

la chaqueta de punto

se convertirá en elegía

para una balada

de estética incontestable.

El futuro son un puñado

de manzanas silvestres

adornando la entrada

a los garajes del parking.

Boris Rozas Vallisoletano de Buenos Aires, poeta de amplia y reconocida trayectoria con ya catorce poemarios a sus espaldas, entre ellos los multipremia ... LEER MÁS DEL AUTOR