Radio tristeza y otros textos
Radio tristeza
Dicen que escucha por las noches el blues frío
de la Radio Tristeza,
mientras sacude las viejas gárgolas
del Top of the Rock. Más otoño
que se le viene encima.
El corazón
salió hace tiempo
de reconocimiento, en limo en blanco
marfil,
dejando para siempre el alma
por el viejo Nueva York.
“Was my idea”,
me suele decir siempre. Más otoño
que se le viene encima.
Plaza Almagro
Dame la mano mientras duermes esta noche, la yema rota
de tu corazón dactilar acunará mis ansias de sobrevolar este día
hasta posarme en Plaza Almagro, la única plaza pública de mi barrio,
sentarme en mi arenero a comulgar con las hormigas
mientras se entretiene el mediodía con mi boca seca, harto de esperar
por la calesita que se llevaron en el traslado de Lima Oeste.
Volveremos a pie hasta nuestra primavera recién eclosionada
junto a la torre de Santa María de La Antigua,
tu tierno amor románico atraviesa todavía mi escudo
hasta desembocar en este mar de iglesias sin crucero
mientras se entretiene la medianoche con mi torpe discurso
de hombre continental, corazón al baño María
a punto de introducirse en otro más grande para juntos
llevarse al fuego hasta la orilla de este lecho
sin flores de otro mundo.
Dame la mano mientras sueñas con Os Pinos de tu Galicia
de atardeceres plomizos y playas sin rostro,
erosionada te vieron partir los robledales sinuosos
de hoja blanda, porque creciste en suelos más hermosos
te hiciste bosque atlántico en forma de “s”
mientras al final de la Castilla llana, harto de esperar
se ha detenido en tu mirada
un pájaro de envergadura y canto pelágico,
nidificado ante la cercanía del hombre
llegado del Pasaje de Drake
hasta posarse en Plaza Almagro, la única plaza pública
de mi barrio.
Me deslizo entre campos de fatiga
Porque necesito ser hombre o mujer, día o noche,
árbol o piedra, perfecto,
hacedor de tormentas, marinero entre cuerpos
hambrientos.
Quiero devorar iglesias y palacios, pan fresco y
hacinado,
torres maestras, orgullos elevados,
me planto delante de esta vida. Quiero un río,
lo quiero en medio de todas las figuras,
una barca de madera, unos remos,
una espalda erguida,
un niño.
Man of Stalker
Nos está comiendo el sol de verano al norte del mundo,
bañando con su rayo lúcido el suave discurrir del atardecer
cerca de la costa de Argyll, junto al Lago Laich.
El hombre de Stalker
ha llegado donde quería llegar,
junto al faro de Appin, a merced de la marea.
Calle Ocho
Me había comprometido a llevarte una tarde de domingo
a la ribera de la calle ocho,
a ver a los viejos
que juegan al dominó, a las parejas
que se reencuentran
en los arrabales del Bryan Park.
Nos vamos
a Café Versalles, tenemos una cita
con el silencio.
Boulevard
Comienzo a sentir mis dedos otra vez.
Van desfilando lentamente
ante los posos de este sencillo café
hecho de mediodía y millas náuticas,
mi raza es la de aquellos que se deciden
pero este Boulevard de hoy
parece entresacado de una buena película
de Eastwood,
con ese sosiego que me otorgan las edificaciones bajas,
con ese rotundo milagro
de las gentes que escuchan el misterio del silencio
anhelando ver algún día el colgante
plateado de Francesca Johnson.
Comienzo a sentir el murmullo
de mi corazón,
otra vez.
El aparente sigilo de los troncos
La primera vez que salté por una escalera de incendios
lo hice para no quemarme con la fotografía de tu piel:
John Coltrane me persigue por los bajos de esta mañana espesa
como quién inventa un reclamo para los males domésticos,
no me quieras convertir tan pronto en bandera que izar a los cuatro vientos,
no anda sobrado de talento el que esperando persigue
insulsas canciones de cosmético.
En Japón existe un lenguaje de amor entre mujeres
donde una rama desnuda
viene a significar que nunca seré nada tuyo.
Dormía entre las macetas mi recuerdo, aprovechando los meses de verano
para imaginar nuevas rutas de escape de tu cuerpo,
fue como en “The Boy Cried Asesinato”
pero sin más testigos que la noche y el antro que nos hace esquina.
La primera vez que salté por una escalera de incendios
fue como una cruel inocentada de Romeos,
hasta que llegamos a Washington Square en primavera
y se terminaron los parterres del amor.
Una señal de obras atiza la espuma de mis ojos
al colapsarse con el firme, van los dedos presos de pánico
a cogerse de la hierba para acordarse de que es jueves
y aún no es tarde para regresarte.
Imagino como quién imagina los grandes dirigibles enviarse gritando hacia tu ventana,
los puentes que hemos construido estos años
lo son por el tiempo que nos han visto deambular entre la nada,
como en un olvido de fuego que nos resta del nudo de sed atirantada
para sujetar por el extremo gris
lo que siempre permanece en el olvido.
Tú y yo somos la noche que sostiene estos dos ojos ciegos
tras el aparente sigilo de los troncos.
Best-seller
Mujer catalogada como de mediana edad
ha dejado a un lado
sus cómodas gafas de sol
para usar un best-seller como visera.
En su particular desobediencia civil
ha decidido tumbarse en bañador
con las uñas de los pies
en pedicura francesa,
usar el bolso de marca
como eslabón silencioso
ante la plenitud esencial
de la tierra de Sheep Meadow.
Como empieza a refrescar
la chaqueta de punto
se convertirá en elegía
para una balada
de estética incontestable.
El futuro son un puñado
de manzanas silvestres
adornando la entrada
a los garajes del parking.