Aquí los amaneceres no son tan apacibles

Aquí los amaneceres no son tan apacibles

 

 

 

 

 

El viajero

 

En los páramos salvajes pasta un caballo.

Muerde la hierba con torpeza,

retrasa el camino.

Palabra oscura es el trayecto,

inquietante como una boca abierta.

 

 

 

 

Tras un vidrio oscuro

 

He visto el futuro

con ojos que pedí a los muertos.

Todo amarillo como la bilis,

Como una densa niebla donde pintar la rabia.

De allí he surgido.

 

 

 

 

Cambio de estación 

 

La cruz es una lanza de cuatro puntas.

 

 

 

 

Una espía en casa de la araña

 

Suspendida por invisibles manos

otra vez mis voces dibujan espejismos.

Entre la certeza que me araña,

y el oculto centro,

tenso la cuerda. Estoy sola,

pero tenso la cuerda.

 

 

 

 

Aquí los amaneceres no son tan apacibles

 

El día es tan bello que de un momento a otro

podría acabarse el mundo.

El rugido de un avión en el cielo pareciera anunciarlo

y la tinta que gotea del lapicero

es augurio de aniquilamiento.

Hace aquí una mañana apaciblemente bella.

Ya es hora, ya es hora. El teléfono suena.

 

 

 

 

Amniótico

 

Quiero escapar de un bosque de algas, jardín interminable

como un sushi pegajoso.

Me sacudo, intento nadar hacia la superficie,

pero no alcanzo a tocar la luz, a atravesar el saco materno.

Se me acaba el oxígeno.

 

 

 

 

Un cuento, una botella

 

Su cabeza es una biblioteca donde se han desplomado

todos los estantes.  “Estás secándote”, dice al cactus,

y lee en las espinas alivio para su carne de lagarto.

El desierto es estar consciente por un tiempo,

porque la sangre gotea y los deseos

se confunden con el polvo.

 

 

 

 

Vagones 

 

Las mujeres colocaron macetas de geranios.

En las tardes traían alfombras, tomates,

un pincel para dibujar puertas y figuras de humo.

A veces, rugían al unísono como una locomotora.

Y más de una muchacha se tendió entre las líneas ferroviarias para que el tren

aplastara su tristeza

(arrullo fugaz de los que esperan fundar un nuevo planeta). Pero, solo las serpientes

y la brisa canicular

cruzaban hacia el otoño.

El día era narrado cada noche,

en el último vagón compartían el botín:

las hojas amarillas, el olor agrio de los basureros.

 

Ketty Blanco Zaldívar (Guáimaro, Cuba, 1984). Poeta y narradora. Licenciada en Ciencias de la Religión, por el ISECRE (La Habana, 2012). Graduada del  Curso Na ... LEER MÁS DEL AUTOR