Antonio Hernández

Anónimo veneciano y otros textos

 

 

 

 

En el parque

 

Tras las lluvias insistentes, ansiosas,

el parque de El Retiro es el Edén

diplomado.

La fauna urbana

-palomas, perros…- se une

a la medio doméstica pacífica:

las ardillas, los patos… Los pájaros

vienen a ser como las chispas

sonoras de un mechero

al encenderse y el estanque

como el suspiro de un manantial oculto

que agrupa sueños y memorias

en las barcas.  Los árboles pujantes,

de hinojos en el otoño desnudo,

de pie se han puesto como

si la ciudadanía vegetal

les rindiera homenaje a sus ediles

por haber fabricado

un paraje tan bello.  Paseo

compañero de la luz, hermano

de la umbría que filtra

la transparencia de un cielo

bien colaborador.  Veo las flores

como saludos de la primavera

en los cien mil idiomas

de sus colores refulgentes

y culmino en el festín de la hermosura

en la corona de la rosaleda,

de cuyo centro emerge en filigrana

la fuente versallesca inagotable

hasta la hora de cierre.  Hay

presidiéndola un prócer

panameño y bajo su escultura

una frase que dice: “La palabra

extranjero debiera estar ausente

de todo diccionario.”  Cierto.

En un banco cercano, un hombre

de raza negra descansa en paz,

enajenado, como si disfrutara.

Otro gallo cantaría si no fuera primavera.

 

 

 

Relativismo

 

Según ha leído, admirado, mi hijo

hay millones de estrellas

en nuestra galaxia.   Contando

que debe de haber un millón

de galaxias y alrededor de cada

estrella unos cuantos planetas

-muchos de ellos con miles

y miles de millones de habitantes-

hay preguntas sin réplicas

y, sobre todas, una: ¿Cómo

va a desaparecer todo esto

porque desaparezca yo?

A no ser que un cadáver sea

la fiel medida de todas las cosas.

 

Algo de eso ya lo dijo Protágoras,

abuelo del relativismo padre de Einstein:

dado que una misma naranja es dulce

para un hombre sano y resulta amarga

para un enfermo, ¿es amarga o dilce?

Leed el poema mártir de Cañadas,

Su ser crucificado, en carne viva:

Naranjas de Ben Tariq…

Tan dulces para vosotros,

Tan amargas para mí.

 

Su padre fue eliminado por rojo,

era maestro, en Almería, y cuando

Aureliano jugaba en la plazuela

donde lo fusilaron

sentía ganas de llorar, sentía

sed, pero las naranjas…

“El hombre es la medida de todas las cosas,

de las que son porque lo son

y de las que no porque no lo son”,

luego también de un muerto si fue un hombre.

 

Bisabuelo de Popper, grieta

de la Filosofía-dividida por siempre

desde entonces- el gran Protágoras.

Miles, millones

de astros, de seres…Pero

no estamos repetidos, sino como cadáveres.

 

 

 

Ciro Alegría

 

Cada mañana asisto al logopeda

y comienzo de nuevo a contemplar la fuente,

las flores o el estanque del Retiro,

las barcas y los árboles,

esa demografía del estupor.

Cada mañana, primero Goya arriba,

después Retiro abajo. Y veo,

cuando subo, las prisas;

cuando bajo, los sueños.  Goya

arriba la gente hablando sola a la ida

y hablando sola en el parque

a la vuelta.   En eso son iguales

sólo aparentemente.   Por Goya

conversan con sus móviles,

por el Retiro, con su soledad.

Jóvenes cuando subo, ancianos cuando bajo.

Por un lado los coches, su ruido,

la ambición insaciable, el dinero

y por otro la lenta muerte presta.

La observación es un árbol de huerto,

trae frutos como consejos la noche:

el mundo es ancho y ajeno.

 

 

 

La isla del tesoro

 

Volví al lugar del crimen

y me estaban velando.

Así hemos cantado

todos al mar.

Sus ahogados somos testigos.

Siéntate pues en la puerta de tu casa,

lee cualquier esquela del periódico

y verás pasar tu cadáver

hacia el olvido eterno.

Para contrarrestar en lo posible

renueva tu memoria

como si el paraíso

pudieras inventarlo, y dalo a conocer

por si en su luz coinciden.

De todas partes me echaron

menos de él al aplicarme el cuento.

(Me expulsarán de todas partes

salvo de mi recuerdo amaestrado.)

No obstante he de decir

que servirá de poco, que con mis invenciones

tampoco me he ganado el paraíso

precario de la fama

porque si hice meditar a algunos,

sé que apenas sentir a muchos,

sé que a nadie crecer de escalofrío.

La musa, la princesa,

la cicatera mágica

me señaló que no era suficiente,

que no me lo creyera,

me reveló el secreto:

“No te engañes-me dijo-,

las quimeras más bellas,

como las más hirientes,

las dicta el corazón.” Y añadió:

“Ay, bastardo mío,

poeta a medias, tienes

noticia del tesoro,

te falta el mapa”.

 

 

 

Nostalgia

 

Se llamaba Pozo el jardinero

del parque de mi pueblo.  Tenía

una gran vara para asustarnos

porque le robábamos los peces

de colores de la fuente: un

sombrero de palma bocarriba,

unas migas de pan sobre su hueco

y un estirón, cuando los peces

se sentían felices, y era nuestra

la pesca.

Quizás fue

lo primero que robé y de lo

único que no me arrepiento.

Su figura aún es un pedazo

de mi infancia que está vivo,

que aún late.  Se llamaba Pozo

y sigue siendo el humo

de mi chimenea, el latido

de mi corazón asistente

de nubes, de sueños…

Juez y parte de mi niñez,

es rayo de luz honda

-como su nombre, Pozo-

cuando llovizna tembloroso el tiempo.

 

 

 

La rueda

 

Cuando te recuerdo pienso que

todas las mentiras esenciales,

las que nos hicieron más o menos buenos

y temerosos de Dios, debieran

ser verdad, hermano.  Verdad

aunque sólo volviéramos a vernos

por un momento en la Resurrección

de la carne y partiéramos

un segundo más tarde

en direcciones contrarias.  Ese

segundo a cambio del Infierno

y a cambio de tu Gloria.

Que fuera mentira la existencia

anterior a Jesús de Adonis, Mitra,

de Atis, de Osiris, Buda,

que sus ritos sagrados, símbolos

del renacer que aseguraba la

continuidad de la vida con sus muertes

de jóvenes sacrificados,

no fueran más que infundios del demonio

ya fertilizados en mis lecturas,

que lo que más amo, hecho

de mi pasión por conocer

y de esa forma conocerme,

no pasara de un sueño envenenado…

Pienso que debiera ser cierto el cuento

aunque me destrozara el túnel

que he ido construyendo sin salida.

 

 

 

Paraísos Perennes

Rayos de luz del Paraíso caídos en mi infierno…
Víctor Hugo

Cuando me quedo solo pienso que

mis paraísos imperdibles son

mi madre repartiendo la merienda;

mi padre regresando por la noche

del trabajo con su achacoso taxi;

mi hermano Marcelino alzado a hombros

por una multitud tras un partido

en que el Arcense goléo al Xerez;

el día en que besé por vez primera

a la hija del teniente de mi pueblo;

los otros en que nacieron mis hijos

y mi nieto Manuel, luz de diciembre

y de enero- más rey que el Niño Dios

y mucho más que los Reyes de Oriente-

cuando vienen a vernos desde el Sur

su padre y Violeta y de infantiles

que somos sus abuelos, él es menos niño;

don Manuel, el maestro que me enseñó a soñar

leyéndome Platero y Don Quijote;

el verbo de Rosales, sus silencios didácticos;

un mano a mano de luz con Alberti

y otro con Jorge Luis el memorioso;

siempre, siempre, siempre que volví a Arcos

y se llenaron mis ojos de lágrimas

o de emoción enmascarada;

los amigos que habitan lo que escribo

sobre ellos porque así me multiplican;

la luna familiar cuando está navideña

sobre el castillo, sobre el Guadalete,

el amor a unas calles que prospera…

Por ejemplo.  Y otras eternidades

que, dormidas, despiertan y se abrazan

conmigo.

 

 

 

Psicología popular

 

La echadora de cartas argentina

las barajó igual que si amasara

mis sueños.  Cuando acabó de hacerlo

miró hacia el cielo como si rogara

por mí, en contra del destino,

como si el cielo pudiera burlarlo.

El día estaba soberanamente azul,

pero las nubes se confabulaban

en los naipes adversarios.  De súbito

la argentina salió de sus conjuros

que habían congregado, aspaventosa,

a algunos niños expectantes.

Debieron de inspirarla

y buscó mi niñez. Me dijo

que había sido rubio e infeliz,

mal estudiante y que, muy pronto,

en cuanto tuve uso de razón,

me alejé de mi mundo

sin dar un paso, a lomos de mis sueños,

entre mis pesadillas,

y que en ellos refugiado seguía,

y que arreciaba la tormenta.

La echadora había acertado

a la redonda, plenamente.

Llevaba un libro de Neruda

entre mis manos.

Y no le pasó desapercibido

Tras la minuta de seis euros,

supe también que era poeta

pues me quiso vender un libro suyo

la echadora de cartas argentina.

 

 

 

Anónimo veneciano

 

Para qué congregar palabras

y palabras, en cabildo reunirlas,

llamarlas a concilio porque son admirables,

meter en cofradía arcaduz, gondolero,

arquivolta, voltaico,

abacial, rondaflor, sobrepelliz,

para qué repetir lo que otros

ya han dicho: que es la ciudad más bella

del mundo, que, como ella, no hay ninguna

que es el marco ideal para el amor,

que canta el agua en coro con el cielo

y con los monumentos, para qué repetir

que allí fuimos felices hasta el punto

que lamenté no ser unos de los novísimos

para ofrecer el collar de las plazas

en plata helada de sus versos

modernistas, citar a Thomas Mann,

hablar de Veronés, de Tintoretto, Tiépolo

en mis poemas, subir al campanil

y descubrirte el alma tiritando,

silbar el sobresalto que es Vivaldi,

para qué si después Florinda Bolkan

no es capaz de frenar la muerte de Musante,

esas cosas, ya sabes, la vida que se va,

el amor que se va

y se queda quejándose apenas

en contra del temblor maravilloso

de su mejor momento, o la frase

de Humphrey e Ingrid Bergman,

para qué si aquel sueño se cumplió

para desbaratarse, si aquellos versos decadentes

ya no son lo que fueron,

no sé si en ocasiones salpicando

su hermosura de entonces aún

como Venecia, la que siempre

nos quedará… cada vez más hundida.

 

 

 

El Éxito

 

Yo, más voraz que nadie,

más ambicioso, más

pleno de avaricia,

he logrado, por fin,

tras tantas y tantas derrotas

insignificantes, el éxito

definitivo.

Consiste en poder

jugar con los nietos,

promover su sorpresa,

sin ahorro cantarles:

 

Juan Ramón tiene un burrito

con el que juegan los ángeles

del cielo de Puerto Rico.

 

Y se le cae la baba

al poeta de Moguer

por el corazón y el alma

sin querer reconocer

que es más niño que en su infancia.

 

Como es tan caprichoso,

de repente, en su Platero,

por el cielo de Borinquen

pasea a los niños buenos.

 

Y a los niños malos dice:

“Ya veremos, ya veremos…”

 

Desde el cielo de Borinquen.

 

 

 

Amigos

 

Toda la casa llena de ellos,

un torero, una comparsa,

unas brujas, una pareja

mirando el mar…Son

sesenta, setenta cuadros

que llena de amor sus paredes,

de amor que costó sangre

hasta la plenitud.

Como la luz del día

ya son imprescindibles cuando

lo que iluminan es la noche

oscura, sin piedad del mundo.

Traen una novedad antigua:

El milagro probable,

lo detenido en movimiento,

lo oculto en cueros vivos.

Y están armados con una rosa.

 

 

 

Ir a Granada

 

En el Cementerio Marino de Séte,

al pie de la tumba de Paul Valéry,

se citan hombres y mujeres

ancianos y niños, para leer

sus versos claros de fuente fría.

Sobre el nombre de Antonio Machado,

en Colliure, se posan flores

frescas como sus versos.

Quisiera ir a Granada

y callar largamente

frente a una lápida de Federico

sabiendo que él me escucha

y sabe que me sé

su poesía de ángel expulsado,

que su fuego conozco de memoria.

Rezar después por la belleza,

porque no se marchite su misterio

de gruta en la que agita un manantial,

la paradoja de su tiranía,

su bondad despiadada.

Poder besar el mármol finalmente.

 

Antonio Hernández (España, 1943). Poeta y escritor español. Estudió Pedagogía y Antropología, siendo conocido principalmente por su obra poética, aunque ... LEER MÁS DEL AUTOR