Se partirá en dos el pan de tu memoria
NUEVAS VOCES DE LA ARGENTINA
Por Luis Benítez
La poética de Aníbal Costilla, de fuerte raigambre existencial, atiende a la expresión muy depurada de los temas básicos de todo texto del género – vida/muerte, la factibilidad y la certidumbre, la belleza y la creación-, así como a aspectos de lo real contemporáneo con no menos acabada factura de lo formal: la caída en desgracia de los valores humanísticos, la eliminación de la naturaleza como producto del lucro de unos pocos, el desasosiego que forma parte del sentir comunitario e individual en todo tiempo y lugar. Es de destacar el afilado tratamiento que Costilla, una de las voces argentinas más destacadas de las últimas décadas, imprime a sus creaciones, logrando un marcado equilibrio y complementariedad entre forma y sentido verso tras verso.
Luis Benítez
POEMAS DE ANÍBAL COSTILLA
CUANDO TE LLAME
Oh Señor, apaga de mi corazón
esta quemadura.
Que la fuerza de mi espíritu
tuerza el cuello del toro
hasta que su boca gotee a la sombra
el abismo de la sangre.
Ah Silencioso, avanza con tu ejército,
rodea las murallas,
rompe las piedras en las manos del enemigo.
Cuando yo te llame, háblame,
dedícame tus palabras,
olvida todos mis pecados,
haber estado solo
y esperar ver en los otros los caminos
que me llevan hasta mí.
Oh Señor, no maldigas mi raza
si averiguo demasiado,
sólo sé estar en tu silencio,
hundido en preguntas,
amansado por el freno ardiente,
rota mi boca, rota mi lengua,
ampollada de tanto tironear lo impuro.
Oh Silencioso, ya no preguntaré,
rodearé de miradas la espesura de la sombra,
abriré un camino,
iré esparciendo mis pedazos,
las escamas de la luna
volarán en las crecientes del río,
abriré un camino
hasta el niño que me espera.
Oh Señor, este que ves aquí, arrodillado,
este soy:
golpeo las manos
sobre la corteza del alma.
TU SANGRE SE MOVERÁ
Movido por una luz
tus pies huirán como peces estremecidos
tus manos se estirarán
en tu vacío
en tu mar impredecible y breve
y su deseo
intentará cubrir su cuerpo con la turbia luz de la luna
besar sus labios salitrosos de sueños
no distinguirá tu boca
el vértigo de los sabores del conocimiento
se partirá en dos el pan de tu memoria
te hundirá en la corriente velocísima
de la existencia
cuando vuelvas a respirar
recién nacido
habrás olvidado todo
UN REFUGIO
¿En qué rincón
aguarda reunir sus astillas
fundirse en su luz
nuestra alma
presa en este insomnio de colores?
No se mueve el misterio
si nuestros pies
no impulsan el infinito hacia el camino
tu sed es una laguna
que espeja tu anhelo más profundo
de esa hondura nacerá tu voz
el amor que se estira en los brazos de tu madre
la tarde en que te harán dichoso
el conocimiento de tu muerte
la madera que canta mientras la luz lunar
chispea sobre las sombras
tus días tendrán la música
las aguas aéreas de tu alma
prometieron un amanecer de favores
el don de lo que permanece
lo no hundido en el polvo repetido de la vida
tendrás que aprender a mirar
recogerás un día
la ponzoña que destruye la máscara
de aquello que creíste ver.
CARAS DEL AMOR
Aquí falta el amor.
Los perros callejeros
cruzan delante de los vehículos
pero si los chocan no mueren,
resisten,
como la luz velada
por las plumas sangrantes del verano
cuando no hay lluvias
y todo parece a punto de estallar.
En las plazas
los colores vomitan aceite y caramelo.
Las hamacas se mecen,
la risa de los vendedores
vierte gotas de azúcar,
alas que la siesta endulza.
Las madres jóvenes se rascan el vientre
en señal de languidez
y en el centro del escenario se revuelca un niño
con aspecto de flor herrumbrada,
polvo que muge el viento.
Aquí faltan ancianas,
y a los domingos le sobran minutos.
Ellas sabían predecir el futuro
con sus caras devotas:
era un tiempo para todos. Se podía vivir,
no existían aún los espejos,
el tiempo era un metal sin llamas.
Los adolescentes demoraban promesas
hasta las próximas vacaciones.
Definitivamente,
aquí falta el amor:
desde aquí puedo ver cómo se pudre la tarde,
su cadáver es un perro destripado en la cuneta,
allí seguirá todavía,
hasta que los gusanos críen pelusas
sobre el pavimento.
Pero, ¿qué nos conforma?:
por las noches, cuando el hambre de amor
asciende hasta la garganta
el humo de los desperdicios
ensombrece la mirada
y lo que refleja cuando las cosas callan.
Nada hay aquí,
sin embargo, no se puede morder la cáscara
de la manzana podrida,
adentro hay un corazón sucio,
empuja los hedores
con la nostalgia nutricia de la carne
del llanto primero.
Falta la luz,
las calles aúllan a una luna
que no puede ver.
LA LUZ DERRAMADA
He visto cómo los grises y los verdes del día
batallaban, encarnizados, debajo del cielo.
La quietud de las noches
restituía las energías; oh el amor y el equilibrio…
He visto la verde espalda del monte
golpeada por la piedra del fuego.
El dolor y su víbora de cenizas
derramaron en los cuencos carcomidos
el fuego que la sangre deshizo.
He visto los ojos azorados del escuerzo
bajo los horcones donde dormía el prójimo,
las manos ampolladas por el trabajo del tiempo,
postrada su esperanza, como un tronco
invadido por gusanos.
He visto la sombra anaranjada de la luna
treparse a los rostros de los cerros
abiertos como acequias, como si volviese de una alucinación
movía las manos a lo lejos, hacía señales de aviones,
humo rectilíneo, y bajaba
en una cicatriz femenina para teñir el río.
He visto los campos arados, la desprolija
ausencia de árboles, el viento levantó
crines amarillas como lenguas de paja,
los terrones agonizaron
esperando la sed de las semillas
y el cuervo, amargo soñador
de un tribunal de osamentas,
apuntó sus ojos con la atención
de aquel que demora en gatillar.
He visto la putrefacción y el nacimiento
repentinos, la paciencia de la hormiga
arrastrando hojas picadas
para amasar el alimento
antes de la amenaza de las lluvias.
He visto erigirse en medio de la arena
grandes Babeles,
miles y miles de siervos desfilaron
por el borde de las empalizadas,
portaban carteles incendiados, bebés que mordían
la teta de una infancia sin palabras.
He visto al gualo mirar en una sola dirección,
se arrastraba, borraba
sus huellas en la arena.
El puma bebía del tajo de la presa
levantaba sus ojos,
a nadie le agradeció su grito saciado.
He visto el final de la estación
horrorosa,
el cielo se cerró como una inflorescencia
para madurar en su interior
la semilla del nuevo origen,
mi mano hendió el barro que cubría la ponzoña.
Pude seguir mirando, dije,
me amparaba la belleza de los nacimientos,
sin embargo, existen tantas artimañas
para resguardar un corazón.
BLANCO DISCO DE LA LUNA
Con estas manos que produjeron el pan
compartido en otras manos,
un regalo destinado a todos
y a nadie,
tracé un mapa para regresar
a la madrugada que aún latía en mi boca.
Sólo el disco blanco de la luna,
como un cartón iluminado
desde abajo, me guio
por entre los segmentos impacientes
de los caminos.
Después que el alba
pudo volver a respirar,
el sol enmudeció el ladrido
de los perros,
el asfalto rugió
a la distancia.
Asomado al vértigo del día
me arrojé al camino,
con nada en las manos,
los ojos radiantes.