Presentamos algunos textos del renombrado autor español.
Ángel González
Entonces
Entonces,
en los atardeceres de verano,
el viento
traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo
y a hierba susurrante como un río
que entraba con su canto y con su aroma
en las riberas pálidas del sueño.
Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente en la distancia:
ya ayer va susurrante como un río
llevando lo soñado aguas abajo,
hacia la blanca orilla del olvido.
Sonata para violín solo
(Juan Sebastián Bach)
Como la mano pura que graba en las paredes
mensajes obsesivos de amor,
sueños cifrados,
así
la trayectoria cruel de este cuchillo
me está marcando el alma.
Mas su caligrafía no es oscura
ni inocente:
bien claro deletrea
la obscenidad del tiempo, sus siniestros
designios.
¡Qué desgracia!
Ahora,
cuando salga a la calle,
cualquiera
podrá ver en mi rostro
–lo mismo que en las piedras profanadas
de un viejo templo en ruinas–
los nombres, los deseos, las fechas que componen
–abandonado todo a la intemperie–
el confuso perfil de un sueño roto,
el símbolo roído de una yerta esperanza.
A veces, en octubre, es lo que pasa…
A veces, en octubre, es lo que pasa…
Cuando nada sucede,
y el verano se ha ido,
y las hojas comienzan a caer de los árboles,
y el frío oxida el borde de los ríos
y hace más lento el curso de las aguas;
cuando el cielo parece un mar violento,
y los pájaros cambian de paisaje,
y las palabras se oyen cada vez más lejanas,
como susurros que dispersa el viento;
entonces,
ya se sabe,
es lo que pasa:
esas hojas, los pájaros, las nubes,
las palabras dispersas y los ríos,
nos llenan de inquietud súbitamente
y de desesperanza.
No busquéis el motivo en vuestros corazones.
Tan sólo es lo que dije:
lo que pasa.
A la poesía
Ya se dijeron las cosas más oscuras.
También las más brillantes.
Ya se enlazaron las palabras como
cabellos, seda y oro en una misma trenza
–adorno de tu espalda transparente–.
Ahora,
tan bella como estás,
recién peinada,
quiero tomar de ti lo que más amo.
Quiero tomarte
–aunque soy viejo y pobre–
no el oro ni la seda:
tan sólo el simple, el fresco, el puro
(apasionadamente), el perfumado,
el leve (airadamente), el suave pelo.
Y sacarte a las calles,
despeinada,
ondulando en el viento
–libre, suelto, a su aire–
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.