Desierto Rumor
Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone.
ITALO CALVINO
DESIERTO RUMOR
Padre, madre, ya tengo el peso de un hombre.
Aquí es el puerto del primer día,
no escojan alimento para mí,
no vigilen mis pasos,
ya he desembarcado en mí,
soy solo.
Denme una hoja de eucalipto para el viaje,
un impreciso pronóstico del tiempo
la brújula quebrada que sólo marca norte,
un mendrugo de pan.
Desmantelen la habitación en que crecí,
abran fuego en la noche con mis mantas,
otórguenme el don del despojo.
De ser posible,
un momentáneo olvido.
Dispuesto estoy para partir.
No ostento
otro peso que el nombre.
RAÍZ
Estoy de acuerdo con ellos,
es mejor que no vayas.
Rumbo adentro,
allá en lo yermo,
te espera un valle sembrado de murmullos.
Allí lo negro recrudece negro
y la noche es lo que cruje
al compás de todos los sonidos
menos uno:
agua.
Atiende, soy padre,
raíz añeja y testadura,
de esas que se aferran al cemento
y a la costra reseca de otros árboles.
No vayas.
TORMENTA
Ni la estepa, ni el baldío,
ni el alud de viento que se agranda en la espesura
son labor del despojo.
Hay vacío aquí
pero nada de esto
lo ha perdido el hombre.
En sus pardas lejanías
el desierto es manso.
Y ahora, como antes, mis paisajes,
poderosos tumultos de lo derribado,
son la garra de lo vivo.
La farragosa neblina
alcanza mi ventana,
el desierto se revuelve sobre sí
enorme y pedregoso,
pero mínimo.
El avizor rugido de tormenta
es calma,
pues todo el mundo sabe
que hay pavor en el silencio.
Por la mañana cosechamos luz,
accidentales beduinos en las noches
contra el frío vertemos
cántaros de resplandor petrificado.
Y no tenemos más preguntas
para la esperanza
que la que eleva el desierto
cuando recrudece
en el árbol solitario.
EN LAS PRADERAS DEL FIN DEL MUNDO
Los que hablan de cosechas,
como de lánguidas apariciones,
entre torres de polvo y bruma
distinguen maizales de fuego.
Entre saguaros erguidos,
que al azul saludan como hermanos,
extienden su feroz quejido
que pide al desierto que no los vea.
Las recámaras de cielo desecado,
templado por ceniza y cal,
invocan el amparo del árbol
cuya savia es una roca dura.
En las praderas del fin del mundo,
de las láminas ajadas de los cuerpos,
se desclavan, una a una, las partículas de polvo
que engulle el viejo sol, único dios íntegro.
LECHO
Dímelo a mí,
que vengo del fondo de ese río
cuyo caudal
es un cúmulo de piedras.
VISIÓN
Casi todo era escombros,
árboles enanos,
piedra que nació quebrada
como si este fuera
el predio en que arrojaron
la pedriza que sobró después de hacer el mundo.
Esqueletos de barcos y ballenas
soplando en el costado de todo lo que vive.
De este lado, madre,
no envío misivas que incluyan mi apellido,
—no lo preciso—
me he hecho uno con él,
y los que tienen temor de pronunciarlo me llaman “aquel”,
uno cuyo nombre es su rostro.
NOTICIAS DEL ABISMO
Madre, padre,
al cruzar la espesura de vacío queda una cumbre,
hasta allí he subido
para traerles noticias del abismo.
Abran el pórtico,
díganle a ella que en la verja me reciba,
y trozo a trozo me desprenda de las botas
el rastro de cantera,
el polvo de animales muertos
que sin querer he arrastrado hasta su casa.
Traigo noticias del abismo
acéptenme el don de lejanía,
la malherida pureza de esta ofrenda,
el racimo en que perviven
las negras raíces
de todos los árboles
que faltan en el mundo.