Salvamento de hormigas
Retrato del dibujante
Dile a ese niño
que se asoma al abismo del tiempo
y dibuja las risas desde el horizonte sigiloso
de los mapas,
a ese pequeño inventor
de los trazos y sus gestas,
que señala las ciudades
con alfileres y chinchetas;
dile que su vida será como imagina
y que hará de su anhelo
un universo propio.
Dile que tendrá el don de los espejos
y que podrá atravesarlos
sin temor a esas sombras
con colmillos que borran sus reflejos.
Dile que será libre,
que podrá bucear
el fondo de los mares
y escuchar los latidos
de las grandes ballenas.
Dile a ese niño
que aquellos ejércitos de hormigas
que peleaban delante de sus ojos
llegaron a un acuerdo
y firmaron la paz,
y están tranquilas.
Ya crecieron los árboles
de su primer bosque,
ya despertaron
los personajes que lo habitaban,
ya se encontró a sí mismo sin saberlo,
ya se acercó a observarse,
ya creyó que ese viejo gigante barbudo
era el dios de las montañas,
el gran rey de las rocas de su infancia
donde sus ojos esculpieron las formas
y se volvieron dibujos.
El despertar de Han Solo
Desdibujas las rutas
obligadas de los mapas
y te inventas atajos
en un laberinto
de dientes afilados
y de bocas inmensas
con piel de meteorito.
El tiempo en una nave
se transforma en kilómetros
y la vejez no existe,
solo el trazo impreciso
de la vida
recorriendo galaxias.
Han puesto precio a tu cabeza
pero a ti no te importa,
los besos de princesa
te sacarán del fondo venenoso
de un mal sueño.
El espacio vestido de abandono
se parece al desierto
de una orfandad amarga
que siempre has masticado.
Cada lugar que habitas
se llena de promesas
y el Halcón Milenario
es una alfombra mágica
que busca en el ocaso
los surcos que dejaron
las risas de los niños
que juegan a imitarte.
Despertarás, Han Solo,
convertido en un hombre diminuto
en un mundo de gigantes,
sin un mar ni una balsa
donde poder ser náufrago mil veces.
Despertarás envuelto
en un plástico duro
como el caparazón de los insectos
y sentirás unas manos inmensas
moviéndote los brazos y las piernas.
Los besos de princesa
son saliva de niño
escupiendo disparos
de tu pistola láser.
Contrabandista
de granos de arroz y de lentejas,
despertarás con ganas
de quedarte dormido para siempre
pero tendrás que conformarte
con el abismo de las noches
enterrado debajo de una almohada.
Perdedores
Perdedores, este desierto es un espejismo
por donde la luz de los sueños
va filtrando extrañas sensaciones,
soplos de viento que a veces se confunden
con la vida anhelada de los vaqueros solitarios.
Este lugar es el que eligieron los legendarios pioneros
que creían en Dios a su manera, por eso forjaron el oeste
con lentos carromatos y familias resignadas,
caminos llenos de piedras, rutas que luego se abrirían
a las veloces diligencias y a los trenes de vapor.
Horizonte de aves carroñeras y graznidos,
remolino de polvo, ladridos que hacen eco,
cansancio que relincha y se siente desgraciado
y se moja los labios en el abrevadero
y nota las espuelas clavarse en el costado.
Perdedores que compartís la derrota,
esa señal de vuestra estirpe que siempre os encarcela,
ese abismo de ingenuidad malvada, de celos acuchillados
y ataques grises de ira sin sentido que os convierten
en serpiente de cascabel temblando sobre la tierra.
Vuestras armas se encasquillan, vuestros planes se desbaratan;
el infinito es polvo seco de fracaso,
la vida un desaliento rabioso parecido a las pataletas infantiles,
que a veces explosionan con gritos y llantinas
cuando ya está todo perdido.
La escenografía desgraciada de los niños que quieren
complacer a su madre, demostrar que son hombres
con alma de bandidos;
demostrar que podrían llevarse todo el oro de los bancos,
para luego esconderlo en un lugar secreto.
Decorados de cartón piedra
para los hermanos malos que son crédulos
y quieren ser invencibles gigantes
y creen en los poderes de la magia invisible
que habita en un simple sombrero.
Hermanos fracasados que mastican derrotas
pero no se arrepienten ni se cansan,
y están siempre tramando ese golpe maestro,
impregnado en un sueño con pésimas ideas
y errores repetidos como una melodía de días circulares.
Despedida
Decirle adiós a la oficina
sobre la niebla densa
de las montañas.
A las horas que inventaron
la dicha de ser
una apasionada de la literatura,
del fútbol, de las colecciones
de secretos y cosas diminutas.
A la estela de los grandes trofeos,
las cajetillas de fósforos, los bastones,
las perchas, los abanicos y las peinetas.
Decirle adiós al recorrido
de la bicicleta eléctrica
que simula el pedaleo
en los tramos en cuesta.
Al susurro vertical
del asfalto húmedo
en los deshielos matutinos.
A los cuadros, a las esculturas,
a la invención de las teorías y los tratados
que explican
la naturaleza creativa
del gesto misericordioso
del académico
que promete cuidar
el pulso de los libros
y acaricia sus lomos
con ternura y nostalgia.
Decirle adiós a la rutina
de los compromisos banales,
a la gestión desbordada
que germina en encuentros
y ratos luminosos.
A la vida que evoca las metáforas,
y se mira en el espejo de los siglos,
y encuentra su lugar
en el reflejo de todo lo que ama.
Diario de navegación
Quedaban muy pocos árboles vivos
en algunas zonas montañosas
donde el musgo
todavía les daba aliento,
era la energía del verdor
de los líquenes antiguos
que respiraban humedad y deseo.
Todo era ya escaso
en el árido paisaje
que heredamos de los hombres.
Fue el extraño regalo
de un planeta oscuro,
lleno de huesos
y ruinas carcomidas
por la lluvia ácida.
Dicen que fueron
nuestros antepasados,
que compartimos un tiempo
intergaláctico.
El lenguaje de las cosas
se parecía al zumbido
de aquellas viejas máquinas
que se posaron en nuestro planeta.
Buscaban el oxígeno perdido,
la luz cálida sobre el agua
que alimenta a la vida más simple,
al núcleo de las células
que se rompen en dos y luego crecen,
evolucionan y se transforman
en organismos complejos.
-Ana Merino
Salvamento de hormigas
Colección Visor de Poesía
España, 2022