Ana Lissardy

Sílice y otros poemas

 

 

 

 

 

Sílice

 

Viajo por la carretera, penetrando valles,

cerros de tierra, dunas.

Manejo concentrada en las curvas, subidas, bajadas.

Y cada nuevo cartel que pide girar el volante

es una tentación a rebelarme, mantenerlo firme,

salirme de la ruta.

Amanece y no quisiera.

Necesito romperme antes de la luz del día.

Patear las estacas del palafito,

venirme abajo,

ser barro diluyéndome en el río.

Pero soy piedra que se hunde,

no se rompe.

Cuarzo, sílice,

grano de arena,

y esa fortaleza es todo lo que me derrumba.

 

Otra curva,

el volante gira.

Sílice.

Y ya cuando el cielo deja de ser negro

y los faros de iluminar la ruta,

ya cuando el violeta oscuro, todavía oscuro, recorre el cielo,

siento un coágulo de agua que me atraviesa.

 

Parir un pensamiento es romperse un poco.

 

 

 

 

(“por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado”.
Federico García Lorca).

 

Matarte a vos fue matar

gorriones en sus nidos,

fue sentir el crujido de un

caracol al aplastarse.

Matarte a vos fue llenar

de remolinos y corrientes

al caballo de mar,

empujarlo al surco

de una bala en el río.

 

Matarte a vos fue

perforar recuerdos de sol

y de rincones tibios.

Matarte a vos fue

acompañar a la paloma

en su vuelo contra el vidrio,

y fue poner vidrios

a todos los paisajes.

 

Lo sé porque de mí

también algo así mataron.

Me limpiaron de gorriones,

me vaciaron de caballos,

de paisajes y de ramas.

Y tampoco hay una rosa,

una nota, un recuerdo,

solo un barranco de piedra

al borde de los días.

Matarte a vos fue matar

al gorrión con una mano.

 

Todos llevamos un Lorca

dentro nuestro.

 

 

 

 

Siento la ira, la ira, la ira,

quiero perforar

―la ira, la ira―

perforar los cuerpos

celestes la ira, destruir

los campos ―celestes―

tan falsos, mentiros,

corruptibles. La ira, la ira,

la ira en el borde de la boca

sin poder salir, nunca sin poder salir.

Celestes perforan bocas

ira, silencio muerte,

o hablar o morir

carcomida por la ira

silenciosa que va corroyendo todo

celeste naranja de herrumbre

la ira que no puede decirse,

sentirse, confesarse, la ira que

está vedada porque

fuiste niña y sos mujer y

te dijeron que ciertas cosas

no se deben decir, sentir,

la ira no se dice,

se esconde celeste

en la boca, explotada boca

sin poder decir. Lo que te hicieron

sin poder decir

cuando te dieron

[celeste, en la boca, shshsh]

Cuando te dijeron cuerpos celestes

la ira escondida, herrumbre

que empieza a salir de tu piel

porque no podés señalar

[no podés apuntarme a mí, shshsh]

Entonces aprendiste a apuntar hacia vos.

 

¿Y qué hago con esta rabia,

con la herrumbre?

Quiero perforar cuerpos celestes.

Herrumbre,

boca que explota para dentro

y te vacía el interior.

[sh sh sh sh. No vayas a decir]

porque falsos siempre supieron ocultarse

en su piel cuerpo celeste,

sonreír, porque la ira la guardaban para vos.

Para dejarte con una bola de fuego en la boca

sin poder sentir, hablar, increpar.

¿Y qué hago con esta rabia,

con la herrumbre?

Quiero perforar cuerpos celestes.

Mientras ellos tan compuestos,

el golpe guardado en sus puños,

la herrumbre, cuerpo celeste que

guardaban para vos,

para ponerte en la boca,

explotarlo y pedirte shshsh.

Porque ―shshsh― fuiste niña

naranja celeste y no podés decir,

ni ira, ni rabia, ni terror,

dos trenzas y la boca explotada,

pero dos trenzas, ¿eh?

y que nadie vea la sangre en los dientes,

los cuerpos herrumbrados

saliendo de tu boca.

No los vayas a escupir,

a soltar, no, shshsh,

fuiste niña, sos mujer,

no, la ira no.

La ira solo puede serte

un campo oxidado por dentro,

y por fuera shshsh,

las dos trenzas, la sonrisa,

el vestido de volados

que por suerte es blanco

y esconde el otro blanco,

la mancha, el cuerpo celeste,

naranja, la ira,

en el borde de la boca la ira.

Y tragar.

 

 

 

 

Instrucciones

 

No querrás tenerlo. Y no entenderás por qué

nadie podrá entender que no lo querrás tener.

Nadie habitará tu cuerpo hueco,

excavado, vacío.

Ni esa célula que te nacerá sabiendo que va a morir.

Una pastilla, el dolor en el vientre,

quebrarás tu cuerpo antes de llegar a la cama.

Una mano en el acolchado, cerrada, en puño,

y el cuerpo plegado en dos

a un lado, cada vez más cerca del piso.

 

Parir un duelo es perderte un poco. Vida y muerte

se tejerán en un acto de expulsión.

La sangre te saldrá sucia, enturbiecida por pedazos

de algo que no se sabrá si sos vos o alguien más.

Lanzarás un grito hueco junto a la cama;

otra fibra que bajará y doblará tu cuerpo en dos.

Duelarás un feto no nacido ni feto

un grumo de células mal cosidas

ya no soportarás el dolor

que quebrará tu cuello y tu cabeza caerá contra tu pecho;

sin darte cuenta, completarás la posición fetal.

Te plegarás como un feto

junto a la cama que nunca lo contendrá.

 

Pensarás en la célula primera y llorarás

porque no habrá hijo para vos.

Así lo quisiste ―no te arrepientas,

repito, no te vayas a arrepentir―

Esa célula será tu única hija y

la expulsarás entre sangres sucias,

en un parto que no se sabe cuánto durará.

¿Parto? ¿Dirás parto?

Aborto, aborto, aborto.

Querrás dejar de sangrar

y que esa célula deje de una vez de llorar.

 

 

 

 

Tengo ganas de llorar gotas de glaciar.

De quemar mis ojos en un eclipse

y pudrirme desde dentro

como una cebolla.

Los solsticios no nos salvarán.

Los eclipses no nos salvarán.

Cuánto hace que se descongelaron

los glaciares.

 

Ana Lissardy Es narradora, poeta, periodista y editora uruguaya. Licenciada en Letras (Università degli Studi di Udine, Italia) y magíster en Cine (Uni ... LEER MÁS DEL AUTOR