Un silencio
(Traducción al español de Jeannette Clariond)
Un silencio
antiguo parentesco o género
lo que trasciende al entonar los cantos
lo oculto
la infinitesimal
línea de error
una ilimitada
interioridad
más allá del tapiz
del unicornio la doncella
(por el hombre creada por gusanos devorada)
Dios en su cadera
incipiente
sin transfigurar
algodonados
jacinto y prímula
crece silvestre una fresa
desazón terrores nocturnos
desvanecida luz terrena
sobrenatural mascarada
(seremos transformados)
se abre un silencio
***
el criador de larvas
desnudo velludo voraz
inventando desde dentro
de sí
la cruda sustancia
de un hilo sostenida
se rinde
tras la máscara
la nata trémula
tendón gelatinoso
rígido transitorio
avaricia en la reinversión
***
hemos dado un
nombre (revelación
kif nirvana
síncope) a
cualquier gracia
no solicitada
que hace nacer
torrentes
fijaciones
reencarnaciones
de ángeles
Joseph Smith
tolerando
el martirio
una profunda
contrición gobierna
a los charlatanes-fundadores
allí encontraron
el amor infinito
de Dios
y experimentaron
(George Fox
uno de ellos)
grandes revelaciones
Monumento a los caídos
Tláloc, dios de la lluvia, ávido de sangre;
el dios de la guerra, colibrí de la legión
de Huitzilopochtli, el insensato botín
de un hambre voraz, atroz, aún agita
la sala de pesadillas del museo, donde
Asur el guerrero y Marduk, parten
para poner en orden el mundo,
yacen juntos donde dunas y ventiscas
de antiguos caracteres cuneiformes comienzan
a moverse en los bajorrelieves del terror,
como una extendida cicatriz, la negra herida
de la memoria, cruda, sin embalsamar,
aquellas ventiscas de origami a sus pies:
rastrear las huellas es reabrir el tramo
que George Fox, obligado en Lichfield
a quitarse los zapatos, caminó descalzo
hacia —el canal de la sangre de quienes
habían caído—. ¿Para qué? ¿Puede alguien decirlo?
En Muker, al norte de Swaledale
Estar mojado significaba estar cautivo, sin empleo, con hambre. Estar seco
implicaba ser libre, laborioso, ameno. Esta fue la lección de la célula que se ahogaba.
Simon Schama, La vergüenza de los ricos
El granjero, con su cántaro de leche,
se toma un descanso, la lluvia cae
puliendo los tejados
que alza el viento, rozando
el montón de chimeneas
sin ningún plan o pauta,
tan solo haberse rendido,
uno tras el otro, como ovejas
en la cima del páramo, amurallado,
un albergue incómodo:
así le parece a quien llega,
criado en el campo, un extranjero
para recorrer las huellas solitarias,
dormir temprano y desde el descanso
rural, los sueños frenéticos
como torbellino en Muker Beck,
entrarán por la garganta del río Swale:
oscura turba en avalancha, cada hora
enardecida bajo el trenzado
bullicio metálico de la lluvia
cayendo otra vez: y al gotear
la humedad densa, escurre
bajo la ondulada piedra caliza
(los aldeanos suelen llamarlas
tinajas para la mantequilla) que
ampollan sus manos rumbo a Askrigg,
torpes, mudas, pequeñitas gotas,
trinos de pájaro al oscurecer,
filtraciones onduladas en los
helechos de tallos rojizos,
sin edad, como balido de oveja,
o zumbidos, el seseo de
los siglos. Misterioso, el solitario
frailecillo, la dedalera cerca
de la corriente, campánulas bordean
el camino, el mulo es de raza Swaledale,
sus ojos claros, derribado
al acercarse al llamado,
el grito del pastor (¡Adentro,
adentro, adentro, so brutos!),
el perrito ovejero se afana en hacer
aquello para lo que fue criado, todo extraño
—incluso la vestimenta al estilo tejano del
cuasicaballeresco granjero y los Wellingtons—: es solo
la cubeta de leche lo que me invita a regresar,
un olor matriarcal en todo esto,
tibio desde la ubre; hasta la pila
del estiércol, granero y poste,
hedor de forraje en los silos, verde
lama en el abrevadero,
todo el año el húmedo olor de las paredes
en las viejas granjas; bombear, fregar,
la cisterna, el agua hedionda de los marranos,
el bacín, la interminable madeja
descolorida del moho.
Bien, eso ha cambiado. Dentro
los escalofríos permiten (aun aquí
donde la calefacción es central)
el lujo floreado de pared a pared,
el falso crepitar del fuego, el incesante
farfulleo de la televisión; para este
anhelado confort que aspira a
convertirse en no más que
todos o casi todos,
dentro de la mayoría, o casi la entera mayoría,
los iconos de nuestra existencia
subrogada que vive en el presente. Piensa,
entonces, en ese que ronda los lluviosos
desiertos de su región,
el que nunca trae sosiego
George Fox, enemigo cruento de
la vida fácil, de las casas
encumbradas, devastadas por la sequía,
familiarizado con el olor
del ser humano en su estado natural,
un prisionero, con el excremento
hasta los tobillos, vislumbra
más allá de estos elementos,
una lluvia celestial desciende,
aspirada hacia el fuego puro.
-Harold Bloom
La escuela de Wallace Stevens
Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea
Edición, traducción y notas de Jeannette Clariond
Vaso roto ediciones
España-México, 2011
https://emea.vasoroto.com/products/la-escuela-de-wallace-stevens