Álvaro Galán Castro

Plenitud y vacío

 

 

 

 

LEIBNIZIANA

 

Cada no mucho tiempo me preguntas,

con una exactitud casi inquietante:

—Papá, ¿por qué existimos?, ¿por qué no no existimos?,

¿por qué en lugar de nada hay algo, apenas

algo así diminuto como el mundo,

a la vez tan pequeño e insondable?

 

Y yo,

que no tengo respuesta para esto

ni para otros asuntos también muy principales

—el amor y la muerte, la inestable distancia

que separa lo justo de lo injusto,

el origen del mal, sus rendimientos—,

y yo quisiera ser

un héroe cultural, ladrón del fuego

para ti, mi escuchita, un bodhisattva

señalando la luna con un dedo

de luz y de acertijo,

más allá de la vana enciclopedia,

más allá de Voltaire y de su bilis,

para ti ser un cándido derviche

de vuelta del viaje a las estrellas.

 

Pourquoi y a-t-il quelque chose plutôt que rien ?

Porquoi il n’y a pas rien ?

 

Yo, que siempre ando a tientas y voy siempre

pisando la dudosa luz del día,

prefiero no mentirte y te respondo

lo que dicen los héroes y los sabios,

lo que canta el poeta,

lo que callan el buda y el derviche,

porque tú sola escojas de todas las respuestas

la que más le convenga a tu zozobra.

Y añado: «yo no sé con cuál de ellas quedarme».

 

A veces, además, me saco del bolsillo

la pluma de un gorrión,

la concha de una lapa que el mar haya lavado

hasta el último nácar, transparente

y fina como el aire, el esqueleto

de un erizo de mar,

la cápsula aún viscosa de un azahar de China

o un grano de mostaza

y te lo muestro.

Todas estas pequeñas y frágiles nonadas

o mónadas desnudas en cambio permanente,

Kunstformen der Natur para que nunca

olvides la presencia, la extrañeza

de estar aquí y ahora en este mundo,

el mejor de los mundos imposibles.

 

Y riego con amor esa semilla

que te crece del alma hasta el cerebro

lenta como un coral y tan expuesta.

Porque en esas preguntas inquietantes

está la poesía que ha sido y que aún no ha sido

y ya sé que no soy un padre muy sensato.

 

 

 

 

MISTERIOS DE LA SABIDURÍA INMÓVIL DEL MAESTRO TAKUÁN

Tener no me importara
cárcel por fuera
si de la de aquí adentro
salir pudiera.
Chicho Sánchez Ferlosio

 

En la casa cerrada con dos vueltas de llave

se diría que ya no queda nadie

a no ser por la flauta de bambú

que sopla como el viento entre los pinos

a lo largo del día.

 

Acaso, rara vez, repica una campana

y se siente vibrar el gran silencio

en la mecha torcida de la vela.

Y un cuenco con arroz recién cocido

humea en una mesa.

 

El viento que acaricia los bancales

anegados del Tíbet.

 

El bien y el mal afloran como el loto, entre el fango,

si surge un pensamiento.

 

El odio solo daña a quien lo ejerce;

es una enfermedad de los pulmones;

impide respirar.

 

Mi espíritu neumático está enfermo

de rencor hacia alguien que no existe

más allá de la celda del cerebro,

más acá de la sombra del espejo.

 

Cárcel tengo por fuera,

cárcel, cárcel por dentro.

 

Mi espíritu disperso se fija en cada cosa,

se ancla en las pequeñas diferencias

—el suelo que yo piso es solo el techo

del vecino de abajo—,

el dinero, las clases virtuales,

la esperanza del día mañana,

la lista de la compra, el balance de muertos,

la tesis doctoral, este poema,

la flexión dolorosa de las piernas…

—pensar en no pensar

es ya pensar en algo—

… el clima, las mujeres, la cerveza.

 

El viento que sacude la cebada

en los valles de Irlanda,

I sat within the valley green

I sat me with my true love.

 

Debajo del ombligo, donde dicen que el hara

concentra la energía, kikai tandem,

a dos o tres centímetros del tajo

que nos diferenció de nuestra madre,

no existe ningún centro

de ventral gravedad impermanente.

 

El otro está vacío como yo estoy vacío.

Las manos que acarician o sacuden

también están ociosas, como el viento.

Pero no te encadenes al vacío.

 

Medita cuanto puedas y practica

la vía purgativa del poema,

pero también la vía del silencio.

 

Si bebes, bebe bien

y llora si es que lloras.

 

Quizá llegues un día

a la última verdad:

un sauce en el jardín,

una flor de ciruelo.

 

 

 

 

LA JAULA DE FARADAY

No te regalan un reloj,
tú eres el regalado.
Julio Córtazar

 

La puerta de la casa está cerrada

igualmente por fuera y desde dentro.

 

Ya no sé si dejé la jaula abierta

o un cernícalo vino a mi terraza,

el caso es que el canario voló de entre mis manos.

 

Se fue como llegó, desde la nada.

 

Un domingo, con sol,

al volver con la niña de paseo,

escuché su aleteo nervioso y azorado

en el fusco anaquel del salón donde pongo

a cubrirse de polvo los libros orientales.

Se fue justo a posar en las piernas de un buda

de plástico barato.

 

La anilla de su pata delataba

—igual que en los tobillos del esclavo

las marcas encarnadas que dejan los grilletes—

su cruz de cimarrón arrepentido

por la sed, por el hambre, por el miedo.

 

Mayita se negó con fervor a soltarlo,

a darle su derecho a morir sobre el viento,

y yo cedí a su ruego y su promesa

de que lo iba a cuidar.

Así que lo siguiente fue comprarle una jaula.

Entonces ya no pude volver a echar la siesta

entre el uno de octubre y finales de junio

(en verano callaba —por sofoco, supongo—).

 

Podríamos haberlo bautizado

como Michael Faraday

por su eléctrica voz,

por el gran magnetismo de su timbre.

La verdad tal vez sea más prosaica:

le llamábamos Trini, brevemente,

aunque esto, bien mirado, no sea poco.

 

Ahora

la jaula está vacía, dejé su puerta abierta

como símbolo fácil, meridiano

de su liberación.

 

Y he sembrado una parte de su alpiste

en algunas macetas que tenía

olvidadas y yermas.

Acaricio mis manos vacías en la hierba.

Encuentro ese verdor acordonado

una burda intentona de quitarle

sus puertas a mi casa

como burdo es ponérselas al campo.

 

La otra parte la tiro por la borda

para dar de comer a los pájaros libres.

 

No sé tú, pero yo he vivido siempre

encerrado en mí mismo.

 

Hoy haría once años de casado

y hace cuatro firmé, por estas mismas fechas,

el divorcio,

bendito a fin de cuentas, aunque cueste

soltarse en un principio.

Pagué mi libertad a muy buen precio.

 

Doy gracias de estar solo en mis encierros.

 

Tan vital es dejar entrar al otro

como hacerlo salir cuando no quiera

quedarse en el hogar de tus pulmones,

mostrarle la salida amablemente,

no cerrarle la jaula de tu pecho

igualmente hacia dentro y hacia fuera.

 

 

 

 

-Álvaro Galán Castro
Plenitud y vacío
Colección Visor de Poesía
España, 2021

 

CUB. LA CANCIO?N DEL AOUTSIDER

 

Álvaro Galán Castro (Málaga, España, 1979). Es profesor del Departamento de Traducción de la Universidad de Málaga. Este es su séptimo libro publicado. Ant ... LEER MÁS DEL AUTOR