La casa del perdón y otros textos
INVOCACIÓN
Hermano,
estés donde estés,
abre los puños
y que no vuelvan
las armas a tus manos,
que la lucha
no insista en acercar
distancias,
que sólo las palabras
se levanten y convenzan.
Que convenzan tus palabras,
no los golpes ni las
balas,
y que en ti se agigante
la benevolencia.
PRIVILEGIOS DEL CONFUSO
A veces confundo el mar con el amor
y braceo la noche entera
hasta agotar el agua de tu cuerpo.
A veces confundo el amor con las estrellas
y toda la enmelada noche me embarco
en singladuras increíbles por tu cosmos.
A veces confundo las estrellas con tus labios
y esa noche deliciosa, bajo las primeras
lavas, muerdo tu abierta boca para siempre.
A veces confundo los labios con tu cintura
y a ella me agarro con felicidad tremenda
hasta que resplandezca la noche complaciente.
A veces confundo la cintura con tus sentidos
que velan mis armas en apogeo, y saco
brillo a la envolvente noche de los cuerpos.
A veces confundo los sentidos que completan
con el eco de tu voz que se enmadeja
en la aurora boreal de mis ofrendas.
Tengo el privilegio de gozar de tu íntimo arrullo
para mi confusión tan deslumbrante.
Así estoy entre tu carne;
así estoy entre tu espíritu.
LA CASA DEL PERDÓN
Oye cómo los odios vociferan contra ti su idioma
de muerte y destrucción.
Oye sus bravíos saltos para hacerse con el cetro de la jauría.
Oye sus pasos salvajes trayendo desolación al inocente
que apenas se mantiene en pie.
Oye sus murmuraciones que les lleva a hirvientes desvaríos.
Oye el triste resonar de sus respuestas adulteradas.
Oye la enumeración de tan malolientes costumbres.
Oye las blasfemias que duelen como mordeduras.
Oye sus amargas maledicencias entretejiéndose pálidamente.
Oye la falta de remordimientos que expresan.
Oye sus palabras impregnadas de fósforo y estiércol.
Oye cómo pregonan su inmisericordioso menester…
Óyeles con tu corazón asediado por ese prontuario
de conspiraciones y patrañas.
Óyeles sin retroceder, pues tu poder es el amor
que les resulta inalcanzable.
Después de oírles,
enseñarás que la casa del perdón está hecha de amor
y que el amor no es un reino ajeno ni una fría lápida sin epitafio.
Darás la paz y el perdón a tus angustiadores
y que ellos escarben en su memoria
el inventario de infamias
o revisen el aceite caliente que irriga sus corazones.
Porque Su amor está contigo
nada entenebrece la convivencia de tu casa.
He aquí el testimonio que abre la puerta a vidas deshabitadas,
a hijos pródigos volviendo a la llamada del amor.
MUJER DE OJOS EXTREMOS
(Jacqueline)
Mujer de ojos extremos: soy todo convulsión
durando en músculos de flamígero presidio; soy el juzgado
y condenado cuando me ausento a veces por el otro
tiempo de la manzana; soy el ángel rehabilitado
que te sigue con su ala de amor, gentileza
contra los bárbaros; soy el que desdeña pertenencias
que no hacen falta, manos en ardimiento,
violín flotando por aguas amargas, por soles trizados
pero siempre a tu lado, a las veintitrés lunas de tus huesos,
a tus noches henchidas quedándose para que bese
tus sueños y cosquillee tu torso hasta volverte
gacela del Líbano viniéndome cuidadosa.
Tú, que tienes de Querubina, alúmbrame con luciérnagas
y cuida mis desgracias, mis espectros de dos lenguas,
mis miradas deshilachadas, mi vida individual
y colectiva: cuídame hasta la última edad, diluvia
en mi fisiología, relaciónate, relígate, ora conmigo ahora
y en la hora del gozo, del llanto de la exacta realidad,
creando a fondo la comunión carnal y los vientos
favorables del espíritu.
Yo te necesito, mujer de seda y acero: necesito tus ojos
extremos para crucificarme tan de continuo,
para ser testigo de tus llamas sin corrupción, alimento
para mi supervivencia que ya rectificó su rumbo
y atraviesa tu noche única de prodigios como si hubiese
sido un sueño apretado a nosotros mismos,
en plena acción de tierras y cielos aplicándose
al oído tus susurros y los míos.
Mujer: espósame con invocaciones
que nombran lo amado, con emoción continua, con risas
que destellen eternidad y asedio a mis partes mortales,
aisladas por tu respiración en mitad de la almohada:
centro vivo, pulsación que me concierne, cerebro febril
gravitando en la certeza de mis manos, movimiento
libre de tus nervios principales en cuya rotación
nunca quedo a oscuras.
Mujer de ojos extremos: te cobijo ahora que sientes frío
y el ruido del mundo atasca historias a la orilla de tu río,
de tu bosque, de tu cielo de tantas estrellas,
allí donde bailé contigo baladas y promesas
hasta hacerse agua nuestra boca tan temprano, juntos los dos
pero distintos a todos, éxodo tras éxodo para gestar
al unigénito portador de todas las sangres
de aquellos forasteros
que nos legaron un corazón alejado del odio.
Yo te beso,
mujer madurada bajo el roce íntimo
de mis días vertiginosos.
Te beso
porque cabes en mis brazos
y giras tu curva esplendorosa
para que te respire
como a la esposa del amor
que está junto a mí
en todas las resurrecciones.