Caravana de sombras
Verde amante
Yo te miraba
con la mirada del antiguo sol
tras follajes bordados de sangre te miraba
desnuda agua inventando otros delirios
más transparentes que los de la furia
Escribía mi oración en tu cuerpo
firme piedra líquida
que volvía del fuego más dulce
atravesando territorios de poros en guerra
donde un coro de plumas
batía su canción más verdadera
ahí te hacía mía
montaña dada a la religión del pájaro
testamento del sexo entre la hierba creciendo
virgen amada con la devoción
de mis viejos tambores
palpitando en la izquierda del vientre
Verde amante
hija del silencio orgásmico
flor armada de cantos y reverberaciones
pequeña mujer de savia profunda
de lluvia solar tus febriles venas
y tu piel hecha de tierra y río
diosa de la sed y el sobresalto
Ardor de San Salvador
Abro mis puertas y ya el oleaje de las calles
baña con su espuma negra mis famélicas raíces.
Y de nuevo sentimos la tentación de abandonarnos
y abusar del adjetivo al nombrarte.
Pero tu rostro duele, arde; y el dolor es poesía, y ello fecunda.
Retrataré tus vísceras con mi sangre, tus fauces engullirán mi voz
y la saliva centelleante de tus pozos será mi altar.
Empezaré por decirte mal y maldecirte
con todo el amor de hijo echado a perder, de nieto
del fuego primero. Te diré, por ejemplo, eres pétalo
pero hay un hedor que permanece; maquillada más con cicatrices,
voluptuosa hasta lo grotesco; perfumada, pero, en fin, cancerosa.
Hay calles que solo la locura comprende: sus paredes de polvo mojado,
sus casas desvencijadas de mujeres tristemente desnudas, sus salones
oscuros donde una rockola se queja del amor, sus etílicos sueños,
sus gritos, sus cuchillos que pacientes nos esperan, sus miradas de paranoia
en las que no somos bienvendidos y todo el surrealismo
de sus pinturas de mármol de sangre de veneno de hermandad.
Te diré, también, que tus vestidos de gala no me convencen,
tus cadenas de tiendas donde se venden imposibles, los caracoles del comercio
y las plazas de circo donde las miradas desfilan.
Hay calles que solo la noche devela: sus luces de neón,
sus nombre parpadeantes, sus fosforescencias, los idilios entre el hombre
y la máquina, la pureza de las piedras, las iglesias del ruido,
la bruma del delirio, la sed de infinito y las alas de otro sueño que se niega a despertar.
Ciudad, secreto de estado, proxeneta de los locos,
canasto de los mercados, sacerdotisa de la muerte, casa de los nómadas,
partera de los invisibles, manantial del anticristo, drenaje del mundo.
Ciudad, secreto de estado. Aquí mis pasos en tu niebla, en tu sol.
Aquí mis pasos, mar gris, sobre la danza eterna de los días
Neón primitivo
Comienza el ruido neón del día de los locos
y ya el tiempo y la luna
son filos de una misma navaja que sonriente
parte la nieve del autoexilio cuando ni el amor o la poesía
alimentan este viejo cuervo enterrado vivo en el mármol del pecho
Comienza mi memoria y tus ojos
son dos gusanos anaranjados que rezan al pie
de un promontorio de piedras como huesos como sueños
mientras nazco de nuevo de la mano del pan del infierno del estío
Sólo la escalera imaginaria de las calles cuenta
a la hora que el pasado vese en lo primitivo de la azul bruma
y yo y mi otro yo suben
a los estadios del silencio donde la paz reina como el vientre de una prostituta
o la conciencia de un país abandonado en el lobby de los pederastas
¡Ah cómo entraño el tiempo de cuando el tiempo aún era tiempo,
y no una palabra desgastada por la repetición de su nada!
¡La Inmolación! ¡¡La Inmolación!! ¡¡¡La Inmolación!!!
He aquí la música de la neblina y sus ventanas infinitas
Apenas comienza el día negro el fuego de los locos
y ya mis neuronas como globos de gas
penetran en el secreto donde mórbidos ángeles fuman el tabaco de los dioses.
Caravana de sombras
Si el hombre es polvo
esos que andan por el llano
son hombres
Octavio Paz
Esos que marchan no son hombres, mujeres, niños o niñas.
Esos que marchan son sombras de hombres, mujeres, niños y niñas.
Sombras de lo olvidado.
Atrás han dejado sus cuerpos, sus famélicas vidas, sus hambres,
sus tierras.
Pero también han dejado atrás el oprobio, la bayoneta,
la inanición del silencio, el guante del sátrapa, la gran e inmensa nada.
Dejan atrás una cárcel de veinte mil kilómetros cuadrados.
Dejan atrás sus miedos
para lanzarse
al abismo de la duda
Esos que marchan ya no son hombres, mujeres, niños y niñas.
Esos que marchan son muertos,
pues perdieron sus vidas
en las honduras del hambre, del escarnio y del odio.
Fácil es para ellos cruzar fronteras
porque sabido es que las aduanas, los ríos, los muros y los alambres,
no son obstáculos para las sombras
y para los muertos.
Ellos nada tienen que arriesgar,
porque todo lo han perdido.
Esos que marchan por las fronteras son sombras de hombres,
sombras del hambre y de la podredumbre
y por eso son inmortales,
porque sabido es que las sombras, que los muertos,
no necesitan más alimento
que unas breves migajas de esperanza
cada mañana.