Alfonso Fajardo

Caravana de sombras

 

 

 

 

Verde amante

 

Yo te miraba

con la mirada del antiguo sol

tras follajes bordados de sangre te miraba

desnuda agua inventando otros delirios

más transparentes que los de la furia

Escribía mi oración en tu cuerpo

firme piedra líquida

que volvía del fuego más dulce

atravesando territorios de poros en guerra

donde un coro de plumas

batía su canción más verdadera

ahí te hacía mía

montaña dada a la religión del pájaro

testamento del sexo entre la hierba creciendo

virgen amada con la devoción

de mis viejos tambores

palpitando en la izquierda del vientre

Verde amante

hija del silencio orgásmico

flor armada de cantos y reverberaciones

pequeña mujer de savia profunda

de lluvia solar tus febriles venas

y tu piel hecha de tierra y río

diosa de la sed y el sobresalto

 

 

 

 

Ardor de San Salvador

 

Abro mis puertas y ya el oleaje de las calles

baña con su espuma negra mis famélicas raíces.

Y de nuevo sentimos la tentación de abandonarnos

y abusar del adjetivo al nombrarte.

Pero tu rostro duele, arde; y el dolor es poesía, y ello fecunda.

Retrataré  tus vísceras con mi sangre, tus fauces engullirán mi voz

y la saliva centelleante de tus pozos será mi altar.

Empezaré por decirte mal y maldecirte

con todo el amor de hijo echado a perder, de nieto

del fuego primero. Te diré, por ejemplo, eres pétalo

pero hay un hedor que permanece; maquillada más con cicatrices,

voluptuosa hasta lo grotesco; perfumada, pero, en fin, cancerosa.

Hay calles que solo la locura comprende: sus paredes de polvo mojado,

sus casas desvencijadas de mujeres tristemente desnudas, sus salones

oscuros donde una rockola se queja del amor, sus etílicos sueños,

sus gritos, sus cuchillos que pacientes nos esperan, sus miradas de paranoia

en las que no somos bienvendidos y todo el surrealismo

de sus pinturas de mármol de sangre de veneno de hermandad.

 

Te diré, también, que tus vestidos de gala no me convencen,

tus cadenas de tiendas donde se venden imposibles, los caracoles del comercio

y las plazas de circo donde las miradas desfilan.

Hay calles que solo la noche devela: sus luces de neón,

sus nombre parpadeantes, sus fosforescencias, los idilios entre el hombre

y la máquina, la pureza de las piedras, las iglesias del ruido,

la bruma del delirio, la sed de infinito y las alas de otro sueño que se niega a despertar.

Ciudad, secreto de estado, proxeneta de los locos,

canasto de los mercados, sacerdotisa de la muerte, casa de los nómadas,

partera de los invisibles, manantial del anticristo, drenaje del mundo.

Ciudad, secreto de estado. Aquí mis pasos en tu niebla, en tu sol.

 

Aquí mis pasos, mar gris, sobre la danza eterna de los días

 

 

 

 

Neón primitivo

 

Comienza el ruido neón del día de los locos

y ya el tiempo y la luna

son filos de una misma navaja que sonriente

parte la nieve del autoexilio cuando ni el amor o la poesía

alimentan este viejo cuervo enterrado vivo en el mármol del pecho

 

Comienza mi memoria y tus ojos

son dos gusanos anaranjados que rezan al pie

de un promontorio de piedras como huesos como sueños

mientras nazco de nuevo de la mano del pan del infierno del estío

 

Sólo la escalera imaginaria de las calles cuenta

a la hora que el pasado vese en lo primitivo de la azul bruma

y yo y mi otro yo suben

a los estadios del silencio donde la paz reina como el vientre de una prostituta

o la conciencia de un país abandonado en el lobby de los pederastas

 

¡Ah cómo entraño el tiempo de cuando el tiempo aún era tiempo,

y no una palabra desgastada por la repetición de su nada!

 

¡La  Inmolación! ¡¡La Inmolación!! ¡¡¡La Inmolación!!!

 

He aquí la música de la neblina y sus ventanas infinitas

 

Apenas comienza el día negro el fuego de los locos

y ya mis neuronas como globos de gas

penetran  en el secreto donde mórbidos ángeles fuman el tabaco de los dioses.

 

 

 

 

Caravana de sombras

 

Si el hombre es polvo
esos que andan por el llano
son hombres
Octavio Paz

Esos que marchan no son hombres, mujeres, niños o niñas.

Esos que marchan son sombras de hombres, mujeres, niños y niñas.

Sombras de lo olvidado.

Atrás han dejado sus cuerpos, sus famélicas vidas, sus hambres,

sus tierras.

Pero también han dejado atrás el oprobio, la bayoneta,

la inanición del silencio, el guante del sátrapa, la gran e inmensa nada.

Dejan atrás una cárcel de veinte mil kilómetros cuadrados.

Dejan atrás sus miedos

para lanzarse

al abismo de la duda

 

Esos que marchan ya no son hombres, mujeres, niños y niñas.

Esos que marchan son muertos,

pues perdieron sus vidas

en las honduras del hambre, del escarnio y del odio.

 

Fácil es para ellos cruzar fronteras

porque sabido es que las aduanas, los ríos, los muros y los alambres,

no son obstáculos para las sombras

y para los muertos.

Ellos nada tienen que arriesgar,

porque todo lo han perdido.

 

Esos que marchan por las fronteras son sombras de hombres,

sombras del hambre y de la podredumbre

y por eso son inmortales,

porque sabido es que las sombras, que los muertos,

no necesitan más alimento

que unas breves migajas de esperanza

cada mañana.

Alfonso Fajardo (El Salvador, 1975). Miembro fundador del Taller Literario TALEGA en 1993, una de las agrupaciones literarias más importantes de la década ... LEER MÁS DEL AUTOR