Alfonso Cortés

La canción del espacio

 

 

 

Ventana

Un trozo de azul tiene mayor
intensidad que todo el cielo,
yo siento que allí vive, a flor
del éxtasis feliz, mi anhelo.

Un viento de espíritus pasa
muy lejos, desde mi ventana,
dando un aire en que despedaza
su carne una angelical diana.

Y en la alegría de los Gestos,
ebrios de azur, que se derraman…
siento bullir locos pretextos,
que estando aquí  !de allá me llaman!

 

 

 

La canción del espacio

La distancia que hay de aquí a
una estrella que nunca ha existido
¡porque Dios no ha alcanzado a
pellizcar tan lejos la piel de la
noche! Y pensar que todavía creamos
que es más grande o más
útil la paz mundial que la paz
de un solo salvaje…

Este afán de relatividad de
nuestra vida contemporánea —es
lo que da al espacio una importancia
que sólo está en nosotros, —
y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros—
libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente.

La tierra no conoce los caminos
por donde a diario anda —y
más bien esos caminos son la
conciencia de la tierra… —Pero si
no es así, permítaseme hacer una
pregunta: —¿Tiempo, dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tú que no existes?

 

 

 

Ángelus

El cruel ángelus inconsciente,
levántase entre el Ataúd
de lo infinito, en el poniente
de una epicúrea lasitud;

y en los tejados de las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra.

Y, fatigados, los reflejos
que, con las nubes, huyen, huyen,
el uno al otro, tantos viejos
sueños solares, se destruyen,

danzando sobre la aburrida
fluidez del cielo, que se atedia,
y el compás tiene su medida
en el muerto tiempo que media

entre un reflejo que se hunde
y otro reflejo que aparece,
cuya inconciencia se confunde
en el deleite que adormece

los correspondientes olvidos
de Fuegos, de Almas y de Vientos
que halagan todos los sentidos
y ruedan en los pensamientos

de Dios, en tanto que las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra…

 

 

 

La danza de los astros

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.

 

  

 

La paz del sol

Yo soy el vino; el hombre es la simiente.
Subamos tierra adentro entre los ramos
de un inmutable Domingo de ramos
para abrigar a Dios eternamente.

Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente
del marco de mi ser y prolongamos
una tarde sin horas en que estamos
cara a la eternidad del fuego ardiente.

En vano es escribir, pues no se escribe,
y lo único que pueden nuestros seres
es dictarle al amor lo que él concibe.

Basta de un buen silencio y bien del habla
cualquier cosa es así: como la quieres
y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.

 

 

 

Aire

Suena un aire de niño tras las tapias, la plaza
trae patrullas de éxtasis antiguos a mi casa.
Cuando el aire de niño, con pasitos cansados
rueda con el oboe que muere en los tejados,

y puebla de éxtasis crepuscular
el jardín, lleno de congojas,
que tiene deseos de hablar
palabras dichas entre hojas…

mientras retuercen en la bruma
locos y alegres movimientos
los blancos pliegues de la espuma
del alma, al roce de los vientos…

 

 

 

Desde la orilla

El sol enreda sus cabellos en los tilos
del parque, los enfría en el agua de la taza
en que se ven sonar los viejos peristilos
de cobre; entre las ramas, rápidamente, pasa

un pájaro, y se acerca desde la torre una hora:
desde la orilla verde un cisne a la Onda baja,
y, viniendo a pedirnos pan, en su blanca prora
los ensueños del agua, con el pico, se encaja.

 

 

 

Ararat

La paloma del arca se ha posado
sobre mi antiguo corazón, y vivo
bajo la sombra de un celeste olivo,
sobre las negras aguas del pasado.

Yo soy roca en que será labrado
un ideal dos veces primitivo,
en que trabajan con tesón esquivo
los pensativos náufragos del Hado.

Tal bajo el monte. Y a una voz secreta,
vi cómo, poco a poco, su silueta
fue tomando las formas del deseo;

y como interrogara al Horizonte
quién era el ser aquél, oí que el Monte
se respondió a sí mismo: ¡Prometeo!

 

 

 

Página blanca

Junto a los lirios y bajo las palmas,
pasan amándose místicas almas,

ardiendo al fuego de internos delirios;
—(Bajo las palmas y junto a los lirios)—

Y en esta página, blanca como una
hoja de luz de la flor de la luna,

pone mi verso su música franca,
—(En esta página blanca, tan blanca.)

¡Y óyese el canto de abril en su cuna!

 

 

 

La piedra viva

La piedra despertó (y era una piedra
como las otras que hay en la montaña,
con piel de musgo y venas de yedra).

Y abrió los ojos. (Era la hora extraña
en que se enciende el sol, como la hoguera
que calienta al pastor en la cabaña).

Y luego dos pasos. (La ladera
era sonora y bárbara, y los vientos
peinaban su sombría cabellera).

Y en interiores estremecimientos
se inquietaba la Piedra, hasta que el ansia
le abrió la boca, y dijo pensamientos:

—¿En dónde estás, en dónde estás, distancia
sin relación y tiempo sin medida,
y lo que Dios es, la única fragancia?

¡Oh!, quítame esta túnica: vestida
así, mi ser es cosa, solo cosa,
pues la forma es la cárcel de mi vida.

 

Alfonso Cortés (León, 9 de diciembre de 1893 - 3 de febrero de 1969). Fue un poeta, periodista, traductor y maestro nicaragüense considerado uno de los t ... LEER MÁS DEL AUTOR