Presentamos un texto clave del recordado poeta y periodista chileno.
Alfonso Alcalde
CANTO 7
VARIACIONES SOBRE EL TEMA DEL AMOR Y DE LA MUERTE
(Fragmento)
AQUELLOS
que en los cuartos
circulares se encerraron
y gimieron hasta
silenciar sus ruidos
y luego partieron
y nunca más
volvieron a verse.
EL AMOR LOS REDIMA
AQUELLOS
que copularon
hasta exterminarse
rodeados de humo
una botella vacía, hastío
y melancolía.
EL AMOR LOS RESUCITE.
AQUELLOS
que ensalzaron
sus odios, la coquetería
y hasta la breve total
ilusión del momento,
y se desnudaron
y enemigos atroces
mordiéronse estrangulados
cantando
y volvieron una y otra vez
sobre sus cuerpos
y jamás los encontraron.
EL AMOR LOS PROTEJA.
AQUELLOS
suicidas
decapitados a borbotones
aún anclados dentro de la muerte,
aquellos que se devoraron
frotándose como piedras
para iniciar el primer fuego.
EL AMOR LOS BENDIGA.
AQUELLOS
que abandonaron sus ropas,
las inexplicables llaves de los hogares
y borraron toda huella de vida
ultimándose uno al otro
acusándose de mutua fidelidad
y blasfemaron sobre el único
cadáver del amor.
SEAN ENSALZADOS.
AQUELLOS
que abrieron sus entrañas
y luego velaron
sus enemigas bocas
profundas.
LOADOS SEAN.
AQUELLOS náufragos
que de rodillas
pidieron clemencia
y jadeantes aún
invadidos de tormenta
traicionaron su madero salvador
y lo quemaron, aventándolo
y sobre el fuego ardieron
frente al viento
desnudos y cenicientos.
EL AMOR LOS PROTEJA.
AQUELLOS
honestos guerreros que de pie
batallaron y de pie
esperaron su sitio
en la hundida cama próxima.
Todos aquellos que perdieron
la fe, la dirección
el honor a domicilio, el dominio
sobre sus cuerpos
y por último se sentaron
en la misma gastada
mesa del amor.
SEAN BENDECIDOS.
AQUELLOS
que fueron
los primeros y los últimos
y no los intermediarios
los consumadores
y consumados.
RECIBAN TAMBIÉN NUESTRA BENDICIÓN.
AQUELLOS
que hablaron el mismo lenguaje
y nunca se entendieron.
Los confusos, los nobles
enamorados entorpecidos
por el amor, los que juraron
fidelidad y cayeron
en la sarcástica trampa
de procrear sin cesar
cada invierno.
SEAN PERDONADOS.
AQUELLOS
desgarrados en la despedida
los que murieron
al quedar aislados
y después regresaron como bólidos
chorreando comprensión
justicia, perdón, ecuanimidad
y adulterio de rodillas.
DEBEN SER ADMIRADOS.
AQUELLOS
soberbios
que rociaron
sus cuerpos con espanto
sepultándose vivos;
los empalagados por la rápida
efímera dicha
nocturna, los frustrados
en el hábito de olvidar
los que no olvidaron y sollozan
alrededor de los retardados estímulos.
AQUELLOS
que oraron al borde de los catres
junto a las rejas que parecían ataúdes
que son ataúdes y en general todos
aquellos que practicaban la indivisibilidad
del ser, la gestación como maldición,
la fecundidad por descuido,
los que se multiplicaron
industrializados
a la deriva de sus grandes derrotas
y huecos permanecieron y vacíos vivieron:
los que se encadenaron, ataron, sumaron
compraron y vendieron a una sola mujer
crucificándola de espaldas todas las noches
solitarias.
AQUELLOS
que flaquearon junto a esos cuerpos
desperdigados al alba como tarros
de basura tintineante, basura volcada por una
jauría de perros hambrientos.
AQUELLOS
que hicieron un culto de la tentación
y tentados se odiaron y tentados también
se amaron con desganado frenesí;
los que estuvieron dentro de sus cuerpos
sólo un momento, desalojándolos después
por todas sus heridas.
Los que los habitaron a medias, tímidos
blasfemos de una jornada, los que en una
noche recuperaron el amor de una vida,
los que en una vida como una gota sobre la piedra
perforaron el amor y lo horadaron sin importarles
el tiempo, imperturbables, eternos en su porfía
y luego la piedra, la mujer, se diluyó con la
primera luz del alba, de la muerte, del día.
AQUELLOS
que tuvieron casi como propia
una única mujer
y luego se les escurrió como agua
entre los dedos, como
brasa en la lengua
AQUELLOS viudos
en repelida sociedad
negros castigos a quienes la muerte
les arrancó la piel, los recuerdos, el olvido
y los descuajó de ojos, mutilándolos
y los dejó bramando entre los muros
lanzándolos por la borda de la sublimidad
del éxtasis,
los que chorrearon la luna,
los que enfurecieron el mar con sus cuerpos
retumbantes, los que apagaron el sol con sus
mordiscos, los que mascaron las estrellas
con sus lenguas, los que acallaron la tormenta
con sus trenzados miembros,
los que soltaron el rayo
con sus estremecimientos,
los que mataron los cráteres, los que
anegaron los ríos con su pobre materia
de amor, los que doblaron el viento
con sus porfiados muslos, los que emparejaron
el aire, después, con su hastío, los que
cayeron al vacío, entre los abismos, ya diáfanos,
ya puros, inmateriales, ocupando, de pronto
toda la tierra, dejándola al momento, sueltos
grumos del universo, roncos zumbidos entre
las hojas,
piel de las estrellas, esqueletos
del cielo.
los que deliraron vestidos,
los que callaron. desnudos;
los que revisaron totalmente
el dudoso cadáver de su mujer;
y sólo a ella encontraron;
los que sembraron labios y colgaron piernas
y las fugitivas pirámides del ser inestable, los
que fueran nudos, golpes, los que interpretaron
los golpes y los que los sintieron;
los que fueron mar y cáñamo, utensilios
inolvidables en el juego, el hastío y el hambre
de los cuerpos insaciables, aunque insondables;
los que fueron trigo y garfios, anzuelos fueron
zapatos, curtidos hitos, los que se trenzaron
y nunca más se vistieron, piernas en los bosques:
dispersos los ojos, derretidos los muslos
desbocados en su petrificación.
Los que fueron violentamente expulsados en
la tarea de la posesión, los que de cuando
en cuando aman en un nicho impersonal de marmóreas
sábanas apenas entibiadas por la vida
por un lóbrego quejido que siempre llega a destiempo;
los ciegos eternos y los ciegos parciales,
los que ven a medias o simplemente
que se ven tocándose inventándose como
pequeños dioses en las pocilgas de barro.
TODOS DEBEN SER PERDONADOS.