Pecados y serpientes
QUERÍAMOS UN REFUGIO UNA HOGUERA
Queríamos un refugio una hoguera
el atardecer
habitado de colibríes
y la tranquilidad de los manantiales.
Queríamos el maíz y los cerezos.
Pronunciamos el idioma del sol
en la época
soñada
del vino.
Del abismo regresó la abuela
y tibios panes
alegraron la fiesta de la mesa.
Pero el rancho visitado por los demonios
se incendió
las avispas
huyeron del verano
dejándonos el susto de las bestias…
Perdimos los frutos
el sendero que nos conducía al pozo
el escondite de las garzas…
Nadie impidió
la furia del diluvio
y no hubo barcas
ni delfines.
¿NO OYES EL VIOLÍN?
¿oye alguien mi canción?
José Lezama Lima
Tengo miedo
mis manos son demasiado pequeñas
y no alcanzan la ventana que da al cielo.
Mi madre pasa y vuelve a pasar y no me ve
hay una telaraña entre sus ojos y los míos.
Ella quiere que la casa se pueble de otros ecos
cuentos alegres
a la sombra feliz de la ignorancia
y no me ve
y no me ve
y no me ve.
¿No oyes el violín?
¿No oyes el violín?
Estos son mis buenos vecinos
jueces absurdos como el crimen
que ignoré en mis juegos
y en mis bailes ruidosos.
Esos adultos
dueños de una ética alucinante y antigua
pretenden rodearnos de fronteras
y no ven las luces violentas de mi tiempo.
¿No oyes el violín?
¿No oyes el violín?
Casi todo nos falta
la pobreza es un perro triste
no adornes con cal lo humilde que somos
diles que mi padre
nos dejó en la estación de la sequía
que crezco como puedo
y me enamoro de las estudiantes.
A él dile que no quiero sus monedas
ya aprendimos a sacar pan como los magos.
¿No oyes el violín?
¿No oyes el violín?
Nunca me dijeron: la ciudad
engaña tan bien como una puta fina
un adolescente se pierde
y puede ser devorado por los lobos
hay decadentes
matan con su apetito la alegría
trafican tu suerte
sin que respires
sin que digas nada
hasta ahogarte con sus propios derrumbes.
¿No oyes el violín?
¿No oyes el violín?
Qué difícil hallar
el llano transparente de la humanidad.
ELLA ES NOSTALGIA DE UN VINO
Vuelvo a mi escuela de ayer
por rutas anochecidas,
los años fueron suicidas
–gris que no voy a beber –.
Vuelvo como a la mujer
que me ha esperado en la sombra
y con su cuerpo me nombra
destejiendo un aire fino.
Ella es nostalgia de un vino
que me entristece y me asombra.
SECRETO DEL VENADO
Las sabanas que octubre ya amarilla
son el secreto canto del venado,
que amanece en un rayo tan dorado
con el oro cernido entre la arcilla
de un arroyo sin fondo y sin orilla,
donde nunca se aviva el tenue invierno.
El venado dibuja bajo un cuerno
la tristeza que fluye a su pupila
sobre el pasto que el miedo ha vuelto lila
y escapa indiferente hacia lo eterno.
PECADOS Y SERPIENTES
Ninguna foto eterniza
los minutos más dulces y prohibidos
que prohibidas mujeres
tatuaron en mi cuerpo
y me abrigan contra las tempestades,
cuando el verdor se agota
y me hunden sus gorriones.
En ninguna película,
flota el océano de mi infancia
con sus buques volando sobre los eucaliptos.
Ningún set reproduce la ternura,
pecados y serpientes
que vuelvo música,
esta desolación no confesada.
Tal vez no rasgue un solo oboe,
un leal espejo
que traduzca mis redes
y ascienda hasta el pasado,
pero comprendo al fin el laberinto,
sus pedregales borro
y me sumo al azar que nace con la aurora.
A LA MUCHACHA GRIEGA TRAS LOS MUROS
Si creyeras en la virginidad de toda alianza,
te asombraría la luz
en el peligro
y su esplendor que ciñe tu tristeza.
Una hora más
y alcanzarías la cuerda
conque Ariadna
atraviesa el oro de los siglos,
hasta ver a la muchacha griega tras los muros,
los guerreros que son esa playa que pisas.
¿Qué extraño testamento has confesado
para saldar tus deudas con la antigüedad,
que se inclina y señala ante tus pies el fuego?
Desde hace miles de años,
a las altas murallas retornan los difuntos,
es el humo de Troya
que iba a testimoniar su discordia en la Tierra;
siempre habrá un fiel guerrero y una joven hermosa,
siempre la misma luz
legada por el amor de Zeus a tu memoria.
DEUDAS OXIDADAS
Con un aullido
se desgarran milenios,
la inexistencia
que entre mis semejantes
nombran identidad.
Al otear
los inmensos ayeres,
sus equinoccios,
suben al corazón
tres deudas oxidadas.
Lamentaré,
asilado en la náusea,
que ya no ladren
las penas tan suicidas
por donde erró mi arpegio.
Desde las tumbas,
tocaré para todos:
a los que amé
y a quienes me atacaron,
juntos en la ceniza.
ASPAS
Ese molino
–en el ojo del llano–
tal vez no roce
las parvadas que emigran
en pos de algún consuelo.
Muy fantasmal,
ardido de intemperie,
entre sus claves
ha escuchado cien lunas
y ninguna esperanza.
Aunque sus aspas
dibujen la armonía
y dura vean
a su faz contra el humo,
lo sostienen las penas.
Soy como él,
pero sé disfrazar
el pentagrama.
Me creen un girasol,
pero giro en penumbras.